Es beneficioso para grandes sectores de la población seleccionar a los gobernantes mediante procesos electorales. Por lo general, eso funciona bastante bien en países que han superado las diferentes etapas del desarrollo social, político y económico. Pero si aun en ese ambiente se presentan dificultades, es posible comprender lo que pudiera suceder en países que a pesar de una larga historia y de un pasado de contribuciones a la civilización, no han superado los viejos males del fanatismo religioso, la teocracia, el tribalismo y otras características.
Hasta en el contexto de pueblos que han alcanzado un desarrollo apreciable se producen violentos enfrentamientos partidistas y fraudes en la votación. En algunas geografías del llamado Primer Mundo, constituye una verdadera hazaña el constituir gobiernos estables mediante un sistema parlamentario debido a la multiplicidad de partidos y tendencias. Y cuando prevalece, hasta en grandes potencias industrializadas, un sistema democrático de tipo presidencialista, el ejecutivo se encuentra a veces paralizado por la oposición, la cual tiene casi como único proyecto en las asambleas legislativas utilizar todos los recursos disponibles para obtener también la Presidencia en las próximas elecciones. De ese obstruccionismo han participado tirios y troyanos, liberales y conservadores, la izquierda y la derecha, sin olvidar al centro del espectro político.
En definitiva, ningún sistema es perfecto, sólo que algunos son preferibles a otros y mucho más a aquellos que se inclinan o conducen al autoritarismo. Motivados a veces por las mejores intenciones, los que disfrutan, en medio de ciertas dificultades propias de la condición humana, del sistema democrático, predican y hasta imponen el establecimiento de sistemas comparables a los suyos en toda la extensión del planeta Tierra. Utilizando la ciencia-ficción, lo intentarían hasta en sociedades de lejanas galaxias del Universo. Se trata de la suma de altísimas metas que en ocasiones se acercan a lo espiritual y a lo ideal en sus propósitos. Las antiguas cruzadas por el Santo Sepulcro han sido reemplazadas por campañas, muy dignas de encomio, a favor de los derechos humanos, entre los cuales se incluye, lógicamente, el de elegir libremente los gobiernos. Algunas guerras recientes se han justificado no sólo por la esperanza de contener así el terrorismo sino también, y puede explicarse a satisfacción de casi todos, para darle a los pueblos la oportunidad de seleccionar sin cortapisas a sus propios gobernantes. Uno de los mayores problemas radicaría quizás en olvidar que eso puede conllevar un alto precio.
Existen diferencias fundamentales entre los procesos electorales y esa realidad se olvida en medio de ciertos esfuerzos publicitarios e informaciones incompletas. La República Francesa puede sobrevivir sin mayores dificultades un gobierno de derecha, centro o izquierda siempre que no se lleve a cabo una conspiración destinada específicamente a subvertir las instituciones democráticas. Estados Unidos ha vivido con administraciones demócratas o republicanas sin que se altere significativamente el sistema de gobierno establecido, mucho menos la libertad de expresión. Los dos últimos presidentes George W. Bush y Barack Obama han sido atacados y ridiculizados en medios de comunicación sin que se hayan tomado medidas represivas ni siquiera contra aquellos que han utilizado la difamación y un lenguaje bastante inadecuado y ofensivo.
Sin dejar de tener en cuenta los precedentes, la Revolución encabezada por Oliverio Cromwell en Inglaterra estableció definitivamente los poderes del Parlamento por encima de la corona, lo cual no sufrió una modificación radical después de la Restauración de la monarquía. Antes del triunfo de la rebelión puritana, Parlamentos y Cortes europeos aprobaban ocasionalmente presupuestos o ayudaban a financiar ejércitos, asesorando e influyendo coyunturalmente a los monarcas, pero sería gracias a ese experimento, asociado con el nombre de Cromwell, que el poder efectivo pasaría gradualmente, pero con apreciable rapidez a un Parlamento elegido. Los estadounidenses de las antiguas colonias inglesas introdujeron en forma definitiva la elección del primer mandatario mediante el voto. Tanto el experimento inglés como el estadounidense han tenido sus limitaciones desde el principio. Demoró en prevalecer el sufragio verdaderamente universal en ambos países y hay quizás defectos en la elección presidencial norteamericana mediante compromisarios y votos electorales por estado, pero hay elementos democráticos suficientes en la monarquía constitucional y la república representativa, que han sido imitados y mejorados en otros países.
