VICENTE ECHERRI: La puerca lavada

Vicente Echerri



El triunfo “arrollador” –para calificarlo con un típico adjetivo electoral– de Bill de Blasio en los comicios de este martes a la alcaldía de Nueva York no sorprende a nadie; tal vez lo sorprendente es que no hubiera ocurrido antes; de alguna manera, a veinte años de que los votantes le entregaran la ciudad a Rudolf Giuliani para que la salvara del envilecimiento y de la ruina, ésta acaba de responder a su verdadera naturaleza: la más “liberal” –entiéndase izquierdista, socialdemócrata y anti establishment– de las grandes ciudades norteamericanas vuelve a darle el timón a uno de los suyos.

El personaje no podría ser más representativo de ese perfil: italoamericano casado con una negra, que alguna vez en el pasado se confesó lesbiana, con hijos de ostensible mestizaje; defensor activo del movimiento sandinista, en tiempos en que se libraba, con apoyo de Estados Unidos, una guerra contra esa dictadura; jefe de campaña de Hillary Clinton cuando aspiró al Senado por Nueva York; crítico de las medidas con que la policía de la ciudad la ha mantenido casi tan tranquila como una aldea cuáquera en los últimos dos decenios… 

Esto y otros brochazos nos muestran un retrato de alguien que parece corresponder bastante a una ciudad multiétnica, tolerante y anticonvencional. De Blasio representa a cierto tipo –e incluso estereotipo– de neoyorquino, que vive por igual en los barrios elegantes que en las zonas deprimidas, y que es fácil de encontrar en trenes y teatros, en iglesias y clubes, en galerías de arte y cafés. No es de extrañar el enorme porcentaje (73%) con que se ha impuesto en esta cita electoral.

¿Será un acierto esta elección? ¿Funcionarán de nuevo las viejas recetas de aumentar los gravámenes para mejorar los servicios sociales? ¿Se mantendrá el nivel de seguridad pública que hemos disfrutado, en la ciudad más populosa del país, en los últimos veinte años?

No tengo la misión de profetizar o hacer pronósticos desde el espacio de esta columna. La respuesta a éstas y otras interrogantes sólo podrán darse con el paso del tiempo, a partir del próximo 1 de enero, cuando este señor tome posesión de su cargo, y en lo que dure su gestión; más claramente incluso cuando haya abandonado la primera magistratura de la ciudad y ya pertenezca por entero a la historia.

No obstante, a partir de la experiencia, de personalidades parecidas a la suya que estuvieron al frente de Nueva York respaldados por la mayoría con una agenda semejante, cabe temer –si no predecir– que la seguridad y la estabilidad alcanzadas durante los últimos gobiernos municipales –y en particular a partir de la excepcional administración de Giuliani– puedan empezar a deslizarse ahora por la pendiente de la permisibilidad y el desorden; que, en el afán de servir mejor a los más pobres, se incremente la nómina de los mantenidos y aumenten en igual proporción los quebrantos económicos del municipio; que en la necesidad de financiar una vasta clientela electoral, se abandone la atención de servicios públicos de primera importancia.

No hay fórmulas mágicas que puedan hacer coexistir la buena economía con el dispendio, el orden público con la tolerancia policial, el rigor de la ley con la lenidad en su aplicación. Si el Sr. De Blasio se empeñara en probar que él si puede, los neoyorquinos y los que –por vivir en la periferia de la ciudad y gravitar hacia ella– nos sentimos tales no tardaremos en ver los resultados: el insidioso regreso de algunas calamidades y lacras que alguna vez afearon la imagen de la ciudad –y tanto agredieron la calidad de la vida en ella– que ya creíamos permanentemente desterradas.

Los neoyorquinos eligieron a Bill de Blasio este martes y así se comporta la democracia. No hay nada que objetar en el procedimiento; pero, a juzgar por la historia de la ciudad y los antecedentes del elegido, en mi ánimo conservador tiene cabida el pesimismo; tanto como para acordarme del texto bíblico que compara la actitud contumaz o reincidente con el perro que vuelve a su vómito y la puerca lavada que torna a revolcarse en el cieno.
© Echerri 2013

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