Marcos Antonio Ramos | Algo sobre el ecumenismo de hoy
Dr. Marcos Antonio Ramos Asesor del Instituto Jesuita Pedro Arrupe |
Lo primero que deseo aclarar es que el título de este artículo pudiera parecer demasiado pretencioso ya que el tema es demasiado amplio para unos pocos párrafos. En realidad me referiré a algunos aspectos que sobresalen en esta década. Llevar a cabo una definición lo suficientemente amplia del ecumenismo o del movimiento ecuménico resulta difícil ya que han existido, y continúan existiendo, diversas formas de ver este fenómeno. Bastaría con recordar que la palabra no significa lo mismo para todos.
En el ambiente eclesiástico, a partir del siglo IV de la Era Cristiana, encontramos la utilización de la palabra ëcuménico”, transcrición de una palabra griega cuyo significado literal pudiera ser “el mundo habitado”, lo cual vino a significar “universal”o “de carácter general”. Asi identificamos los concilios de obispos que intentaban definir doctrinas y resolver cuestiones que interesaban a la iglesia universal, pero que siguieron discutiéndose con diversos matices.
Prescindiendo de consideraciones sobre otros asuntos de finales de las edades Antigua y Media, e incluso de reuniones recientes como el impresionante Concilio Vaticano II, el cual no se limitó a cuestiones internas del catolicismo y se proyectó en forma significativa a promover la unidad entre los cristianos, algo que hoy asociamos generalmente con la palabra “ecuménico”, llegamos a los momentos más recientes.
Tanto los esfuerzos de esa naturaleza realizados por la Santa Sede y por las distintas instancias juridiccionales del catolicisimo romano y las órdenes religiosas en comunión con Roma, como los que desde el siglo XIX y sobre todo del siglo XX realizan entre sí las iglesias protestantes o evangélicas, intentando acercarse unas a otras en el entorno creado en el cristianismo por la Reforma del siglo XVI, todo eso, nos permite llegar a este instante en la historia de la religión cristiana.
La secularización prevaleciente en la mayoría de las regiones del planeta, ya sea como anticipo o como aspecto que indica para muchos la llegada de una era poscristiana ha incidido en una intensificación de la actividad ecuménica..
Es cierto que “ecumenismo” no indica necesariamente la misma cosa para todos, pero existe ahora cierta forma de ecumenisimo que va notándose hasta en ambientes que hasta ahora sólo lo veían como un proyecto determinado y específico de una confesión cristiana en particular.
Para algunos, con las razones que son ampliamente conocidas, el ecumenismo apunta hacia la meta lograr la unidad estructural y doctrinal de las iglesias cristianas. Ese proyecto tiene validez pero para otros ha venido a significar simplemente mejores relaciones entre las iglesias y movimientos cristianos y una necesidad, cada día mayor, de cooperación interconfesional. Dejamos a cada uno que determine cuál es su intención, sea esta mediata o inmediata, pero preferimos, al menos en este breve trabajo, señalar algunas señales que de alguna manera pudieran en cierta forma interpretarse como avance ecuménico.
Hace ya bastante tiempo se han realizado esfuerzos y creado agencias de cooperación entre los cristianos. Al mismo tiempo conversaciones y acuerdos han inspirado a todo un gran sector del cristianismo. La Iglesia Romana y las confesiones protestantes históricas no están ahora viviendo las ya lejanas confrontaciones de los siglos XVI y XVII y de épocas más recientes.
En ocasiones se trata de coincidencias significativas entre cristianos con una teología más liberal o más conservadora. En este último caso, cosa muy curiosa, no se trata de coincidencias entre confesiones históricas (catolicismo, protestantismo y ortodoxia oriental) algo que ya va durando más de medio siglo, desde la década de los sesenta, sino vemos cierta afinidad entre católicos tradicionalistas y evangélicos fundamentalistas, lo cual es más visible en Estados Unidos, pero que se ha manifestado en otras geografías. Tal vez eso tenga más relación con la política que con el ecumenismo al que estamos acostumbrados. Es en buena parte una reacción común al avance del secularismo. Quizás no podamos utilizar la palabra “ecuménico” para referirnos al fenómeno, pero el mismo no está totalmente desvinculado a la materia.
Las visitas papales a países de tradición protestante y sus constantes referencias a sus hermanos protestantes y ortodoxos, hechas con un bello lenguaje de fraternidad y la evidente simpatía y hasta de admiración de los medios de comunicación de las iglesias protestantes históricas hacia el papa Francisco, son cosas realmente impresionantes. El trato equilibrado y hasta comprensivo otorgado por el catolicismo oficial hacia la celebración del quinto centenario de la Reforma y el abrazo sincero entre el Papa, Obispo de Roma, y el Patriarca de Rusia, son signos de nuestro tiempo, independientemente de diferencias históricas y teológicas.
A veces me pregunto si ante la amenaza del secularismo y la llegada, real o imaginaria, de una era poscristiana, estamos enfrentando algo muy hermoso, más allá de discusiones teológicas o eclesiológicas. Ojalá estemos aplicando entre nosotros, algo que debemos extender a todos los mortales, sean o no cristianos, el cumplimiento de algo que no debemos olvidar o subestimar, es decir, de aquel divino mandato de “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”.
El lector dirá, con toda razón, que no he escrito casi nada sobre el ecumenismo en aspectos teólogicos y eclesiológicos, eso se puede dejar para otra ocasión. Hoy me he limitado a una forma de ecumenismo como reacción ante un problema común y me he refugiado en el ecumenismo del amor. Podemos defender y sostener nuestras creencias, reconocer las diferencias, pero nunca dejar de amarnos e intentar comprendernos. Me despido como en mis días de pastorado activo, pronunciando junto a la bendición apostólica, aquellas palabras veterotestamentias: “El Señor te bendiga y te guarde; haga el Señor resplandecer su rostro sobre ti, y tenga el Señor de ti misericordia; alce el Señor su rostro sobre tí, y ponga en ti paz.” Amén.
Fuente:
El Ignaciano (Publicación trimestral del Instituto Jesuita Pedro Arrupe)
Marzo 2018
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