MARCOS ANTONIO RAMOS: ELECCIONES, POLARIZACION, MITOS Y REALIDADES
Publicado el 06-30-2012
Elecciones, polarización, mitos y realidades
Se habla mucho de elecciones y esto nos recuerda la ansiedad causada por la crisis económica en EE.UU., y Europa, así como por otro tipo de problemas como los relacionados en América Latina con la violencia del narcotráfico y en el Medio Oriente con el islamismo radical. Hoy nos preparamos para la posible derrota del oficialismo y el regreso del PRI al poder en México. El pasado domingo se anunció la victoria de la Hermandad Musulmana en Egipto. Y en Paraguay fue destituido por el Parlamento el Presidente, un antiguo Obispo católico, lo cual indirectamente representa el resultado de una elección anterior ya que el partido del presidente destituido, Fernando Lugo, solo había obtenido entonces unos pocos escaños congresionales.
Ya se ha resaltado la polarización prevaleciente en muchos países, entre ellos, en forma significativa, los EE.UU. Y existen asuntos que a veces son proclamados en comentarios rápidos sobre la política en los diferentes países, viejos mitos y estereotipos a los que se sigue concediendo vigencia, pero que contrastan con realidades que pueden hacer cambiar cualquier predicción apresurada.
En 2008 algunos afirmaban categóricamente: “el pueblo americano no votará por una persona negra.” El lenguaje no era exactamente así, pero prefiero resumirlo de esa manera. No es necesario aclarar que eso es parte del pasado, un mito desvanecido por las realidades de nuestro tiempo. Hasta hace poco muchos se atrevían también a afirmar paladinamente que el gobernador Mitt Romney no podía ser nominado candidato presidencial debido a su afiliación religiosa mormona.
Es evidente que un número apreciable de norteamericanos dejó de votar por el hoy presidente Barack Obama por cuestiones raciales y que siempre habrá un sector que dejará de inclinarse por el gobernador Romney por su mormonismo, pero la mayoría de los que votaron contra el señor Obama lo hicieron por otras razones y no eran racistas como tampoco la mayoría de los que se oponen a Romney lo hacen por prejuicios religiosos. Creer en forma absoluta en ciertos mitos del pasado, trasladados al siglo XXI, puede llevar a cometer errores. Los prejuicios sobreviven, pero ya no son tan poderosos.
Antes de regresar a EE.UU., sería conveniente acudir a otras geografías en las cuales la polarización es demasiado real como para ser ocultada y no se puede utilizar siempre la palabra mito para referirse a las actitudes. En Egipto la influencia del islamismo no es un mito sino una realidad, aunque su intensidad no se compara con la de Irán. Aun así, existe polarización. Un sector a veces mayoritario prefiere la ley islámica y otro, bastante grande, prefiere la secular. Una fuerte polarización puede alterar los resultados electorales mucho más de lo que se puede anticipar.
En EE.UU., una tendencia que tiene más relación con partidismo que con otra cosa hará que muchos voten por el oficialismo o por la oposición , independientemente de la crisis económica o del carisma del candidato. Un sector votará contra el presidente Obama aunque su rival no tenga el carisma, digamos, de un Ronald Reagan o un Bill Clinton. Otra gran mitad depositará su voto a favor del titular aunque la economía no muestre señales de mejoría. Nada de lo anterior resta importancia al muy decisivo tema económico o al inmigratorio.
En Puerto Rico se celebró hace días una reunión del Concilio de Iglesias (protestantes) a la que fueron invitados, para presentar sus programas, cuatro candidatos a gobernador con la ausencia del titular, Luis Fortuño, que se excusó. Curiosamente, don Luis se había reunido con otro grupo de protestantes. No tengo una respuesta definitiva, pero no olvido que generalmente, aunque sin afirmaciones categóricas, los protestantes históricos o tradicionales de Puerto Rico, en su mayoría, no en su totalidad, han votado históricamente por el Partido Popular Democrático, opuesto al actual gobernador, y todavía veneran la memoria de Luis Muñoz Marín.
Pero desde la era de Luis A. Ferré, un buen católico, los protestantes fundamentalistas y los carismáticos se han ido inclinando gradualmente hacia el Partido Nuevo Progresista de Ferré. Los políticos puertorriqueños conocen que la comunidad evangélica, más de la tercera parte de los votantes, está integrada allí por practicantes sumamente entusiastas y buscan sus sufragios, pero al final del proceso la mayoría de los evangélicos, como la de sus vecinos católicos, votará en forma individual por quien estime más conveniente.
