Palabras de presentación del P. Jorge Catasús del libro La virgen de la Caridad : símbolo de cubanía de la Dra. Olga Portuondo Zúñiga
La Dra. Olga Portuondo y el Padre Jorge Catasus |
En primer lugar, deseo manifestar públicamente mi gratitud a la Dra. Olga Portuondo Zúñiga, por haberme invitado a presentar su libro La virgen de la Caridad: símbolo de cubanía, agradecimiento que hago extensivo a los organizadores de esta vigésima primera edición de la Feria Internacional del Libro en nuestra ciudad, por acoger con beneplácito dicha invitación y, además, permitirme enmarcar musicalmente mis palabras con dos temas dedicados a nuestra Patrona, que han sido incluidos en el disco que recién ha grabado y editado Bis Music con motivo de la conmemoración del cuatricentenario del hallazgo y presencia de la Virgen de la Caridad en nuestra Patria.
Estrictamente hablando, el título que nos ocupa es una reimpresión de la segunda edición cubana del mismo, la cual había sido revisada y actualizada por la autora, además de estar enriquecida por una nueva colección de imágenes del destacado fotógrafo santiaguero René Silveria, quien acumula ya un valioso y hermoso registro gráfico, expresivo de la devoción a la Caridad en los últimos años. A la cubierta de esta reimpresión ha regresado la imagen original que se venera en el Santuario-Basílica de El Cobre. En abril del año 2002, fui gratamente sorprendido al ver, en una librería de Valladolid, la flamante edición española, con una impresión de lujo.
La segunda edición cubana está encabezada por un enjundioso prólogo de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes y García-Menocal, quien no necesita presentación. Lo pude leer apenas llegó a manos de la Dra. Portuondo. Se trata de una abarcadora disertación, esclarecedora no sólo para los que, distantes a la fe católica, van a adentrarse en la lectura del libro sino también para los que la conocemos, profesamos y hemos ido profundizando en ella. No tengo reparo en manifestar lo que, en alguna medida, deben estas líneas a la luz que irradia del texto de mi muy querido y viejo amigo, hermano en el sacerdocio y mi ilustre profesor de Sagradas Escrituras en las aulas del venerable Seminario San Carlos y San Ambrosio, donde tantos seminaristas nos beneficiamos y disfrutamos con sus magistrales clases.
Mons. de Céspedes señala “la complejidad y riqueza del trabajo”, que radica precisamente en que se aborda no sólo un hecho histórico, sino otros que lo trascienden y que se relacionan con la imagen de la Virgen de la Caridad que hoy se venera en El Cobre y con el desarrollo de su devoción en nuestro pueblo, que puede afirmarse es “la devoción cristiana más extendida en nuestro país y, al mismo tiempo, el mejor y más evidente símbolo de cubanía, como la autora afirma en el título de la obra”. Por otra parte -añade Monseñor- “como la imagen es el sostén de una devoción mariana, no se puede prescindir de referencias de carácter más bien teológico a los contenidos marianos de la fe cristiana”.
Uno de los méritos más notables de la obra de la Dra. Portuondo es haber hurgado y puesto al relieve el carácter mestizo de la devoción mariana, con sus componentes: hispano, aborigen y africano, retrotrayéndola hasta sus inicios en el seno de las comunidades indígenas. Precisamente, en la segunda parte del libro, profundiza la autora en la relación entre “el aborigen, el colonizador y la santísima virgen”, acudiendo a los cronistas de Indias: Pedro Mártir de Anglería (Décadas del Nuevo Mundo), y el fraile Bartolomé de Las Casas (Historia de las Indias), quienes dan cuenta de aquel náufrago, Alonso de Ojeda, marinero de Sebastián de Ocampo, gran devoto de la Virgen María, quien enfermó y llegó al poblado de Cueybá trayendo “en su talega…una imagen de Nuestra Señora, muy devota y maravillosamente pintada en Flandes y la dio al señor del pueblo, é hizole hacer una ermita u oratorio con un altar donde la puso, dando noticias de las cosas de Dios a los indios, diciéndoles que aquella imagen significaba a la Madre de Dios que estaba en el cielo ..”, según ha dejado consignado el buen fraile dominico.
