MARCOS ANTONIO RAMOS: NUEVO FACTOR EN LA POLÍTICA MUNDIAL
Publicado el 02-16-2013
Nuevo factor en la política mundial
POR MARCOS ANTONIO RAMOS
Pronto se iniciará otro capítulo en la historia del Papado y quizás hasta un nuevo período de las relaciones entre la Iglesia y la sociedad, sobre todo en Occidente. La renuncia del Papa Benedicto XVI, decisión anunciada con mucha dignidad, sobrecogió al mundo. Si el anuncio sorprendió a todos, el despliegue informativo era de esperarse. Cuando se difunde una noticia relacionada con un Papa el tema no es sólo acerca de la Iglesia sino en torno a un factor importante en la política mundial.
Algunos han comentado que el prelado que fungió como guardián de la ortodoxia durante el pontificado de Juan Pablo II no ha tenido el carisma del Papa que lo designó para ese cargo. Cuando el doctor Ratzinger fue elegido en abril del 2005 la prensa lo identificó como un Papa de transición, entre otras razones, por sus 78 años de edad, pero su condición de teólogo eminente ha sido reconocida, como también sus esfuerzos por detener la secularización en Europa y otras regiones así como sus firmes intentos de enfrentar los problemas de su Iglesia y acercarse a otros creyentes y a los no creyentes. No olvido la sorpresa que recibí al ser informado oficialmente de que Benedicto XVI me había concedido la Medalla Papal “Benemerenti”, otro gesto amistoso hacia los no católicos. Son otros tiempos y otros hombres. Más allá de su alta jerarquía, Benedicto XVI es un gran teólogo, pero también se trata de una gran persona y eso es lo más importante.
Antes de mencionar consideraciones de política internacional es quizás conveniente recordar que la historia del Papado es muy larga, casi se pierde en la noche de los tiempos, hasta el punto que ciertos datos sobre sus más remotos ocupantes no son siempre bien conocidos o aceptados. Algunos mencionan en sus informaciones que Benedicto XVI fue el quinto Papa que renunció, o que abdicó como se prefería decir en otras épocas. Pero la tarea de verificar y ampliar datos sobre Pontífices y monarcas de otros períodos no ha terminado. Dependemos de fuentes de tipo tradicional, valiosas, pero procedentes de metodologías no necesariamente científicas.
En cualquier caso, a partir del siglo IV casi cualquier elevación al Pontificado Romano ha tenido repercusiones en la correlación de fuerzas internacionales, un tema que no siempre se relaciona con la teología o la historia eclesiástica sino también con las realidades de aquellos tiempos. Al principio su intervención afectaba mayormente a Italia y regiones relativamente cercanas, extendiéndose después a otros países de Europa Occidental y Central. Algunos Pontífices pudieron dedicarse mayormente al quehacer pastoral, pero otros se vieron obligados a enfrentarse a invasiones a los territorios que rodeaban su Sede y a frecuentes variaciones en la actitud de los emperadores romanos y los reyes de Europa. Al terminar el primer milenio, el Pontífice Romano era, por lo general, la persona más influyente en Occidente.
Dando un gran salto en el tiempo, después de los cismas de Oriente y Occidente, el enfrentamiento a las llamadas sectas medievales, los Papas del Renacimiento, la llegada de la Reforma del Siglo XVI, los períodos de la Ilustración, la Revolución Francesa y la separación de la Iglesia y el Estado en casi todos los países, la Iglesia y específicamente el Papado siguen siendo factores fundamentales en el escenario internacional.
Las opiniones del futuro sucesor de Benedicto XVI en temas como la guerra y la paz, el control de la natalidad, el matrimonio, etc., como también los escándalos que acompañan a la naturaleza humana, lo mismo dentro que fuera del cristianismo institucional; sin olvidar las relaciones Iglesia/Estado, todo ello y mucho más, convierten la renuncia y la sustitución de un Papa en noticia de primerísima importancia. Afortunadamente, su sucesor será elegido por un grupo de personas con extraordinarias calificaciones. Entre ellas estará mi viejo amigo, el Cardenal Jaime Ortega, que posee indiscutiblemente una gran cultura y apreciable talento diplomático. Desde sus días de estudiante y seminarista impresionaba por su rigurosa dedicación al estudio.