En Puerto Rico y EE.UU., se habla del “voto religioso”, pero este no es tan monolítico como parece. De nuevo estamos entre el mito y la realidad. La firme posición actual del Episcopado católico estadounidense, contrario, lógicamente, a ciertas medidas de la administración Obama repercute en un amplio sector católico que preferiría votar por un republicano mormón antes que por el actual ocupante de la Casa Blanca. Pero el mayor grupo de católicos en EE.UU., es el de los hispanos e, independientemente de los deseos de los señores obispos, es probable que no menos de las dos terceras partes de ese grupo étnico voten por Obama. Para complicarlo todo, esto también sucedería con aquellos hispanos que se identifican como evangélicos o protestantes, la mayoría de ellos fundamentalistas. A pesar de sus serias objeciones a políticas como el matrimonio de homosexuales, probablemente no dejarán de reflejar las mismas tendencias de votación de los otros hispanos. Esto podrá comprobarse estudiando los grupos con altas cifras de evangélicos o protestantes como los puertorriqueños y los mexicoamericanos de Texas. Los cubanos, católicos o protestantes, generalmente votan en forma diferente al resto de los hispanos.
Ahora bien, los demócratas han perdido parte de su votación entre aquellos que asisten todos los domingos a los templos. Entre las realidades se encuentra el hecho de que los republicanos, cada día con mayor apoyo entre los varones blancos no hispanos, parecen haber perdido la mayoría del voto de las mujeres blancas. Entre los jóvenes prevalecen los “independientes” y la secularización creciente de la juventud aleja a muchos jóvenes de viejas normas y antiguos estilos de vida.
En otras épocas los demócratas dominaban el voto de las personas más pobres. Ahora, para sorpresa de muchos, han perdido gran parte de esa votación y solo la han compensado, parcialmente, con cierta preferencia entre los graduados universitarios, sobre todo los que poseen maestría o doctorado. En definitiva, es imposible establecer normas de votación en forma inflexible aunque se adviertan tendencias, las cuales no sólo reflejan cuestiones étnicas o religiosas y reflejan la forma particular en que las personas se perciben a si mismas.
Recuerdo a una colega norteamericana de origen francés que rechazaba ser clasificada como “anglo”, como se hace con polacos, italianos, hebreos y todos los blancos que no son hispanos. Insistía en que Juan Calvino no era anglosajón, que no había predicado jamás en lengua inglesa, que podía ser considerado latino por su nacionalidad y cultura francesas, que se había especializado en el estudio del latín y que su primer libro fue un comentario sobre “De Clementia” de Séneca, nacido en España. Mi colega no permitía que le obligaran a cargar con una etiqueta indeseada.
En esa curiosa sociología utilizada por los medios se coloca a cada elector debajo de una especie de sombrilla que pretende cubrirlo todo. Tal parece como que todos los anglos son protestantes y todos los hispanos católicos, que todos los miembros de grupos minoritarios son demócratas y todos los millonarios votan por los republicanos, que los blancos no votan por los negros. Alguno se ha atrevido a afirmar que los bautistas no le darían jamás su sufragio a un mormón. Son mitos y estereotipos. En medio de una polarización alarmante y de generalizaciones acerca del comportamiento político existe también un individualismo que se sobrepone a las etiquetas y permite poner en duda las predicciones.
Ya se ha resaltado la polarización prevaleciente en muchos países, entre ellos, en forma significativa, los EE.UU. Y existen asuntos que a veces son proclamados en comentarios rápidos sobre la política en los diferentes países, viejos mitos y estereotipos a los que se sigue concediendo vigencia, pero que contrastan con realidades que pueden hacer cambiar cualquier predicción apresurada.
En 2008 algunos afirmaban categóricamente: “el pueblo americano no votará por una persona negra.” El lenguaje no era exactamente así, pero prefiero resumirlo de esa manera. No es necesario aclarar que eso es parte del pasado, un mito desvanecido por las realidades de nuestro tiempo. Hasta hace poco muchos se atrevían también a afirmar paladinamente que el gobernador Mitt Romney no podía ser nominado candidato presidencial debido a su afiliación religiosa mormona.
Es evidente que un número apreciable de norteamericanos dejó de votar por el hoy presidente Barack Obama por cuestiones raciales y que siempre habrá un sector que dejará de inclinarse por el gobernador Romney por su mormonismo, pero la mayoría de los que votaron contra el señor Obama lo hicieron por otras razones y no eran racistas como tampoco la mayoría de los que se oponen a Romney lo hacen por prejuicios religiosos. Creer en forma absoluta en ciertos mitos del pasado, trasladados al siglo XXI, puede llevar a cometer errores. Los prejuicios sobreviven, pero ya no son tan poderosos.
Antes de regresar a EE.UU., sería conveniente acudir a otras geografías en las cuales la polarización es demasiado real como para ser ocultada y no se puede utilizar siempre la palabra mito para referirse a las actitudes. En Egipto la influencia del islamismo no es un mito sino una realidad, aunque su intensidad no se compara con la de Irán. Aun así, existe polarización. Un sector a veces mayoritario prefiere la ley islámica y otro, bastante grande, prefiere la secular. Una fuerte polarización puede alterar los resultados electorales mucho más de lo que se puede anticipar.