De ahí a pensar que esos sistemas, trasladados a otros pueblos, culturas y ambientes, funcionarían de la misma manera, constituiría una simple ilusión, lo cual no quiere decir que no deben intentarse. Es posible hacer una lista de fracasos electorales hasta en los países más democráticos, pero las recientes elecciones egipcias sirven para ilustrar el problema. No se trata exactamente de los fraudes electorales que ocurren hasta en los mejores experimentos democráticos sino de arriesgar cualquier grado de estabilidad y convivencia al poner en manos de un sector no comprometido con la democracia el ejercicio pleno del gobierno.
Podrá argumentarse la imperiosa necesidad de respetar el veredicto de las urnas. De acuerdo. Pero debe al menos ejercerse cierta moderación al glorificar experiencias que, por democráticas que pretendan ser, conduzcan probablemente a gobiernos teocráticos en pleno siglo XXI. Nada de eso elimina el valor de la democracia, pero nos revela el alto precio que habría que pagar en el futuro inmediato sobre todo en el Oriente Cercano y Medio.
Más allá de ese tipo de situaciones, pero guardando relación con las mismas, es posible esperar un alto grado de desestabilización regional, un aumento de las tensiones entre algunos países árabes e Israel, la probable desaparición de viejas alianzas estratégicas como la existente entre Egipto y Estados Unidos, y asuntos no muy diferentes en otros países. Es necesario dar la bienvenida a una mayor democratización y al menos intentar detener las matanzas que se llevan a cabo en países como Egipto, Libia, Siria, etc. Pero sin rechazar el sistema democrático y el otorgamiento de derechos y libertades es necesario prepararse para resultados que no serán siempre los deseados.
Existen otras realidades. Algunos se rasgan las vestiduras ante el posible retorno del PRI al gobierno en México. Sobre ese tema escribí en un artículo anterior, pero es necesario añadir que los que lucharon por sacar al PRI del poder por métodos electorales se ven obligados a aceptar ahora, sin quejas y alaridos, el derecho del pueblo mexicano a hacer regresar al poder no sólo al PRI sino a algún movimiento que pretenda imitar a los liberales de Juárez o a los conservadores del arzobispo Pelagio Antonio de Labastida.
La alternancia en el poder es una meta que impresiona, pero según avanza ese proyecto en toda la geografía del planeta tendríamos necesariamente que esperar resultados comiciales que serían en ocasiones desagradables y que afectarían la política exterior de EE.UU., y de sus aliados como Israel. Puede argumentarse, lógicamente, que lo contrario ocurriría en Venezuela con una derrota del chavismo, lo cual no quiere decir que todo quedaría resuelto, por arte de magia, simplemente con una suma de votos. Las elecciones son importantes, pero no representan todo lo necesario. A veces la transferencia del poder es extremadamente complicada.
José Stalin afirmó que lo importante no eran tanto los votos como los que cuentan los sufragios. Pero los que proclaman una verdadera democracia insisten en que el valor principal lo representa la oportunidad de votar libremente. Ahora bien, mientras se celebraba en Europa el resultado de las elecciones de Grecia, encaminadas a rectificar el resultado de comicios recientes, los egipcios elegían un nuevo presidente. Un triunfo de la Hermandad Musulmana o de sectores comparables en países de la región sería considerado como un resultado de la lucha contra el autoritarismo, pero equivaldría a abrir la caja de Pandora, como se hizo en Irán al caer el régimen del Shá.
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