CARLOS EIRE: La Iglesia y la dictadura


Carlos Eire


Por qué la Iglesia Católica en Cuba está trabajando codo con codo con la dictadura de Castro, incluso hasta el punto de colaborar en la expulsión de disidentes de la isla o de colocar declaraciones en su sitio web oficial que apoyan al régimen actual?
En la superficie, podría parecer que la Iglesia ha tomado una postura pragmática, una postura que tiene una larga historia: la de disminuir la persecución abierta por cualquier medio posible. A fin de cuentas, la Iglesia Católica tiene una larga historia de compromiso con gobernantes seculares, por una razón simple: como no tiene ejército, y está oficialmente comprometida a poner la otra mejilla, siempre tiene las de perder en enfrentamientos con el Estado. La Iglesia lo sabe demasiado bien.

Veamos, por ejemplo, su experiencia en el siglo XVII en Japón, donde fue totalmente aniquilada después de haber logrado grandes avances, y donde los creyentes fueron horriblemente torturados antes de que los mataran, en formas que hacían parecer la crucifixión un castigo leve. O el caso de la Inglaterra en la época isabelina, donde los católicos también fueron eliminados, después que el Papa excomulgó a la reina, y donde cada cura católico capturado por las autoridades era destripado, colgado y descuartizado.
Con esa historia, la conducta conciliadora de la jerarquía cubana no debería sorprender a nadie. Pero la realidad es que le choca a muchos cubanos, porque su Iglesia no parece estar poniendo la otra mejilla, ni siquiera haciéndose la vista gorda: en realidad parece apoyar la ideología y las medidas represivas de los dictadores. Nada prueba esto de forma más convincente que un documento emitido en 1986 por el Encuentro Nacional Eclesial Cubano, el cual, en vez de pedir el fin de los abusos contra los derechos humanos en la isla, pidió una “reconciliación” con el régimen de Castro y declaró que el socialismo “nos ayudó a considerar más a los seres humanos… y nos mostró cómo dar, por justicia, lo que solíamos dar por caridad”. Cualquiera con el menor conocimiento de la teología católica no debe tener dificultades para ver todas las herejías en esa declaración.

Últimamente, llegar a un arreglo con los dictadores se ha convertido en el sello del cardenal Jaime Ortega y Alamino. Para ver esto de primera mano, sólo tiene que visitar el sitio web de la diócesis de La Habana, donde el cardenal muestra abiertamente su compromiso con las nociones castristas de “justicia social” y defiende la legitimidad del actual Estado policial. En el verano del 2010, al organizar abiertamente la expulsión de docenas de disidentes de Cuba, el buen cardenal decretó en su sitio web que cualquiera que hubiera tratado de socavar el status quo no debería tener voz en la determinación del futuro de Cuba. En otras palabras, el cardenal expresa habitualmente su compromiso ideológico con las políticas represivas del régimen de Castro, todo esto en nombre del “igualitarismo” y la “justicia social”.

Es mucho más difícil entender el objetivo de la próxima visita a Cuba del papa Benedicto XVI. En los cinco años pasados, algunos funcionarios del Vaticano han restado importancia a los abusos contra los derechos humanos en Cuba, pero no se puede culpar al Santo Padre por la insensibilidad de esos funcionarios. Y es muy probable que tenga su propia agenda. Teniendo en cuenta su cercanía al difunto Juan Pablo II, su disgusto con la teología de la liberación, y sus propias experiencias de niño en la Alemania nazi (un Estado “modelo” conscientemente repetido por los hermanos Castro), indudablemente se opone a la opresión del pueblo cubano. El papa Benedicto quizá tenga el propósito de socavar los cimientos del palacio de los Castro mediante su visita, pero podría estar subestimando la astucia de los hermanos, así como la de su propio hombre en La Habana, el cardenal Ortega.

Un reciente artículo del Miami Herald citaba a un “experto” en temas cubanos: “La Iglesia ahora es un socio de Raúl en la búsqueda de un sistema más productivo, más efectivo, y en la creación de una atmósfera favorable para una transición sin violencia”. Esta cita necesita cierta decodificación para los que nunca han vivido en la Cuba de los Castro. Una forma mejor de resumir la situación actual es esta: la Iglesia quiere mantener el status quo, en vez de fomentar una transición genuina. La única transición que están contemplando es la inevitable muerte de Fidel y Raúl, y para ellos “sin violencia” significa “sin los dos millones de exiliados y sin democracia”.

Escritor cubanoamericano, profesor de la Universidad de Yale.



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