MARCOS A. RAMOS: La Resurrección por encima de las opiniones


Diario Las Americas 
Publicado el 04-07-2012

Por Marcos Antonio Ramos


La semana que ha terminado se caracterizó por una larga lista de opiniones contradictorias sobre la visita papal a Cuba. Pero la Semana Santa se va imponiendo en el ambiente y hoy celebramos la Resurrección de Cristo de entre los muertos. La figura más importante de todos los tiempos, Jesucristo Nuestro Señor, proclamó una esperanza que trasciende acontecimientos temporales, triunfos y fracasos. La Iglesia o más bien las Iglesias, han enfrentado dificultades de todo tipo, han cometido errores comparables en algunos aspectos a los de otros movimientos y merecen estar sujetas a crítica como cualquier otra institución integrada por mortales. Su actuación en aspectos institucionales ha dejado en ciertos períodos mucho que desear, a la vez que se han realizado contribuciones extraordinarias y beneméritas muy difíciles de superar por otros sectores. Basta estudiar minuciosamente los registros históricos que no proceden de las interpretaciones oficialistas de unos y de otros. En medio de ese ambiente humano acudimos a lo sobrenatural y celebramos por fe la Resurrección, confiando en que los méritos del Cristo crucificado abren a los pecadores, es decir, a todos nosotros, el camino de la vida eterna y confirman una esperanza del pueblo de Dios.

La importancia del viaje del papa Benedicto XVI a Cuba es evidente, entre otras razones, hasta por esa variedad de opiniones que se han ofrecido en relación con el mismo. Puede publicarse todo un catálogo de evaluaciones de este ya famoso recorrido. Si el gobierno logró el objetivo de proyectar de cierta manera un ambiente de apertura o de reforma y la Iglesia obtuvo alguna concesión, todo eso debe ser analizado con mesura sin olvidar los indispensables matices y las imprescindibles consecuencias mayores o menores. Por ejemplo, el no recibir a algún representante de la oposición no será perdonado fácilmente por muchos cubanos, independientemente de explicaciones diplomáticas o de protocolo. Así es la vida y las organizaciones religiosas no se escapan de ella aunque tengan status de nación.

La Iglesia cubana se ha fortalecido desde los años noventa, aun años antes de la gran visita de Juan Pablo II en 1998, la cual sirvió de escenario a Fidel Castro para hacer resaltar concesiones que se iniciaron con anterioridad, en 1992, con la proclamación del estado laico en reemplazo constitucional del ateísmo oficial. La trascendencia de aquel notable viaje papal a fines fue magnificada por algunos que albergaban esperanzas para el futuro de Cuba, pero no debe dejar de ser reconocida en lo que a la Iglesia respecta.

El viaje de Benedicto XVI no despertó el mismo grado de entusiasmo ni contó con todos los elementos que favorecieron el anterior, como la presencia del carismático Juan Pablo II, pero la Iglesia cuenta con mayor feligresía y el gobierno se ha visto presionado a realizar reformas mínimas en ciertos aspectos, entre ellos el religioso, sin alterar su esquema político. Como en 1998, el gobierno logró que gran parte de la concurrencia estuviera integrada por sus partidarios enviados especialmente a los actos. Esa información llega gracias a testigos presenciales con suficiente conocimiento de la situación religiosa en Cuba como para no dejarse llevar por pasiones estadísticas. Uno de ellos estuvo presente en un área de la concentración habanera en que no contempló a alguna persona en actitud verdaderamente religiosa durante la liturgia. Por supuesto que esto no debe exagerarse ni extenderse a toda la multitud.

Episodios que revelaron la presencia de controles ejercidos para mantener en paz al auditorio en La Habana y Santiago no deben sorprendernos. Y la visibilidad obtenida por la Iglesia, como en 1998, y por el Sumo Pontífice, así como lograr convertir al Viernes Santo en día feriado, no son cuestiones que señalen un rumbo definitivo, permanente, en la política oficial, ni siquiera el gobierno lo pretende así.

