VICENTE ECHERRI: UN GESTO PARA LA HISTORIA
[...] la decisión de jubilarse y de renunciar al trono más alto y respetable de la tierra es una admirable lección de humildad y de civilidad que Benedicto XVI imparte a todos, dentro y fuera de su Iglesia, con esa vocación profesoral que ha sido el sello distintivo de su carrera de prelado y de teólogo.
Publicado el viernes 15 de febrero del 2013
VICENTE ECHERRI: Un gesto para la historiaVicente Echerri
El anuncio de la renuncia de Benedicto XVI con que empezamos la semana ha consternado y complacido a muchos y ha sorprendido a todos. Desde la renuncia de Gregorio XII en 1415, todos los papas han muerto en su puesto. El carácter vitalicio era inherente al cargo y en Occidente los ritos tradicionales que acompañan el fin de un papado y el comienzo de otro nos son familiares desde pequeños, aunque, como es mi caso, no seamos catolicorromanos.
Me acuerdo muy bien de la agonía de Pío XII que seguí atentamente siendo niño y de la proclamación de aquel buenazo de breve y revolucionario pontificado que fue Juan XXIII. Me acuerdo también del ascenso de Paulo VI y de la orientación ‘ a sinistra’ que le imprimió a la Iglesia y que dio lugar a vergonzosos coqueteos con regímenes siniestros sin conseguir mucho a cambio. Me acuerdo más de la extraordinaria elección de Juan Pablo II (luego del fulminante paso de su antecesor por la silla de Pedro, a quien malas lenguas estiman víctimas de un veneno curial) que caía bien aunque uno estuviera en desacuerdo con algunas de sus posiciones. En todos los casos –con excepción de Juan Pablo I– la muerte del Papa se seguía como los capítulos de una telenovela: la vigilia de los fieles en la Plaza de San Pedro, los partes médicos, la confirmación del deceso luego que llamaban al difunto tres veces por su nombre, la destrucción del anillo, la declaración de la sede vacante, el cónclave, el humo, la proclamación del nuevo pontífice… Todos los pasos de un drama que tenía un gran abolengo, y que ahora lo viene a interrumpir este vejete alemán con el anuncio prosaico de su jubilación. Es lógico que los tradicionalistas se sientan consternados. Por otra parte, la decisión de jubilarse y de renunciar al trono más alto y respetable de la tierra es una admirable lección de humildad y de civilidad que Benedicto XVI imparte a todos, dentro y fuera de su Iglesia, con esa vocación profesoral que ha sido el sello distintivo de su carrera de prelado y de teólogo. La ruptura de una venerable tradición que puede herir a los conservadores es, paradójicamente, la misma que mueve al aprecio por la dejación que hace un hombre de los fueros de un principado único por amor a la institución y a millones de seguidores a los que ya no siente que puede seguir sirviendo bien. Los precedentes de este gesto no abundan en la historia. Dos abdicaciones notables vienen a la memoria: la de Diocleciano, que decidió jubilarse luego de haber estado veinte años (284-305) a la cabeza de un imperio que él revitalizó y que abarcaba toda la cuenca del Mediterráneo; y la de Carlos V de Alemania (y I de España), en cuyos dominios no se ponía el sol, que prefirió la sombra del convento de Yuste para pasar los últimos tres años de su vida. Al igual que ahora Benedicto XVI, Carlos V estaba enfermo y se sentía agotado, pese a que ni siquiera tenía sesenta años; en el caso de Diocleciano (que entre cristianos tiene mal nombre por haber perseguido a la Iglesia con saña) lo motivaba la idea de ver cómo funcionaba el sistema de relevos imperiales que él había inventado. El abandono voluntario del poder –sea temporal o espiritual–, cuando tantos se aferran desesperadamente a él, es una acción que siempre ennoblece y que merece reconocimiento y aprecio. Ahora tendremos la oportunidad de ser testigos de una elección papal con otro papa aún vivo, que de seguro influirá, tanto o más que el Espíritu Santo, en la decisión del cónclave que él seguirá atentamente desde su refugio temporal de Castel Gandolfo antes de sumirse en un claustro. Con ese solo gesto de renunciar, Benedicto XVI –al final de un pontificado que no fue nada glamoroso y que estuvo plagado por el escándalo– le ha dado un impulso renovador y vivificador a la institución bimilenaria que presidirá hasta el próximo 28 de febrero. Su inmensa feligresía debe sentirse agradecida. © Echerri 2013 |
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