MARCOS ANTONIO RAMOS: SANTO DOMINGO Y HAITÍ, LAS HUELLAS DE LA HISTORIA
SANTO
DOMINGO Y HAITÍ, LAS HUELLAS DE LA HISTORIA
Marcos
Antonio Ramos
El historiador y etnólogo
haitiano Jean Price-Mars terminó el tercero y último volumen de su obra “La
República de Haití y la República Dominicana” (Puerto Príncipe, 1953) con
aquellas tristes palabras, muy difíciles de olvidar para los interesados en el
viejo conflicto entre dos pueblos hermanos: “No querría ser profeta de
desgracias. Pero, tal como le sucedió a Casandra, veo el horizonte ensombrecido
por nubes grávidas de tormenta.” El actual problema inmigratorio y decisiones del Tribunal
Constitucional dominicano inciden en un diferendo con raíces en las “Devastaciones
de Osorio” a principios del siglo XVII, tratados entre potencias extranjeras, invasiones
al territorio dominicano y contradicciones que se unen a errores de los
gobernantes, tan falibles como aquellos que no hemos aspirado al ejercicio del
poder.
Y así llegamos a un nuevo capítulo de
una larga, larguísima historia, diferente, pero con puntos de contacto con
otras situaciones. Por un momento pasemos de la historia a la actualidad. En Estados
Unidos se deportan más hispanoamericanos que nunca antes y una ley de reforma
inmigratoria duerme el sueño de los justos a pesar del “sonido y la furia” de
los demagogos congresionales y los aspirantes presidenciales de turno. Los medios
de comunicación nos dan a conocer cotidianamente los graves problemas
inmigratorios en Europa y la xenofobia utilizada contra personas que proceden
de pueblos que han reemplazado en ése continente a los judíos como objeto de
burla y persecución. Algunos quizás hasta renovarán intentos de canonizar a
Isabel y Fernando, a quienes por otras razones admiro, o a alguno de sus sucesores,
por aquellas deportaciones masivas de judíos y musulmanes nacidos en la
Península Ibérica y con antepasados nacidos en ella siete siglos atrás.
Pues bien, como casi todos conocen, el tema de las últimas
semanas ha sido la decisión del Tribunal Constitucional de la República
Dominicana sobre la ciudadanía de los hijos de haitianos nacidos en Quisqueya. En
Norteamérica estamos acostumbados a problemas inmigratorios. Aquí viven
millones de seres humanos a los que se califica de “indocumentados”, los cuales
no tienen seguridad alguna sobre su futuro. Sus hijos, llegados al país en su
más temprana niñez, pueden ser deportados a tierras que no conocen y no tienen
acceso a programas universitarios a pesar del fallido intento de favorecer a
los que se designa ahora como “dreamers”, soñadores con un futuro mejor.
En la región donde resido los pobladores estamos cerca de las
Bahamas, el archipiélago nación que encarcela y deporta balseros haitianos y
cubanos en cantidades apreciables. El trato que estos reciben ha sido criticado
reiteradamente o ignorado, según el caso. En el sur de la Florida tratamos de entender
una política discriminatoria, confusa, profusa y difusa de “pies secos” y “pies
mojados” en relación a balseros que llegan de Cuba mientras se habla de vez en
cuando acerca de la vieja y quizás obsoleta “Ley de Ajuste Cubano”. Pero el
tema domínico-haitiano en cuestiones de inmigración y ciudadanía se discute
ahora con frecuencia, como en tantos otros lugares. Junto a cubanos y otros
hispanoamericanos aquí residen miles de haitianos y dominicanos. Tenemos
Pequeña Habana, Pequeña Haití y ahora Pequeña Santo Domingo. Gracias a Dios.
Moviéndome hacia el
“wild wild west”, el oeste norteamericano, y utilizando un poco la imaginación,
es probable que hasta en Arizona, el territorio del “sheriff” Joe Arpaio,
ilustre “patriota” que ha llegado a servir “pan y agua” como castigo a
prisioneros con “comportamiento antipatriótico” y se dedica a complicarle la
vida a extranjeros “indocumentados”, exista quizás algún hispano que prefiera
criticar a República Dominicana y su Tribunal Constitucional antes que al
“benemérito prócer”, ejemplo de la más “sana” xenofobia “patriotica” y
nacionalista del momento.
Desde ahora reconozco que no me agradó
la decisión del Tribunal Constitucional, pero reconozco que se trata de un
asunto demasiado complejo para discutirlo minuciosamente con un artículo o una
declaración al vuelo. Claro que se trata de un problema que debe resolverse de
alguna manera aceptable para todos, o al menos para la mayoría. Recuerdo, de
paso, la política de la muy admirada Confederación Helvética (Suiza) y otros
países que a través del tiempo han exigido abuelos nativos para conceder la
ciudadanía a nietos nacidos en su territorio. Pero hay promesas oficiales de no
deportación, hechas por las más altas instancias del gobierno dominicano.
También se habla de buscar formas de naturalización para los afectados por la
decisión del tribunal. Se trata, pues, de un tema complicado, sobre todo para
los no especializados en la materia. Pero vuelvo a señalar que hay que resolver
el asunto. No puede ocultarse debajo de alguna alfombra o minimizarse.
Lo que tampoco me parece correcto es
que las informaciones no vayan a mayor abundamiento en cuestiones históricas y
culturales. Tampoco encontramos en todas ellas, aunque sí en algunas, las adecuadas
y cuidadosas referencias a los problemas económicos que experimenta no sólo
Haití sino también la República Dominicana. Nos preguntamos qué sucedería en
cualquiera de los países representados entre nosotros en estas tierras del
“Septentrión”, si los habitantes de origen extranjero llegan a representar un
porcentaje tan alto en regiones enteras que la identidad nacional corriera
peligro de desaparecer casi por completo.
Nada de lo anterior debe ser utilizado
para evitar buscar una solución justa a un problema humano. Pero me duele que
algunos protesten por la situación en Santo Domingo y ni siquiera hayan
participado en una protesta, firmado un documento o escrito un artículo
denunciando a los que en esta gran nación del Norte obstaculizan todo intento
de reforma inmigratoria.
La historia tiene lecciones
imborrables. Se expresa “gran preocupación” por la presencia de habitantes de
las antiguas colonias europeas en el Viejo Mundo, se defiende la identidad
cultural estadounidense afectada por cambios demográficos, se vota por algún político
abiertamente opuesto a la inmigración, pero se hacen comentarios fuera de
contexto sobre la situación dominicana. Algunos se rasgan las vestiduras, pero
aplican un criterio altamente selectivo y caprichoso al tratar asuntos de
ciudadanía e inmigración. No hay algo nuevo en eso. Por ejemplo, he escuchado,
a algunos que critican la decisión judicial dominicana, referirse a que la
reforma inmigratoria en EE.UU., no debe conducir a la eventual adquisición de
la ciudadanía de aquellos que puedan “legalizarse” entonces como simples extranjeros
residentes de segunda, tercera o cuarta categoría.
Creo que la cuestión no consiste en
criticar o defender alguna posición en forma incondicional sino en buscar una
solución razonable, reconociendo que este diferendo domínico haitiano, por
darle un nombre, no es algo sencillo. Entre otras razones, por situaciones
históricas innegables. Además, el país
está aquejado no sólo de problemas inmigratorios sino de corrupción,
polarización política, violencia y delincuencia, como otros países vecinos. No
se trata de acudir al reduccionismo. Los problemas son muchos y este artículo
no ha sido escrito para ocultar esa triste realidad.
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