Vicente Echerri
Vicente Echerri es un escritor cubano, autor de poesía (Luz en la piedra, 1986; Casi de memorias, 2008); ensayos (La señal de los tiempos, 1993) y relatos (Historias de la otra revolución, 1998, y Doble nueve, 2009)


A casi cuatro meses de la toma de posesión, la presidencia de Donald Trump ya puede calificarse de fiasco. Si nos anticipamos a juzgar el resto de su mandato por este preámbulo, el resultado sería profundamente desmoralizador: una presidencia salpicada de escándalos y una agenda incumplida, a pesar de los gestos y las palabras altisonantes. El último The Economist caricaturizaba al Presidente cabalgando pomposamente en un caballo de madera, mientras un elefante y un asno (símbolos de los dos grandes partidos) lo miraban consternados.

El presidente que fue electo para blindar las fronteras, impedir la fuga de empresas, reconstruir la decadente y maltrecha infraestructura del país, robustecer las Fuerzas Armadas, mantener a raya a nuestros enemigos internos y dotarnos, entre otras cosas, de un mejor seguro de salud, puede que no pase de hacer el ridículo. Ya en ese capítulo podría afirmarse que supera a cuantos le han precedido en el puesto desde que se fundara la nación. Así de grave.

La clase política no oculta su preocupación. Republicanos y demócratas por igual miran asustados hacia la Casa Blanca donde un grandulón da diarias muestras de su incompetencia. El partido de la oposición precisa de un interlocutor y los republicanos de un líder. Donald Trump se muestra incapaz de ser lo uno y lo otro. Aunque tiene 70 años, se comporta como un muchacho travieso que sigue los dictados de su improvisación, la cual, por demás, lejos de ser acertada como suele mostrarse en los estadistas intuitivos, se ha traducido en un repertorio de tropiezos.


En pocas semanas el Presidente ha visto deshechas o coactadas algunas de sus principales iniciativas: el muro fronterizo con México —la más reiterada y polémica de sus promesas electorales— no encuentra, de momento, lugar en el presupuesto del presente año fiscal; la reforma sanitaria se empantana por falta de entusiasmo entre los propios republicanos; los decretos para frenar la inmigración provocan cortapisas judiciales; la política externa se bambolea entre declaraciones amenazantes y apaciguadoras: los chinos son, a un tiempo, el problema y la solución… No es posible evitar el sentimiento de avergonzado estupor. A los que no nacimos en este país —pero lo hemos elegido con entusiasmo para encaminar en él nuestras vidas— la distancia que nos brinda la experiencia sirve para incrementar el sobresalto. La dignidad de la primera magistratura del Estado se degrada sin que parezca que nada sea capaz de impedirlo.

Con iracundia y en el pobre vocabulario de eso que llaman un “analfabeto funcional” responde Donald Trump a los obstáculos con los que a diario choca y en los cuales, a jirones, va dejando el prestigio de la presidencia. Frente a las dificultades que le impiden el cumplimiento de su agenda, no encuentra nada mejor que arremeter contra la prensa, la cual le devuelve el ataque con saña: la incontrastable caja de resonancia de los medios de difusión más poderosos de la tierra amplifica desmesuradamente el escarnio que él mismo se inflige. Es realmente patético.

¿Cómo es posible que esto esté sucediendo? Es el resultado directo, por fuerza hay que admitirlo, del ejercicio de la democracia sin control. No es posible que el tesón y el dinero basten para llegar al sillón más importante del mundo, cuando para cargos de mucho menos rango y responsabilidad se exigen notables y minuciosos requisitos. Tal vez ha llegado la hora de legislar los méritos, capacidades, conocimientos, etc., que deben exigirse de antemano a cualquiera que aspire a la jefatura del Estado. La democracia se ejercería, entonces, a partir de esa criba. Entre tanto, por defecto de las instituciones, tenemos a un incompetente al frente del país. Su remoción debería empezar a contemplarse en serio.

Escritor cubano, autor de poesía, ensayos y relatos.
©Echerri 2017

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