Muchos opinan que quien con buenas intenciones se acerca al castrismo en la búsqueda de una solución negociada en Cuba arde en llamas.
El gobierno de La Habana nunca se niega a conversar. Se sienta frente al enemigo con cara inescrutable de jugador de póker. Fija un punto intermedio a donde teóricamente desean llegar ambas partes, y apenas se inicia el primer intercambio de disparos dialécticos, con lentitud y aparente fina voluntad de bien, arría las velas del entendimiento y comienza a retroceder en sus propuestas. El dialogante acude a la cita paralizado como un conejo
ante un tigre hambriento. Y para obtener un resultado a cualquier precio, comienza a ceder, y mientras cede más endurece el comunista su posición. Hasta que llegan a un sitio donde el opositor válido ha caído en una trampa y se convierte en cómplice.
Este no es el caso de Jaime Ortega, y obedecen a otras lecturas sus declaraciones en un foro auspiciado por el centro de estudios latinoamericanos David Rockefeller en la Universidad de Harvard.
Allí dijo tres cosas específicas, la ocupación de la Basílica Menor de la Caridad en Centro Habana el pasado 13 de marzo la organizó el exilio de Miami. Los 13 disidentes que ocuparon la iglesia eran delincuentes. Y aseguró que Agustín Román le aconsejó en una ocasión que no usara el término reconciliación en Miami, pero lo que calla es que esto ocurrió en otro contexto histórico, lo cual él sabe, poniendo en tela de juicio la integridad del Monseñor ante su exilio, un hombre ya fallecido, y que no se puede defender.
Ante esto la primera reacción de disidentes y exiliados frente a Ortega ha sido recurrir a la indignación o al calificativo soez, un error. En política, y no estamos hablando de religión sino de política, las puñaladas traperas por la espalda deben recibirse con urbanidad y elegancia.
Hay quienes incluso le hacen a Ortega turbias acusaciones sobre su vida personal, lo que los pone al mismo nivel del Buró de Propaganda y Difamación de Seguridad del Estado.
Creo que en este caso lo único que cuentan son los hechos. Jaime Ortega no es un ingenuo, es inteligente, diplomático, mide sus palabras. En su discurso en el foro Iglesia y Comunidad: un diálogo sobre la Iglesia Católica de Cuba, no se le escapó una sílaba, lo que dijo fue lo que quiso decir, midió el peso específico de cada palabra y sabía las repercusiones que éstas iban a tener.
Solo un ciego puede argumentar que solo trató de abrir espacios a la Iglesia en Cuba. Su objetivo es de mucho más largo alcance.
Hay quienes conocen a Ortega desde hace un tiempito para acá. Por suerte o desgracia tengo conocimiento de sus maniobras desde que se inició en el Arzobispado el 14 de junio de 1979. Es un hombre de estrategias definidas y la suya siempre fue que la Iglesia se plegara sumisamente al castrismo. Trató de acallar las voces dignas dentro de la institución, y uno de sus primeros objetivos fue presionar para que abandonara la isla Miguel Ángel Loredo, el capellán del presidio político cubano, lo cual logró.
Sus últimas declaraciones han rendido frutos; logró dividir a la disidencia y al exilio de la Iglesia, lo cual es un error nuestro porque ella es muchísimo más que Ortega. Ha lesionado la posibilidad de que la institución se hubiera convertido en una moderadora de la problemática nacional a una desaparición del castrismo, y para mí, lo moralmente imperdonable, se atrevió a mancillar la memoria de Monseñor Agustín Román, alguien que fue un santo.
Mi mente es amplia, pienso que todo hombre, equivocado o no, está en su derecho a pensar como le dé la gana, llámese Fidel o Raúl Castro o Jaime Ortega. Pero en este episodio existen para mí un misterio, un nudo gordiano y una triste consecuencia.
El misterio fue cómo Jaime pudo sortear los mil tamices de una institución que tiene dos mil años de sabiduría y lograr que lo ordenaran cardenal. El nudo gordiano es como el Vaticano podría silenciar a quien como un elefante en una cristalería está destruyendo la credibilidad de la Iglesia ante su pueblo.
Y por último, la triste consecuencia: si una iglesia española, antimambisa y anticubana provocó que el ciudadano de a pie, hoy, los 8 de septiembre prefiera, en vez de ir a misa y comulgar, adorar a Ochún con caracoles y frutas, ¿qué sucederá cuando Jaime Ortega sea solo una pizca de volátil polvo en nuestra historia?
No veo por ningún lugar el “nudo gordiano” al que se refiere el articulista. Por su edad, y según el protocolo, Jaime Ortega ya se ha visto obligado a solicitar el retiro de su cargo. El Vaticano no se lo aceptó y ha preferido mantenerlo en el cargo. Si el deseo de Roma fuera sacar al “elefante de la cristalería” nada más sencillo que aceptarle la petición de retiro, lo cual, ya que es parte del procedimiento lógico protocolar, ni siquiera traería ningún tipo de suspicacias. Se infiere, por tanto, que Roma no está en desacuerdo con las manifestaciones y los procedimientos del cardenal cubano. Saludos. Comentario de LECTOR.
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