Da cuenta el libro también, y es otro de sus valores, de cómo fue evolucionando la comarca que fuera bautizada como Santiago del Prado, o Real de Minas, y la comunidad cobrera que fue desarrollándose en ella, cuya influencia fue trascendiendo, debido principalmente al culto emergente a la Caridad, desde lo particular y local, hasta lo regional y nacional, comenzando en los albores del siglo XVII.
En el devenir de esa comunidad ha indagado la autora: sus esfuerzos y vicisitudes, anhelos y esperanzas y, sobre todo, sus luchas emancipadoras “por su tierra y su libertad”, donde el ingrediente devocional mariano se inserta como importante estímulo espiritual liberador. Va a adentrarse en las actitudes y actuaciones de eclesiásticos, capellanes y obispos principalmente el ermitaño Mathías de Olivera, Melchor de los Remedios, Onofre de Fonseca, Julián Joseph Bravo y Alejandro Paz y Ascanio, entre los primeros, y Cabezas Altamirano, Enríquez de Almendáriz, Compostela y Morell de Santa Cruz, entre los jerarcas. Estos fueron los que más incidieron en la evolución y orientación del culto a la Virgen en los siglos XVII y XVIII, más allá de limitaciones, contradicciones y debilidades humanas. Todo ello bajo la vigilante mirada y controles de los gobernadores españoles de turno y dentro del transcurrir de las diferentes administraciones mineras que se vieron afectadas alternantemente por tiempos de prosperidad y depresión.
Ciertamente, esta evolución e incidencia creciente en la vida nacional fue dándose no sólo en lo que concierne a la economía, ligada principalmente a la explotación de las minas, sino, sobre todo, en la irradiación espiritual del culto mariano con su advocación cubana, primero desde la ermita y más tarde el Santuario, que se fue engalanando progresivamente, adonde acudían cada vez más devotos peregrinos de todas partes del país. De ahí la importancia que fue adquiriendo la capellanía que resultó siempre muy disputada. Bien pronto el culto a La Caridad del Cobre fue extendiéndose hacia Bayamo y otros pueblos y ciudades del Departamento Oriental, continuando hacia el occidente del país.
En 1681 fue fundada la Iglesia de Santo Tomás, en Santiago de Cuba, donde fue colocada una imagen de la Virgen de la Caridad. Por otras fuentes, se ha registrado que la devoción a la Virgen de la Caridad había llegado a la Florida a comienzos del siglo XVII, llevada probablemente por franciscanos procedentes de la Cuba. Resulta curioso constatar que la primera Cofradía de la Caridad se erigió en la antigua Iglesia del Espíritu Santo, en San Cristóbal de la Habana, en 1708, por gestión de tropas cubanas destacadas a la defensa de la Florida en 1702.
Comienzan a fundarse iglesias bajo la advocación de La Caridad en distintas partes de la isla. En Santa María de Puerto Príncipe (1734), donde comenzaron a celebrarse las ferias de la Caridad, que reseña la Dra. Portuondo en su texto; en Quemados (1747), jurisdicción de San Cristóbal de La Habana, donde se erigió una ermita; en Sancti Spíritus (1755).
En mi opinión, el aspecto más polémico del libro de la Dra. Portuondo es la utilización de los conceptos mito y leyenda para referirse al hallazgo de la imagen. A lo largo del texto aparecen reiteradas expresiones (“mito del hallazgo”, “fabulosa narración”, “alegórico relato”, “fábula del hallazgo”, “tradición mítica”…) que evidencian que la autora no da crédito histórico al testimonio de Juan Moreno, contenido en los autos de 1687-1688. Su análisis de éstos, donde aparecen también declaraciones de otros testigos: Agustín Quiala, Juan Santiago Vicente, Pedro Suárez de Alcántara, Francisco Bejarano y Germán Phelipe, quiere hacer notar que los testimoniantes estuvieron sometidos a presiones o condicionamientos interesados, que lo que se pretendía era “embridar”, oficializándolo, el culto a la Virgen de la Caridad.