En EE.UU., una tendencia que tiene más relación con partidismo que con otra cosa hará que muchos voten por el oficialismo o por la oposición , independientemente de la crisis económica o del carisma del candidato. Un sector votará contra el presidente Obama aunque su rival no tenga el carisma, digamos, de un Ronald Reagan o un Bill Clinton. Otra gran mitad depositará su voto a favor del titular aunque la economía no muestre señales de mejoría. Nada de lo anterior resta importancia al muy decisivo tema económico o al inmigratorio.
En Puerto Rico se celebró hace días una reunión del Concilio de Iglesias (protestantes) a la que fueron invitados, para presentar sus programas, cuatro candidatos a gobernador con la ausencia del titular, Luis Fortuño, que se excusó. Curiosamente, don Luis se había reunido con otro grupo de protestantes. No tengo una respuesta definitiva, pero no olvido que generalmente, aunque sin afirmaciones categóricas, los protestantes históricos o tradicionales de Puerto Rico, en su mayoría, no en su totalidad, han votado históricamente por el Partido Popular Democrático, opuesto al actual gobernador, y todavía veneran la memoria de Luis Muñoz Marín.
Pero desde la era de Luis A. Ferré, un buen católico, los protestantes fundamentalistas y los carismáticos se han ido inclinando gradualmente hacia el Partido Nuevo Progresista de Ferré. Los políticos puertorriqueños conocen que la comunidad evangélica, más de la tercera parte de los votantes, está integrada allí por practicantes sumamente entusiastas y buscan sus sufragios, pero al final del proceso la mayoría de los evangélicos, como la de sus vecinos católicos, votará en forma individual por quien estime más conveniente.
En Puerto Rico y EE.UU., se habla del “voto religioso”, pero este no es tan monolítico como parece. De nuevo estamos entre el mito y la realidad. La firme posición actual del Episcopado católico estadounidense, contrario, lógicamente, a ciertas medidas de la administración Obama repercute en un amplio sector católico que preferiría votar por un republicano mormón antes que por el actual ocupante de la Casa Blanca. Pero el mayor grupo de católicos en EE.UU., es el de los hispanos e, independientemente de los deseos de los señores obispos, es probable que no menos de las dos terceras partes de ese grupo étnico voten por Obama. Para complicarlo todo, esto también sucedería con aquellos hispanos que se identifican como evangélicos o protestantes, la mayoría de ellos fundamentalistas. A pesar de sus serias objeciones a políticas como el matrimonio de homosexuales, probablemente no dejarán de reflejar las mismas tendencias de votación de los otros hispanos. Esto podrá comprobarse estudiando los grupos con altas cifras de evangélicos o protestantes como los puertorriqueños y los mexicoamericanos de Texas. Los cubanos, católicos o protestantes, generalmente votan en forma diferente al resto de los hispanos.
Ahora bien, los demócratas han perdido parte de su votación entre aquellos que asisten todos los domingos a los templos. Entre las realidades se encuentra el hecho de que los republicanos, cada día con mayor apoyo entre los varones blancos no hispanos, parecen haber perdido la mayoría del voto de las mujeres blancas. Entre los jóvenes prevalecen los “independientes” y la secularización creciente de la juventud aleja a muchos jóvenes de viejas normas y antiguos estilos de vida.
En otras épocas los demócratas dominaban el voto de las personas más pobres. Ahora, para sorpresa de muchos, han perdido gran parte de esa votación y solo la han compensado, parcialmente, con cierta preferencia entre los graduados universitarios, sobre todo los que poseen maestría o doctorado. En definitiva, es imposible establecer normas de votación en forma inflexible aunque se adviertan tendencias, las cuales no sólo reflejan cuestiones étnicas o religiosas y reflejan la forma particular en que las personas se perciben a si mismas.
Recuerdo a una colega norteamericana de origen francés que rechazaba ser clasificada como “anglo”, como se hace con polacos, italianos, hebreos y todos los blancos que no son hispanos. Insistía en que Juan Calvino no era anglosajón, que no había predicado jamás en lengua inglesa, que podía ser considerado latino por su nacionalidad y cultura francesas, que se había especializado en el estudio del latín y que su primer libro fue un comentario sobre “De Clementia” de Séneca, nacido en España. Mi colega no permitía que le obligaran a cargar con una etiqueta indeseada.
En esa curiosa sociología utilizada por los medios se coloca a cada elector debajo de una especie de sombrilla que pretende cubrirlo todo. Tal parece como que todos los anglos son protestantes y todos los hispanos católicos, que todos los miembros de grupos minoritarios son demócratas y todos los millonarios votan por los republicanos, que los blancos no votan por los negros. Alguno se ha atrevido a afirmar que los bautistas no le darían jamás su sufragio a un mormón. Son mitos y estereotipos. En medio de una polarización alarmante y de generalizaciones acerca del comportamiento político existe también un individualismo que se sobrepone a las etiquetas y permite poner en duda las predicciones.
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