CIRO BIANCHI ROSS: RETORNA EL ESPÍA ALEMÁN
Retorna el
espía alemán
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
23 de Noviembre del 2013 17:46:00 CDT
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
23 de Noviembre del 2013 17:46:00 CDT
Publicaciones cubanas de la época lo
presentaron como un superespía, y
lo mismo hicieron no pocas revistas norteamericanas. La prensa de
ambos países insistió en su rigurosa formación como agente secreto y
en su dominio del idioma español, que le facilitaba la búsqueda de
información en Cuba. Afirmaron los periódicos que antes de su llegada
a la Isla se había desempeñado con éxito en otras naciones, como Santo
Domingo; que fueron sus informes los que provocaron la tragedia de los
cargueros Manzanillo y Santiago de Cuba, torpedeados en alta mar por
submarinos alemanes el 12 de agosto de 1942, y que menudearon los
reportes que dirigió a sus jefes a fin de ponerlos al tanto de la
economía y la situación política y social del país, así como aquellos
en los que comunicaba las direcciones particulares de las figuras
principales del Gobierno cubano.
lo mismo hicieron no pocas revistas norteamericanas. La prensa de
ambos países insistió en su rigurosa formación como agente secreto y
en su dominio del idioma español, que le facilitaba la búsqueda de
información en Cuba. Afirmaron los periódicos que antes de su llegada
a la Isla se había desempeñado con éxito en otras naciones, como Santo
Domingo; que fueron sus informes los que provocaron la tragedia de los
cargueros Manzanillo y Santiago de Cuba, torpedeados en alta mar por
submarinos alemanes el 12 de agosto de 1942, y que menudearon los
reportes que dirigió a sus jefes a fin de ponerlos al tanto de la
economía y la situación política y social del país, así como aquellos
en los que comunicaba las direcciones particulares de las figuras
principales del Gobierno cubano.
Al cabo de los 70 años transcurridos desde el fusilamiento en La
Habana de Heinz August Luning, algunos investigadores opinan que en
torno a la figura de este abuelo de James Bond se tejió una leyenda,
casi una novela creada, en parte, por elementos del Gobierno de
Batista y a la que no fueron ajenos personeros del Gobierno de
Washington en la fecha de los sucesos. Los japoneses acababan de
atacar la base norteamericana de Pearl Harbor y submarinos alemanes,
que merodeaban por el Caribe y el Golfo de México, habían hundido unos
600 buques aliados. El desarrollo de la guerra se inclinaba a favor de
los países del eje Roma-Berlín-Tokio, y sus contrarios necesitaban
demostrar que estaban en condiciones de parar una ofensiva que parecía
demoledora.
Las autoridades norteamericanas, y en especial Edgar Hoover, jefe del
Buró Federal de Investigaciones (FBI), quisieron sacar provecho de la
captura de Luning. Quiso igualmente sacarlo Batista, empeñado en
conseguir un precio mejor para el azúcar y ventajas en otros rubros
del intercambio comercial. También pretendía obtenerlo el general
Manuel Benítez, tenebroso jefe de la Policía Nacional cubana, deseoso
de ganar en popularidad, ya que pretendía, como se vio en 1944,
suceder a Batista en la jefatura del Estado.
El doctor Leonel Antonio Cuesta, profesor de la Universidad
Internacional de la Florida, llama «espía de pacotilla» a Heinz August
Luning, en tanto que el profesor Thomas D. Schoonover, de la
Universidad de Luisiana, en Lafayette, luego de la vasta investigación
sobre el tema que llevó a cabo por sugerencia del profesor Louis A.
Pérez, advierte que no hay constancia de que la información enviada
por Luning a sus superiores tuviera real importancia para el
desarrollo de la guerra. Muchas veces sus informes no pasaban de ser
meros rumores que recogía en los lugares más inimaginables. Tampoco
hay pruebas de que fuera culpable del hundimiento de buque alguno.
De cualquier manera Heinz August Luning fue el único espía alemán
capturado y juzgado en el área de Centroamérica y el Caribe. El
Tribunal de Urgencia de La Habana lo condenó a muerte y el Tribunal
Supremo confirmó la sentencia, ratificada asimismo por el general
Fulgencio Batista, presidente de la República, que no quiso
conmutársela.
