POLITICA: UNA HORA DIFICIL PARA LOS ESTADOS UNIDOS, Dr. Marcos Antonio Ramos
Una hora difícil para los
Estados Unidos
Quizás se exagera. Pueden producirse cambios en la conducta del gobernante
o en la negativa reacción de sus adversarios, pero nunca había escuchado tantos
calificativos duros y ofensivos, muchos de ellos probablemente injustos, contra
un ocupante de la Casa Blanca.
Los historiadores han invertido mucho tiempo en investigar y difundir los
momentos más difíciles de cada nación. Los investigadores iberoamericanos han
distinguido sólo breves momentos de relativa calma en nuestra mal llamada
América Latina. En Europa, la historia se estudia, en parte, al tener en cuenta
períodos denominados “de entre las guerras”. Del llamado “Tercer
Mundo” lo que más se ha destacado en los manuales de historia son precisamente
los momentos más dramáticos y tristes.
En el caso de Estados Unidos de América, la importancia de esa nación en
los últimos siglos, su desarrollo industrial y comercial, su rápida expansión
territorial y más recientemente la gigantesca extensión de su zona de
influencia, son factores que reciben la mayor atención en ciertos medios
masivos de comunicación. No podían, pues, ser una excepción.
La nación surgió de las Trece Colonias, lo demás han sido territorios
anexados por medio de alguna guerra o como resultado de la negociación. Su vida
independiente se inició con la llamada “Revolución Americana” y poco tiempo
después los descendientes de los puritanos calvinistas y los cuáqueros se
enfrentaron a otra guerra con la Madre Patria, es decir, con el Reino Unido de
la Gran Bretaña e Irlanda. El conflicto bélico de 1812-1815 y la guerra con
México de 1846 sobresalieron hasta el estallido de la Guerra Civil, denominada
muchas veces “Guerra entre los Estados”. Detrás del conflicto estaban, además
de un alto grado de regionalismo geográfico, los temas de la esclavitud y el
abolicionismo. Se trataba de una nación dividida que, curiosamente, no empezó a
curar sus heridas hasta fines del siglo XIX con la guerra contra España,
acontecimiento que unió a sudistas y yanquis en un esfuerzo común con sus
naturales ribetes de expansionismo.
El siglo XX fue para algunos el “Siglo Americano”. Esa situación se
desprende de las victorias en dos guerras mundiales, la adopción de gran parte
del estilo de vida estadounidense en infinidad de países, el predominio de la
lengua inglesa y sobre todo de la economía norteamericana. Con territorio
abundante, sin problemas de superpoblación, se reemplazó la vieja necesidad de
expansionismo territorial gracias a bases militares en lugares estratégicos y
zonas de influencia claramente definidas sobre todo en el Hemisferio Occidental
y en la alianza del Atlántico. Sin limitarnos a ellas.
La “Gran Depresión” iniciada durante la gestión del presidente Herbert
Hoover, las guerras mundiales y las de Corea y Vietnam, las luchas por los
derechos civiles, las crisis en el sector laboral, fueron episodios que
contrastaron con los grandes éxitos económicos, tecnológicos y políticos. La
Guerra Fría permitió el crecimiento del complejo militar industrial sobre el
cual advirtió, al terminar su mandato, el presidente Dwight Eisenhower. Ahora
el tema, avivado durante la pasada campaña, es el de la llamada inmigración de
“indocumentados” y los grandes proyectos son el proyectado muro que “separaría”
a Estados Unidos de México y tratar de eliminar el plan de la salud aprobado
bajo la dirección del presidente Barack Obama.
Pero hasta pudiera repetirse, retomando el tema internacional, que la
Guerra Fría terminó, al menos en los aspectos más sobresalientes. La
desaparición de las llamadas “democracias populares” y el Pacto de Varsovia y
lo que Fidel Castro denominó “el desmerengamiento” de la Unión Soviética,
fueron reemplazados por la asimétricas guera con Irak y otros encuentros
bélicos como el de Afganistán, nada fríos sino bastante calientes.
Pero sobrevivieron regímenes socialistas en Cuba, la China Popular, Corea
del Norte, Vietnam y bolsones de socialismo considerados como radicales “por
aquí y por allá”. Sin olvidar la crisis permanente en el Medio Oriente, el
problema del terrorismo, el narcotráfico y una larga lista. Aun enumerando
otras situaciones comparables, nada nuevo existe bajo el sol. Todo eso y mucho
más, salvando las distancias, ha ocurrido en otras fechas. Ni siquiera hemos
tenido que contemplar el efecto de la llamada “peste” que eliminó a la
población de media Europa en el medioevo.