Mons. Carlos Manuel va a extenderse, al comienzo de su introducción, esclareciendo ampliamente el significado de ambos conceptos y advirtiendo que “ni la palabra mito, ni la palabra leyenda deberían asumirse siempre peyorativamente, como referencias a algo falso (invención, fábula, cuento), a lo que no es real”, precisando , además, que “los pueblos de muy diversas culturas y tradiciones, en términos generales, nos han presentado su identidad y su devenir, su historia, por medio de textos y hechos históricos bien estatuidos, pero también a través de mitos y leyendas, nada despreciables como fuentes primarias, tanto para la reconstrucción de la historia cuando no contamos con textos, inscripciones ni objetos que nos permitan adentrarnos en el pasado, como para iluminar y dar cuerpo –carne- a textos, inscripciones y objetos que, sin la luz aportada por los mitos y leyendas, estarían desprovistos de vida”.
Tengo la impresión de que la hipótesis de un hallazgo de la imagen en tierra, aunque ciertamente no es absurda, sería sobre todo fruto de una especulación: “no se sustenta -afirma Mons. Carlos Manuel, y yo humildemente con él- ni en las tradiciones orales y escritas, ni en un documento legal que tenga un peso semejante a los autos de 1688”.
Reaccionando a las opiniones críticas sobre este aspecto, la autora ha manifestado en sus palabras a la segunda edición cubana, que el concepto de mito en el libro “se aplica en el entendido de que todo mito, leyenda y alegoría posee una carga existencial, una realidad primordial que persiste en el tiempo y en el espacio, una narración necesaria a la Historia o a la Ética y que proviene del imaginario popular, y que éste lo transforma para adaptarlo al devenir”. Y añade que su “investigación pretende desentrañar los orígenes del culto popular mariano de la Caridad y su transcurrir vinculado a la historia de Cuba, mediante las técnicas empleadas por la ciencia histórica , sin que se pretenda lastimar la mística religiosa que el culto genera entre sus devotos”.
Mientras estoy escribiendo aflora en mi memoria el recuerdo del apasionado debate que suscitó la presentación de la primera edición del libro, en presencia de la autora, en la camagüeyana iglesia de La Merced, durante el primer Encuentro de Historia: Iglesia Católica y Nacionalidad Cubana, organizado por la Comisión Episcopal de Pastoral de la Cultura, en 1996. Concluida la sesión vespertina, se prolongó en los pasillos la polémica y no olvido cómo, entre otras, una atinada intervención de Mons. Carlos Manuel contribuía a serenar las exaltadas emociones. Semejantes consideraciones a las que expresó aquella tarde aparecen ahora en su prólogo:
“En definitiva, para un devoto, lo que cuenta, es su amor y confianza en María y su presencia temprana en Cuba bajo esa preciosa advocación de la Caridad. Si la imagen fue hallada en el mar o en la tierra, si llegó al Cobre de una forma u otra, si quienes la encontraron procedían de uno, de dos o de tres grupos raciales, etc., eso no cambia la naturaleza de las cosas. Es cuestión de precisiones históricas que nos gusta tener cuando se trata de cuestiones importantes”.
En su valiosísimo libro La Virgen de la Caridad del Cobre, Historia y Etnografía, publicado en el 2008 por la Fundación que lleva su nombre, don Fernando Ortiz, a propósito de su indagación sobre el origen de la imagen, ha expresado que: “…la Virgen de la Caridad del Cobre es una figuración religiosa integrada por múltiples elementos de muy diverso carácter y origen, que en aquella han venido a condensarse y cristalizar. El elemento material me parece menos interesante; más significativos e importantes son los factores espirituales. No significa tanto el origen de la efigie, obra de anónimo artista, poco notable, por cierto, como la procedencia de todos los factores que han determinado esa devoción cubana, sus matices históricos, su arraigo, su nacionalización y sus posibilidades”.
Respecto al punto que nos ocupa -la historicidad del relato- las objeciones de Ortiz son de otro orden: “No debemos excusarnos de decirlo, es poco verosímil, fuera de un celestial portento, que la Virgen del Cobre, que simplemente se compone de una cabeza y dos manos, figura sobre una sencilla armazón de listones, recubierta con indumentos de tela, pudiera aparecer flotando exacta y sin detrimento sobre las aguas de Nipe, aunque fuera la tabla, en la tradición la coloca.”