Cuando vio acercarse a los que lo conducirían al paredón de
fusilamiento, en los fosos del Castillo del Príncipe, Heinz August
Luning se puso de pie y pidió a su oponente que accediera a dejar
tablas aquella partida de ajedrez, que la fuerza de las circunstancias
le impediría concluir y, sereno, caminó hacia su destino para situarse
en posición de firme ante la escuadra de fusileros que acabaría con su
vida. Miró a los soldados y luego su mirada, totalmente inexpresiva,
se posó en el oficial que estaba al frente de la tropa y que le daría
el tiro de gracia. No pronunció una sola palabra ni pareció inmutarse
al escuchar las voces de mando, como si durante los últimos años de su
existencia hubiera estado preparándose para un final así. Eran las
ocho de la mañana del 10 de noviembre de 1942. Días después, el jefe
de la Prisión de La Habana, mientras refería los detalles del suceso,
dijo al poeta José Lezama Lima, entonces secretario del Consejo
Superior de la Defensa Social, con sede en el castillo: «Aquel hombre
daba muestra de una marcialidad tremenda y a mí, que mandaba el pelotón, me temblaban las piernas».
Lo que se dijo antes
Cuba entró en la Segunda Guerra Mundial el 9 de diciembre de 1941,
cuando tras el bombardeo japonés a Pearl Harbor, ocurrido el día 7,
declaró la guerra a Japón, y dos días después, el 11, a Alemania y a
Italia. Pero ya para esa fecha Luning estaba en La Habana haciendo de
las suyas. Bajo la cobertura de un comerciante hondureño y un
pasaporte que lo acreditaba como Enrique Augusto Luning llegó a esta
capital en septiembre de ese año. Venía de España a fin de
establecerse en la Isla y montar aquí un negocio propio.
Tenía entonces unos 30 años de edad. Fotos suyas que se conservan lo
muestran como un hombre ligeramente grueso, de perfil afilado y una
cabellera abundante, de esas que parecen brotar desde la frente misma.
Los que lo conocieron lo recuerdan como una persona fría y de pocas
palabras, pero amable, bien vestido y de buenos modales. Dominaba el
inglés y el español y había sido entrenado cuidadosamente para su
tarea, que antes cumplió con éxito en otros países. Disponía para su
labor de inteligencia de un potente aparato de radio que le permitía
recibir y transmitir mensajes, una antena de doble línea y dos
manipuladores telegráficos, y como también pasaría información por la
vía epistolar, se valdría de tinta simpática invisible.
Buscó primero alojamiento en un hotel y se instaló después en una casa
de huéspedes ubicada en el segundo piso del edificio marcado con el
número 366 de la calle Teniente Rey, entre Villegas y Aguacate, en La
Habana Vieja, y estableció su negocio en la calle Industria 314, una
casa de modas a la que puso el nombre de La Estampa.
Ya para esa fecha la red de espionaje alemán se extendía por toda la
América, incluido EE.UU., y es posible que Luning hiciera contacto con
algún agente destacado en la Embajada de Alemania, ubicada entonces en
la calle H, 408, esquina a 19, en el Vedado. Pero parece que él fue el
jefe, o al menos el centro, de la red de espías nazis en la Isla.
Muchas de las informaciones que allegó y transmitió le cayeron en las
manos con una facilidad pasmosa. Se las suministraban prostitutas,
marineros y obreros portuarios a los que, entre trago y trago, se las
arreglaba para tirarles de la lengua.
Lo que se dice ahora
Una nueva versión acerca del personaje ofrece el profesor Thomas D.
Schoonover en su libro Hitler’s Man in Havana. Heinz Luning and Nazi
Espionage en Latin America, publicado por la editorial de la
Universidad de Kentucky, en 2008. Lo que dice hace trizas lo que hasta
ese momento se afirmaba. El autor se apoyó en una amplia bibliografía
y su investigación lo llevó a archivos de Alemania, Inglaterra y
Estados Unidos. Paradójicamente, no estuvo en Cuba. Expresa que
alguien le dijo que el expediente de la Causa 1366 de 1942, que se
siguió al espía, no podía localizarse ya en los archivos judiciales
cubanos. Nada sabe el escribidor al respecto.