En ese entorno, con gobiernos más o menos populares, relativamente
“exitosos” o criticados en aspectos fundamentales, el experimento iniciado en
Filadelfia en 1776 o con los “Peregrinos del Mayflower” (escoja usted) sigue
flotando, por la gracia de Dios, en las aguas procelosas de un mundo que dista
mucho de ser unipolar. Y mucho menos se cumplió aquello del publicitado “fin de
la historia” predicado por alucinados aspirantes a combinar la futurología y la
historia con la bobería intelectual del momento.
Para bien o para mal, la Federación Rusa y la China Popular sirven de
contrapeso al poderío norteamericano. Los ayatolas de Irán y los otros
conflictos regionales siguen preocupando a la nación estadounidense que centra
más bien su atención en el terrorismo y en el diferendo arabe-israelí, con sus
características de eternidad predichas en los años cuarenta por el presidente
cubano Ramón Grau San Martín. En cuanto a América Latina, hace tiempo fue
eliminada de la lista de prioridades del Departamento de Estado.
Más allá de lo anterior, como una amenaza convertida coyunturalmente en
alivio, no debe olvidarse tampoco el resultado de la “balanza del terror”, ese
gigantesco peligro que, curiosamente, evitó una tercera guerra mundial durante
la “crisis de los cohetes” de octubre de 1962. Mi primera clase en un curso de
Ciencias Sociales que tome al llegar a Estados Unidos fue precisamente un
estudio sobre la famosa “balanza del terror”.
Y después de idas y venidas, de vueltas y revueltas, llegamos a la
inesperada e insólita “era de Trump”. La nación está polarizada y el mundo
estupefacto. Es necesario vivir en Estados Unidos y recorrer sus calles y
lugares públicos, o por lo menos estar atentos a sus medios de comunicación
social, para comprender que para un gran número de estadounidenses, la mayor
preocupación no es Rusia o China, ni siquiera Corea del Norte o sus ensayos
balísticos, sino lo que muchísimos norteamericanos consideran como un “problema
bipolar”, que no es el conflicto con la URSS sino las complicadas
características del actual ocupante de la Casa Blanca.
Hasta cierto punto, además de datos más o menos conocidos, me limito a
mencionar lo que escucho diariamente. Recuerdo, durante la pasada campaña
presidencial, que el candidato Trump, al mencionar asuntos negativos de sus
oponentes, republicanos y demócratas, afirmaba frecuentemente que “muchos me
han dicho”. Bueno, repito ahora sus palabras y me circunscribo también a
aquello de que “muchos me han dicho”. Y lo dejo ahí. Así que, por el momento,
añado a cualquier aspecto informativo o de investigación la ya famosa
declaración acerca de que “muchos me han dicho”. No creo sea la
fuente definitiva o preferida, pero son palabras del gobernante del país más
poderoso del planeta.
Quizás se exagera. Pueden producirse cambios en la conducta del gobernante
o en la negativa reacción de sus adversarios, pero nunca había escuchado tantos
calificativos duros y ofensivos, muchos de ellos probablemente injustos,
contra un ocupante de la Casa Blanca. Es cierto que el anterior presidente,
Barack Obama, fue ofendido e insultado por muchos, entre ellos por el actual
presidente, pero si el actual primer mandatario escuchara lo que se dice de él
por las calles de las grandes metrópolis estadounidenses, pudiera pasar el peor
rato de su vida.
Más allá de cualquier crisis o de la opinión personal acerca del
gobernante, este merece respeto y no debe desearse sino lo mejor para su
gestión de gobierno. Todos dependemos de sus éxitos y fracasos. Por otra parte,
el mundo debe desearle al menos estabilidad a Estados Unidos. Una crisis profunda
en Norteamérica afectaría a casi todo el planeta. Se trata de una nación que,
en el presente momento histórico, es indispensable. Incluso para Rusia y China.
Si cae la economía norteamericana sería necesario buscar refugio en otro
planeta.
Además, como decíamos en mi nativa Cuba y se afirma en otros lugares: “hay
cosas que son del tiempo y no de España”. Por otra parte, hacer una lista de
críticas dirigidas a la Casa Blanca, necesitaría de la utilización de todas las
computadoras y medios imaginables. Sus defensores parecen decididos a
mantenerse a su lado y la lealtad es generalmente una admirable virtud, pero
negar la hora difícil por la que pasa el país sería como imaginar que la
popularidad del presidente es algo que impresiona más allá del círculo de sus
leales partidarios. El presidente afirmó durante su campaña electoral que el
podía matar a alguien en plena calle y continuar recibiendo apoyo de sus
seguidores.
Ante el simbolismo de palabras tan “inspiradoras”, “elegantes”,
“sobrecogedoras” y “emocionantes”, sería casi imposible negar que Estados
Unidos se enfrenta a una hora especialmente difícil.
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