Existe la posibilidad de sucumbir a apreciaciones a larga distancia. La asistencia a los templos y lugares de culto aumentó en los noventa y ese crecimiento se notaba. Pero en buena parte del país esto se ha detenido a pesar de la generosa ayuda que las iglesias ofrecen en Cuba a los necesitados. Algunos generalizan la situación en secciones de La Habana, Santiago de Cuba y otras ciudades y la extienden a otras comunidades donde la religiosidad activa no supera escasos puntos porcentuales. Se conocen casos como los de una importante ciudad de 60,000 habitantes en la que sólo 2,500 asistentes regulares frecuentan las Iglesias católicas y protestantes.

En un país de 11,2 millones de habitantes, sólo unos pocos cientos de miles asisten regularmente a misa y la comunidad protestante, aunque favorecida en algunas regiones con mejores cifras de asistencia regular, si se suman todas sus confesiones, no ofrece un cuadro considerablemente superior. Con excepción del cuasi oficioso Consejo de Iglesias de Cuba, la mayoría de las Iglesias protestantes cubanas, sobre todo las de mayor feligresía, estuvieron ajenas a la visita del actual Obispo de Roma, lo cual no sucedió con la visita de Juan Pablo II. Un sector ecuménico constituyó la excepción entre los protestantes. La mayoría de los evangélicos cubanos son fundamentalistas.

Lo anteriormente expresado constituye un recordatorio de que no existe un frente religioso unido en Cuba, como tampoco una población caracterizada mayoritariamente por la práctica institucional de alguna forma de religiosidad. Jamás la asistencia a un acto magno equivale a una alta práctica de la religión. Lamentablemente, debe añadirse que un sector de nuevo cuño, integrado por confesiones no históricas o fundamentalistas no tiene relaciones con la Iglesia católica. Por otro lado, la indiferencia de gran parte de la población hacia la política gubernamental y sus reformas anunciadas no podrá ser modificada con un acercamiento entre la Iglesia y el Estado. Ni siquiera mediante un concordato.

De la misma manera que los cambios generacionales afectarán al gobierno, será necesario seguir de cerca esa situación en la jerarquía católica. Prelados con mayor resistencia a pretensiones oficialistas, como Mons. Ciro Bacallao en Pinar del Río y el Arzobispo Pedro Meurice en Oriente, no forman ya parte del gran escenario religioso cubano. Curiosamente, un muy prominente Obispo extranjero, Monseñor Tomás Wenski de Miami, desempeñó un papel interesante con su homilía habanera, un desafío más abierto que otros.

Los cubanos seguirán ocupados con su supervivencia personal y la juventud ansiosa de trasladarse a nuevos escenarios geográficos, la oposición seguirá sometida a presiones que resultan evidentes, para muchos la desesperanza no ha sido sustituida por la esperanza, ni las restricciones a la religión, aunque menores que antes, alcanzan todavía el nivel de libertad religiosa como se entiende en Occidente.

El papel interlocutor concedido en situaciones específicas a la jerarquía católica, no implica todavía un ejercicio realmente transicional, ni será necesariamente aceptado de inmediato por otras confesiones religiosas y por toda la oposición o por un apreciable sector de lo que sobrevive en Cuba de la sociedad civil. Pero se nota cierta transformación en actitudes y percepciones ante la realidad de un sistema político y económico que el mismo gobierno admite en cierta forma que no ha funcionado como se esperaba.

Más importante que luces y sombras de cualquier actividad humana, es fundamental el tema de la Resurrección. Cada vez que notamos las limitaciones de la condición humana es bueno ratificar la fe en los valores del espíritu, celebrando, sin importar lo que nos rodea y el inevitable comentario de la actualidad, el hecho más trascendental de la historia. Como la Navidad y el Viernes Santo, el Domingo de Resurrección nos recuerda “…que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre”.

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