EN EL MUNDO SIN SER DEL MUNDO
Opinión
por Orlando Márquez
Desde hace meses, años sería mejor decir, los ataques sistemáticos contra la Iglesia en Cuba se enfocan usualmente sobre el arzobispo de La Habana. No me refiero a desacuerdos sobre posturas determinadas ante cuestiones sociales que afectan a más de uno y, por el mismo hecho, generan las más variadas interpretaciones. Hablo de aquello que refleja el placer por el insulto, la ofensa como arma que intenta desprestigiar, la complacencia en la irracionalidad descalificadora y, tal vez lo peor, la actitud despersonalizada de quienes repiten de modo inconsulto las afirmaciones irresponsables y bien calculadas de otros, sabedores estos últimos del exitoso ataque que surge de una elaborada manipulación mediática de los sentimientos humanos.
No faltan tampoco –no podrían faltar en modo alguno– los “análisis de los expertos”, aquellos que desde el riesgo y la especulación se hicieron de un nombre, hueco ya de contenido y sustentado solo en la forma, para afirmar sin sonrojo que lo conocen todo y, por tanto, pueden cuestionar todo y continuar sus predicciones, aunque la realidad los desmienta una y otra vez.
Pero creo es oportuno hacer desde aquí un comentario sobre estos ataques más recientes, que parten de un comentario del cardenal Jaime Ortega hecho en Boston el pasado mes de abril sobre las personas que ocuparon el Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del 13 al 15 de marzo pasados. Tengo la convicción de que el blanco de tanta furia y saña –aunque lo ignoren muchos de quienes han participado solo como repetidores de un discurso descalificador para poder ocupar así algún rincón del escenario– está más allá de la visible figura de uno o varios obispos cubanos. Cuba vive un momento clave de su historia, y distintas fuerzas –dentro y fuera de la Isla– han comenzado a desplegar sus arsenales.
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