En mi opinión, un importante señalamiento de nuestro sabio está en establecer la distinción entre el orden de la fe y el orden de la razón cuando dice: “La ausencia del prodigio no destruye la fe, y no son por cierto escasas las oraciones en que la Iglesia ha combatido, a pesar del pavor popular, la predicción de milagros que no han sido probados, los cuales, so pretexto de rendir a los fieles a una mayor piedad y bondad de ánimo, por el temor diario de lo misteriosamente sacro, a menudo más despierta el descreimiento y la iconoclastia. ¡Cuán ruin y esmirriada tendría que ser la fe que sólo se basara en la credulidad de sus milagros tan intrascendente, y de sentido tan banal”.
Por otra parte, el destacado geógrafo e historiador Leví Marrero, quien descubrió los autos de 1687-1688 en el Archivo de Indias (Sevilla), en la década de los 80 del pasado siglo, no cuestiona en ningún momento el testimonio de Juan Moreno. Tampoco lo hacen los doctores Eduardo Torres Cuevas y Edelberto Leiva Lajara, quienes sí plantean que “las interrogantes que han surgido con respecto al hallazgo están relacionadas con la explicación de cómo y por qué pudo encontrarse ese objeto en las aguas de Nipe”.
Tampoco deja de dar crédito a la declaración de Juan Moreno el historiador cardeniense Ernesto Álvarez Bravo, quien ha publicado en el 2010 los Autos de 1687-1688.
El Dr. Eusebio Leal, en su presentación del libro citado de Ortiz, manifiesta que “hacia 1929, comenzó Don Fernando su indagación sobre el poético misterio del hallazgo”. Y más adelante Leal afirma que “José Juan Arrom y Leví Marrero –entre otros- hallarían pruebas irrefutables en los archivos documentales que contribuirían a fundamentar el carácter testimonial de la presencia de María en aguas cubanas”. En el mismo sentido se reafirma, al referirse a la declaratoria de “el negrito criollo (Juan Moreno), cuya longevidad le posibilitó dejar testimonio personal de la constatación del milagro”.
La expresión “poético misterio” y el término “milagro” en la pluma del Dr. Leal, me hacen pensar en su reconocimiento de una dimensión de trascendencia en el acontecimiento mariano-cubano originario, más allá de lo estrictamente histórico.
En junio pasado, también en la Iglesia de la Merced, de Camagüey, se celebró el VI Encuentro de Historia, Iglesia Católica y Nacionalidad Cubana, dedicado a la Virgen de la Caridad. En una conferencia magistral, el Dr. Leal disertó sobre La Virgen de la Caridad y el patrimonio espiritual de la nación. Al referirse a la importancia de la tradición en la investigación histórica, afirmó: “Nosotros los historiadores, sabemos por profesión, que todo lo que está escrito no necesariamente es cierto, aún hasta en los diarios, todo el que escribe un diario sabe que alguien lo ha de leer, y el Evangelio dice que no hay nada oculto que no se haya de conocer, por lo tanto, no podemos tener una fe absoluta en los papeles, aunque nuestro padre y maestro José Luciano Franco decía que el fundamento de la historia eran los documentos”.
Tenemos que agradecer a la Dra. Portuondo el haberse percatado del vacío que existía en la indagación, desde las ciencias históricas, en las últimas cinco décadas, sobre una realidad que está integrada tan íntimamente a las entrañas mismas de la nación, siendo uno de los constituyentes espirituales esenciales de su identidad, y haber emprendido valientemente su investigación que le ha llevado a reconocer a la Virgen de la Caridad como símbolo de cubanía. Pienso que tal vez en esto no le hayan faltado objetores.
Si un símbolo es una “representación sensorialmente perceptible de una realidad, en virtud de rasgos que se asocian con ésta por una convención socialmente aceptada”, en el caso que nos ocupa la representación no es fruto de una convención sino más bien se trata de una persona con quien podemos relacionarnos en nuestra intimidad y es capaz de alentarnos en nuestras esenciales búsquedas, de derramar bálsamo amoroso en nuestras heridas más profundas, cobijándonos siempre bajo su maternal manto congregante .
