VICENTE ECHERRI: Cuando el castigo debe ser la muerte



Read more here: http://www.elnuevoherald.com/2013/10/25/v-print/1599536/vicente-echerri-cuando-el-castigo.html#storylink=cpy
El terrorista libio Abu Anas al-Libi –acusado de dirigir los atentados contra las embajadas estadounidenses en Kenia y en Tanzania en 1998 y a quien fuerzas especiales de EEUU arrestaron frente a su casa en Trípoli el pasado 5 de octubre– será procesado por sus crímenes en un tribunal de Nueva York.

 

Abu Anas al-Libi

El presunto cabecilla de Al Qaeda ya ha comparecido un par de veces ante el juez y su juicio se reanudará en diciembre. Como era de esperar, se ha declarado inocente de los delitos que le imputan y ya dispone de un abogado pagado por el gobierno libio que, después de haber colaborado con su arresto como todo el mundo sospecha, quiere hacer un alarde de equidad.

El proceso promete ser arduo y largo, infinitamente largo si se le compara a la instantánea brevedad con que los explosivos que estallaran por orden de este sujeto cegaran la vida de decenas de personas aquel 7 de agosto hace ya 15 años. Si la justicia ha de ser bien servida, tendría que ser un poco más expedita, al menos en estos casos. De ahí por qué uno se explica que a Osama bin Laden prefirieran matarlo que juzgarlo. Tal vez en esta ocasión debieron haber hecho lo mismo.

No es el primer caso de acusados de terrorismo en otros países y extraditados a Estados Unidos a quienes procesan en un tribunal de Nueva York. Ignoro si esta ciudad disfruta de algún estatus especial en relación con delitos cometidos fuera del territorio nacional; pero sí sé que nunca, desde que se reimpusiera la pena de muerte en el país, han ejecutado a ningún reo en Nueva York, no importa cuan abominable o atroz haya sido su crimen. Tal vez esa lenidad o renuencia de los jueces en imponer la pena de muerte sea la razón por la cual juzgan aquí a estos individuos.

Estados Unidos es la única de las grandes democracias occidentales donde pervive la pena de muerte que muchos consideran como una rémora de tiempos más violentos y bárbaros. Las iglesias y las instituciones defensoras de los derechos humanos (como Amnesty International y Human Rights Watch) no cesan en sus críticas a los países donde todavía se aplica, si bien hay una gran diferencia entre regímenes despóticos –como Corea del Norte, China e Irán, donde la pena capital es un instrumento más del terror– y Estados Unidos, en que se mantiene, con un enorme repertorio de garantías procesales, como el derecho último de la sociedad para el castigo de crímenes horribles.

Aquí entramos en un terreno en disputa. Los defensores a ultranza de la santidad de la vida afirman que nadie –ni siquiera la sociedad constituida– puede privar a otro ser humano de su derecho a existir; sin embargo, entre opositores a la pena de muerte no faltan los que apoyan las guerras “justas” donde el número de soldados, inocentes de cualquier delito, que puede morir y que de hecho muere suele ser muchas veces mayor que el de los criminales que terminan siendo ejecutados.

Aunque a mí no me han faltado dudas sobre la utilidad de la pena de muerte, he llegado a convencerme de su triple naturaleza profiláctica, compensadora y aleccionadora que hace de su práctica un instrumento válido en la aplicación de la justicia.

En la comisión de un delito tan grave como el asesinato (sobre todo si es indiscriminado como el que cometen los terroristas), el ofensor se margina a sí mismo de la convivencia civilizada, se torna un paria que la sociedad tiene el derecho de desarraigar: debe morir por pura asepsia, de igual manera que extirpamos una malignidad. Asimismo, la muerte del asesino, aunque no le devuelve la vida a sus víctimas, restaura el equilibrio emocional y moral de los deudos de éstas, les permite trascender el momento sin resquemores, sabiendo que la ley y sus verdugos han hecho una labor reparadora. Finalmente, creo que la pena de muerte sí tiene un efecto ejemplarizante y disuasivo, aunque a lo largo de la historia no hayan faltado grandes criminales no obstante haber patíbulos.

Es casi seguro que a Abu Anas al-Libi le impondrán cadena perpetua, o la suma de varias de ellas, como para que nunca más pueda salir en libertad; pero no me parece justo que este sociópata coma y beba y disponga de una celda climatizada y lea el Corán y lo atienda el dentista, costeado por los impuestos que pagamos todos, hasta que la naturaleza haga su obra. A veces hay que ayudar a la naturaleza, con una cuerda o una inyección letal.

© Echerri 2013


Comentarios

Entradas más populares

LA PIRAMIDE DE MASLOW Y LA SITUACION CUBANA

EN MEMORIA DEL PADRE FERNANDO ARANGO

Marcos Antonio Ramos | Algo sobre el ecumenismo de hoy

Fallece en Santo Domingo el Hermano Alfredo Morales

Siro del Castillo: exilio, entrega y colores

UN EVENTO QUE NO DEBE SER OLVIDADO: Primer Congreso Nacional Católico de Cuba

HISTORIA DE CUBA | Perucho Figueredo y su verdadera fecha de nacimiento

POLITICA HACIA CUBA | Donald Trump: ¿Cambios en la política hacia Cuba? Por: Nicanor León Cotayo

PUNTOS DE VISTA: EL MEDIO ORIENTE Y NOSOTROS