El Nuevo Herald aprovechó su visita promocional a varias ciudades de Estados Unidos para entrevistar al gran comediante de 81 años, quien traerá próximamente Cantos de amor y vida, un espectáculo de poemas, canciones y textos dramáticos. Conversar con él es un aprendizaje. Carlos Ruiz evoca un pasado lleno de anécdotas pintorescas, nos habla de su niñez, de una carrera imposible de abarcar en estas líneas. Nos cuenta su vida como si nos recitara uno de sus inolvidables monólogos.
“El ser humano cuando nace tiene fija la vocación. Yo desde el colegio me llevaba todos los premios de poesía de los actos cívicos, Los zapaticos de rosa, de José Martí, por ejemplo, que si te digo todo lo que significa, te vas a quedar loca. Los Versos sencillos no son nada sencillos. Si tú me puedes explicar qué quiere decir ‘el canario amarillo que tiene un ojo tan negro’, te doy un premio”, comenta.
“Mi mamá era una mujer muy culta, tocaba el piano, el arpa, la mandolina. Era muy delicada de salud y todo su embarazo lo hizo a base de aceitunas y vermut, por lo tanto yo nací pesando cinco libras y tres cuartos, muy largo y con la misma boca que tengo ahora, parecía una cruz en la cuna. Nadie le decía a la pobre vieja ‘qué lindo el niño’, sino ‘qué gracioso’.
Pero yo tenía un don, que después, estudiando la técnica de Grotowski, en [la sala] Las Máscaras con Vicente Revuelta, que es un genio del teatro que tuvo Cuba, me di cuenta de que yo me había hecho una máscara para caer bien. Todos tenemos máscaras, aunque muchas veces no sabemos que las tenemos”, recuerda.
Pero tal vez muchos no sepan que los primeros pasos de Carlos Ruiz en el arte no fueron como actor sino como cantante. “Desde muy joven canté en el coro Madrigal de La Habana que era lo más sonado, empecé cantando como tenor, pero una vez se me fue un gallo y me dije rápidamente: ‘Paso a barítono’. Ese era mi escape y mi hobby.
Pero mi padre, que era viajante de comercio, quería que triunfara en la vida y me puso a estudiar ingeniería civil, e hice algunos trabajos como ingeniero. Un día –muchos años después– me preguntaron: ‘Hay una presa firmada por un tal Carlos Ruiz en Oriente, ¿es suya?’. Y yo dije: ‘¿por qué, se cayó?’ ”, cuenta.
Con su habitual sentido del humor prosigue contándonos de su paso por la sociedad Pro Arte Musical, de su trabajo junto a los grandes directores teatrales Vicente Revuelta y Andrés Castro y de Teatro Estudio, de su participación en una docena de importantes títulos del cine cubano, comoLos sobrevivientes, de Tomás Gutiérrez Alea.
Alcanzó gran popularidad con la línea de monólogos y clásicos como La guagua –un boomnacional–, La carta al revés, El chevy, El camello, el Cometa Halley, La puntuación sonora. Nos habla con especial emoción de su peña cultural que realiza desde hace 30 años junto al trovador Tatica (Jesús del Valle) y sus invitados.
“Hay una gran diferencia entre el humor banal y el serio”, nos dice este admirador de Jerry Lewis y Woody Allen. “Me gusta el humor que señala a aquel que dice que es y no es, como el del gran Darío Fo con Misterio Bufo. Me gusta el humor que llega al alma de la gente, y dice algo, me gusta que la gente ría, pero que piense. ¿Si el arte no dice nada, para qué sirve?… Es muy importante que el artista sea culto y se entrene mucho. El arte es dolor, es sacrificio, no es una porquería bohemia”.
Al conversar sobre las diferencias que nos separan a los cubanos de ambas orillas, Carlos Ruiz ante todo respeta la libertad, “que cada cual piense como le dé la gana”, considera. “Pero los cubanos somos uno donde quiera que estemos. No vamos a estar como los demócratas y republicanos, vamos a hacer las cosas como nosotros. La familia cubana tiene que unirse”… El resentimiento tiene que acabarse algún día. Yo creo en la reconciliación. Yo creo en el ser humano. Hay que ir a las bases del ser humano, al amor, que sí existe. Y el teatro y el humor pueden servir para eso”.
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