VICENTE ECHERRI: Danza macabra



Siento discrepar con el entusiasmo que mis lectores puedan tener por la fecha de hoy: los truculentos y macabros disfraces con que suele celebrarse Halloween y que tanto divierten a niños y adultos. Hay en la fiesta una exaltación obscena de lo grotesco, que parece acentuarse cada año por la iniciativa de toda una industria dedicada a ese fin. Aunque no crea que los demonios anden sueltos, evito salir a la calle en este día y me repugnan los desfiles de monstruos. Tampoco suelo abrirles la puerta a los niños que vienen buscando caramelos. Los niños me son muy simpáticos, pero sucede que siempre se me olvida comprar los caramelos y temo decepcionarlos, sobre todo porque no es verdad que tengan reservada alguna travesura (el trick) para los que no les den nada, nunca cuentan con esa posibilidad. Un día, hace años, extremando mi crueldad, le dije a un bando de brujitas y gnomos a la puerta de casa: “ There is no treat, where is your trick?” Y casi me muero de pena al advertir su desconcierto: no tenían nada preparado en mi contra.

Sin embargo, a pesar de la profunda raíz pagana que se encuentra en los orígenes de esta fiesta, asociada al final de la cosecha y al culto de los muertos, ha sido una celebración incorporada al calendario cristiano desde hace muchos siglos. El término en inglés es una contracción de All Hallows Evening, es decir, la “Víspera de Todos los Santos”, festividad esta última que la Iglesia tiene en su calendario desde el siglo VII y en la fecha actual del 1 de noviembre desde el año 835.

En la Iglesia primitiva, “santos” eran todos los que habían muerto en la fe de Cristo. Con el paso del tiempo, el cristianismo oficial fue reservando la categoría de “santos” a los que habían tenido una vida de piedad ejemplar o habían muerto por dar testimonio de su fe (mártires en su acepción original); de ahí que el resto de los fieles difuntos encontró un día de especial recordación al siguiente de Todos Los Santos, que en inglés se conoce como All Souls’ Day. A estos dos días antecedían los festejos de la Víspera, no faltos de reminiscencias paganas, que venían a completar así el triduo de Todos los Santos, cuando los pueblos del norte de Europa, finalizada la siega y el almacenamiento de sus granos, se preparaban para adentrarse en el invierno.

Una antigua tradición afirmaba que las almas de los que habían muerto a lo largo del año hacían un último intento de aferrarse a lo terrenal en Halloween, tiempo en el que podían salir en busca de sus enemigos, o de personas muy queridas, a las que deseaban llevarse consigo antes de pasar a otro plano; de aquí que los mortales apelaran a disfraces para engañar la rapacidad de estas almas en pena. Cuando el movimiento protestante eliminó la idea del Purgatorio y recluyó las almas de los muertos en el Cielo o en el Infierno, sin posibilidades de salida; las visitaciones sobrenaturales de Halloween –en la Europa protestante– no podían ser más que espíritus malignos, los cuales, al parecer, encontraban alguna libertad especial esa noche para hacer de las suyas con ayuda de brujas, sus aliadas convencionales. Brujas y demonios establecieron así un consorcio en el folclor que llega a Estados Unidos con alguna pujanza en el siglo XIX.

Halloween, con su carácter de víspera mundana de la solemnidad de Todos los Santos, guarda un paralelismo con las tres jornadas de Carnaval que anteceden al Miércoles de Ceniza. En uno y otro caso se legitima el enmascaramiento y el júbilo como auténticas evasiones frente a la muerte y nuestro destino de polvo. Se trata de una burla desesperada y patética de nuestra inescapable condición de seres perecederos. Acaso nada exprese mejor esta inconformidad que la Danza macabra, que encontró representaciones visuales en iglesias, cementerios y grabados de libros desde la Edad Media y que consiste en el grotesco baile, en torno a una tumba, de varios esqueletos de distintos rangos sociales: un papa, un emperador, un rey, un niño y un labriego, quienes también recitan, o cantan, parlamentos que subrayan la fútil vanidad y la igualdad de todos ante la muerte.

La fiesta de Halloween vuelve de nuevo a recordarnos, ruidosamente y con todo un muestrario de esperpentos, lo poco que somos. Tal vez con ello cumple un cometido moral y social, amén de consistir en una suerte de conjuro con el cual se intenta evadir el horror de la cita final. Por ello tal vez tenga su mérito, pero a mí sigue sin gustarme.

© Echerri 2013




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