En nuestras mentes y corazones, reconocemos todos a Cuba cuando aparecen ante nuestros ojos el escudo o la bandera, o cuando resuena en nuestros oídos el Himno de Bayamo que evoca el inicio de nuestras gestas independentistas. Pero, ¿qué sucede cuando nuestros ojos se posan en la imagen de la Caridad del Cobre, qué representa ella en nuestras historias personales y en la historia patria, qué desencadena en lo más íntimo de nuestro ser? Hay fibras interiores que sólo resuenan ante este símbolo que tiene connotaciones de otro orden, personales, maternas.
Quienes hemos tenido el privilegio de apoyar la acogida a los peregrinos en el Santuario de El Cobre en los últimos meses, hemos recibido el extraordinario regalo de acercarnos a la experiencia intangible que palpita interiormente y que aflora al contacto con la Madre de La Caridad, esa misteriosa y confortante presencia que emerge desde el fondo de los corazones de tanto cubano, de diversas procedencias y coordenadas de vida, que visita el Santuario, la casa de la Madre, y, de alguna manera, se hace perceptible a través de: un ramo de flores ofrecido, una vela que se enciende, un exvoto depositado, una bendición pedida, una confidencia comunicada, un dolor compartido, una orientación buscada, una acción de gracias expresada, una petición balbuceda, un silencio elocuente, una lágrima que aflora súbitamente en la mejilla... Son las “razones del corazón”, de las que hablaba Blas Pascal, que trascienden las ciencias humanas.
He leído estos días el texto de una sustanciosa conferencia de Fernando Ortiz, en la Universidad de la Habana, en noviembre de 1939, titulada Los factores humanos de la cubanidad, y me ha sorprendido gratamente cuando afirma: “Pienso que para nosotros los cubanos nos habría de convenir la distinción de la cubanidad, condición genérica de lo cubano, y la cubanía, cubanidad plena, sentida, consciente y deseada, cubanidad responsable, cubanidad con las tres virtudes -dichas teologales-, de fe, esperanza y amor.
Ya nuestro Apóstol había definido la Patria, tempranamente, en la misma clave: “Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”
¿Resultaría entonces difícil descubrir lo que la mujer representada en el sagrado ícono cobrero nos ha aportado y sigue aportando, desde el mismo nombre con el que quiso irrumpir entre nosotros, en la consolidación de nuestra propia identidad, en la búsqueda de la unidad fraterna y la forja de la Patria “con todos y para el bien de todos”?
El texto de la Historiadora de nuestra Ciudad nos ha mostrado, además, cómo la Virgen de la Caridad se hizo Mambisa, su estimulante presencia en nuestras gestas independentistas y la devoción mariana cobrera de muchos de nuestros mambises que a la postre desembocará en la solicitud de nuestros veteranos al papa Benedicto XV, en 1915, para que la proclamara Patrona de Cuba.
Recuerdo ahora el testimonio autógrafo de Juan Gualberto Gómez en un libro de visita del Santuario: “La adoración de la Virgen de la Caridad exaltó siempre el patriotismo de los bravos orientales, Patriota y amante de mi pueblo y de mi raza y respetuoso de la religión de mis mayores, me inclino reverente ante la tradicional imagen del patriotismo cubano” (4 marzo 1904).
Quisiera destacar también el artículo de Fermín Valdés Domínguez, amigo entrañable de Martí, publicado en el periódico Patria el 9 de junio de 1984, en Nueva York. En él alude a la sentida devoción de su madre a La Caridad y reseña la experiencia de su viaje al Cobre, “en donde se venera a la milagrosa y cubana Virgen de la Caridad. Santa que merece todo mi respeto, porque fue un símbolo en nuestra guerra gloriosa”. Describe una peregrinación de un grupo de viudas e hijas de nuestros héroes que cada 10 de octubre iban a la ermita de El Cobre “a solicitar la milagrosa intervención de la Virgen para que al cabo reparara la guerra los horrores aún sin castigo”
Puede resultar extraño que Martí no nos haya dejado ninguna referencia a la Virgen de la Caridad. Nunca mencionó a la Patrona, sin embargo, nos ha dejado un poema, verdadera joya, en el que podríamos advertir señales profundas de su íntima devoción mariana.