Schoonover describe a Luning como un hombre falto de inteligencia y
educación. Pobre era su cultura general y mediocres sus conocimientos
de idiomas. No simpatizaba con los nazis y tenía, en cambio, amistades
judías. Quiso sacar a su mujer y a su hijo de la Alemania de Hitler y
no lo consiguió por falta de dinero. Ingresó en la Abwehr, uno de los
20 servicios de inteligencia que existían en su país, para evadir el
servicio militar. Tras seis semanas de entrenamiento en una escuela de
espionaje en Hamburgo, lo destinaron a Cuba, país del que no sabía ni
jota. Traía en su equipaje un aparato de radiotelegrafía que nunca
pudo hacer funcionar, y por lo tanto no logró comunicarse con ningún
submarino alemán. Las comunicaciones con sus superiores las efectuó
por correo, aunque no aprendió a usar bien las tintas invisibles.
También envió cablegramas en clave a intermediarios en Argentina y
Chile. No precisa en su libro el profesor Schoonover cómo Luning logró
el permiso de residencia en Cuba, algo muy difícil en aquellos
momentos.
Capturado
Con su arresto y posterior ejecución se puso fin a la acción de una
vasta red de espionaje que se extendía por todo el continente
americano y que había provocado el hundimiento de unos 600 buques
aliados, entre estos varios cubanos. Lo más raro de esta historia es
que Luning, como se dijo, fue el único espía alemán apresado durante
la Segunda Guerra Mundial en Latinoamérica y el Caribe, dice el
profesor De la Cuesta en sus apostillas al libro de Schoonover.
Eficiente o no, el espía no operaría impunemente por mucho tiempo. Los
servicios de contrainteligencia norteamericano y británico
establecieron en las Bermudas una oficina que filtraba la
correspondencia que salía desde América hacia otros continentes. Una
carta remitida en La Habana y dirigida a un connotado falangista
español llamó la atención de agentes de esa entidad. Abrieron el sobre
y el análisis del papel reveló un mensaje en clave escrito con tinta
invisible. Fue entonces que a la sede del Servicio de Investigaciones
de Actividades Enemigas (SIAE), sito en la calle Sarabia, en el Cerro,
y bajo la dirección del capitán Mariano Faget, llegaron oficiales
norteamericanos y británicos que revisaron la correspondencia en busca
de mensajes para el enemigo. La contrainteligencia cubana trató de
identificar a todos los que recibían dinero del exterior. Una firma,
como constancia de recibo de una remesa, llamó la atención de los
investigadores, y un cartero recordó que correspondía al inquilino de
una casa de huéspedes en la calle Teniente Rey. Se le tendió una
trampa y Luning mordió el anzuelo. Ya detenido, reconoció su
culpabilidad. Fue inhumado en la necrópolis de Colón bajo un nombre
supuesto y sus restos, a pedido de su familia, se repatriaron a
Alemania en 1953.
Vale anotar que los investigadores norteamericanos y británicos que
seguían el caso en La Habana no fueron partidarios de la inmediata
detención del espía. Pero el general Benítez decidió proceder en
cuanto recibió la noticia de la existencia de Luning y lo hizo con
gran despliegue publicitario. El FBI y el M-16 británico preferían que
se diera cordel al sujeto a fin de descubrir tal vez toda una red de
espías y colaboradores.
Heinz August Luning no fue el único espía alemán que operó en Cuba,
aunque sí el único que pagó su culpa. Se dice que fue una cortina de
humo que permitió ocultar a Frederick Degan, el verdadero agente, y
garantizó a las autoridades locales un caso cerrado que ofrecer a
Estados Unidos y Gran Bretaña, disgustados por la inoperancia de sus
aliados del patio. Sabe el escribidor que muchos lectores se
sorprenderán cuando les diga que en La Habana de 1938 —calle 10 número
406, entre 17 y 19, en el Vedado— se constituyó el Partido Nazi Cubano
y que existió aquí, en la misma época, el Partido Fascista Nacional,
los cuales fueron autorizados por el Registro Especial de Asociaciones
del Gobierno provincial. Los nazis cubanos decían ver en el comunismo
su enemigo frontal y, según su reglamento, se aprestaban a cooperar
con los poderes públicos «en lo que respecta al reembarque de
emigrados antillanos» y otras «emigraciones indeseables», con lo que
se proponían sacar del país no solo a haitianos y jamaicanos, que
trabajaban mayormente como braceros en la zafra azucarera, sino a los
hebreos, dedicados en lo fundamental a los negocios, por lo que
abogaban además por «una legislación sobre restricciones de licencias
comerciales e industriales».
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