El poema Virgen María ha sido rescatado por nuestros queridos Fina García Marruz y Cintio Vitier para la edición crítica de la Poesía Completa del Apóstol, con una extensa nota como para no dejar resquicio a ninguna duda sobre la autenticidad martiana, donde se afirma que este poema “se encontraba en el Archivo Nacional, anexo a un álbum con los Estatutos del Partido Revolucionario Cubano, que fue entregado, bajo acta notarial, por Inocencia Matínez Santaella, viuda de Sotero Figueroa... La tercera estrofa y los dos últimos versos parecen aludir a un momento de crisis en la vida política de Martí”
Madre mía de mi vida y de mi alma,
dulce flor encendida
resplandeciente y amorosa gasa
que mi espíritu abriga
Serena el escozor que siento airado,
que tortura mi vida,
¡qué tirano!
¡que sidera el alma mía!
¡Se rebela, maldice,
no quiere que yo viva
mientras la Patria amada
encadenada gima!
Un gran dolor la sigue
como al hombre la sombra fugitiva,
y los dos me acompañañ
junto con la fatiga.
Mata en mí la zozobra
y entre las nubes de mi alma brilla...
¡el peregrino muera!
¡que la Patria no gima!
Más allá de la advocación cubana, es la misma persona pero con sólo su nombre originario, como nos la presenta Lucas en su Evangelio. A ella que vela por la “Patria amada” acude el hombre en la hora de la angustia y soledad extremas, implorando que cese el sufrimiento de la “Patria amada que encadenada gime”.
Me ha parecido bien hacer referencia en este día al disco grabado por Bis Music que, en gran medida, es fruto de la ilusión y empeño de la Dra. Portuondo, quien la soñó desde hace casi una década y con quien confluyeron otras personas con similares propósitos, pudiéndose materializar. Lo que en principio fue sólo eso, un CD que recogiera, con nuevas versiones, temas emblemáticos, añejos y actuales, dedicados a nuestra Patrona, devino precioso álbum que contiene el disco y dos videos: uno que recoge la presentación de los temas del disco en concierto en el atrio de nuestra Catedral primada, el pasado 8 de septiembre, al final de la procesión con la imagen de la Virgen por el centro de la ciudad; el otro es un documental con entrevistas sobre la Caridad. Quisiera destacar la encomiable labor de los productores José Manuel García y Eddy Cardosa y de Gonzalo González, productor ejecutivo.
Ve la luz esta reimpresión del libro de la Dra. Portuondo coincidentemente con la aparición de tan significativo álbum, cuando estamos conmemorando el cuarto centenario del hallazgo y presencia de La Caridad del Cobre en medio de nuestro pueblo. Sé que era éste también un gran deseo de la autora.
Personalmente, experimento un íntimo regocijo y creo resulta muy significativo, que este libro lo estemos presentando a pocos metros de la Plaza que lleva el nombre del Lugarteniente General Antonio de la Caridad Maceo y Grajales, espacio que se viera bendecido por la presencia, hace 14 años, de la bendita imagen de El Cobre que fuera coronada entonces por el Papa Juan Pablo II, y, donde en menos de un mes, será nuevamente acogida con júbilo, presidiendo la Eucaristía esta vez el sucesor del papa polaco, el actual Pontífice Benedicto XVI.
Si la Dra. Portuondo se dispusiera a preparar en el futuro la tercera edición de su obra, tendría que sumergirse, para actualizarla, en un nuevo caudal de información, procedente no sólo de la inminente visita papal sino de todo lo que ha vivido nuestro pueblo en su relación con la Madre del Cobre, especialmente durante el Trienio preparatorio y el transcurso de este Año Jubilar Mariano por tan importante aniversario, convocado por la Iglesia Católica en Cuba bajo el lema “La Caridad nos une. A Jesús por María”, que ha tenido su más desbordante manifestación de piedad popular durante la peregrinación de la histórica imagen de la Virgen Mambisa que se venera en el templo de Santo Tomás, desde que comenzó su luminoso peregrinar en el Santuario-Basílica del Cobre, el 8 de agosto del 2008, hasta concluir en la Avenida del Puerto, en la ciudad de La Habana, el 30 de diciembre pasado. Esto sería, nuevamente, “trabajo para nuestra historiadora”.
Muchas gracias.
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