La atención ha estado puesta últimamente en las crisis del Oriente Medio, el acercamiento entre Irán y Egipto, la guerra civil en Siria, la crisis económica en EE.UU., y Europa, los problemas del Presidente Rajoy, la enfermedad del Presidente Chávez y el discurso sobre el Estado de la Unión del Presidente Obama. Sin embargo, a partir de esta semana, la sucesión de Benedicto XVI pudiera prevalecer en las informaciones.
El Pontificado de Pio XII fue un factor importante durante la Segunda Guerra Mundial y en la posguerra; el de Juan XXIII mejoró no sólo las relaciones entre las diferentes confesiones cristianas y otros estilos de religiosidad sino que envió un mensaje de fraternidad, paz y necesario cambio al universo todo. Juan Pablo II fue uno de los personajes determinantes en los días finales de la Guerra Fría. Quizás muchos no den la misma importancia al Pontificado de Benedicto XVI, pero reitero mi respeto al eximio teólogo que se retira a la paz de su biblioteca y a un merecido descanso en este mundo al que ni siquiera los más elevados mortales pueden entender por completo y cuyos problemas seguirán siendo agobiantes.
Algunos han comentado que el prelado que fungió como guardián de la ortodoxia durante el pontificado de Juan Pablo II no ha tenido el carisma del Papa que lo designó para ese cargo. Cuando el doctor Ratzinger fue elegido en abril del 2005 la prensa lo identificó como un Papa de transición, entre otras razones, por sus 78 años de edad, pero su condición de teólogo eminente ha sido reconocida, como también sus esfuerzos por detener la secularización en Europa y otras regiones así como sus firmes intentos de enfrentar los problemas de su Iglesia y acercarse a otros creyentes y a los no creyentes. No olvido la sorpresa que recibí al ser informado oficialmente de que Benedicto XVI me había concedido la Medalla Papal “Benemerenti”, otro gesto amistoso hacia los no católicos. Son otros tiempos y otros hombres. Más allá de su alta jerarquía, Benedicto XVI es un gran teólogo, pero también se trata de una gran persona y eso es lo más importante.
Antes de mencionar consideraciones de política internacional es quizás conveniente recordar que la historia del Papado es muy larga, casi se pierde en la noche de los tiempos, hasta el punto que ciertos datos sobre sus más remotos ocupantes no son siempre bien conocidos o aceptados. Algunos mencionan en sus informaciones que Benedicto XVI fue el quinto Papa que renunció, o que abdicó como se prefería decir en otras épocas. Pero la tarea de verificar y ampliar datos sobre Pontífices y monarcas de otros períodos no ha terminado. Dependemos de fuentes de tipo tradicional, valiosas, pero procedentes de metodologías no necesariamente científicas.
En cualquier caso, a partir del siglo IV casi cualquier elevación al Pontificado Romano ha tenido repercusiones en la correlación de fuerzas internacionales, un tema que no siempre se relaciona con la teología o la historia eclesiástica sino también con las realidades de aquellos tiempos. Al principio su intervención afectaba mayormente a Italia y regiones relativamente cercanas, extendiéndose después a otros países de Europa Occidental y Central. Algunos Pontífices pudieron dedicarse mayormente al quehacer pastoral, pero otros se vieron obligados a enfrentarse a invasiones a los territorios que rodeaban su Sede y a frecuentes variaciones en la actitud de los emperadores romanos y los reyes de Europa. Al terminar el primer milenio, el Pontífice Romano era, por lo general, la persona más influyente en Occidente.
Dando un gran salto en el tiempo, después de los cismas de Oriente y Occidente, el enfrentamiento a las llamadas sectas medievales, los Papas del Renacimiento, la llegada de la Reforma del Siglo XVI, los períodos de la Ilustración, la Revolución Francesa y la separación de la Iglesia y el Estado en casi todos los países, la Iglesia y específicamente el Papado siguen siendo factores fundamentales en el escenario internacional.
Las opiniones del futuro sucesor de Benedicto XVI en temas como la guerra y la paz, el control de la natalidad, el matrimonio, etc., como también los escándalos que acompañan a la naturaleza humana, lo mismo dentro que fuera del cristianismo institucional; sin olvidar las relaciones Iglesia/Estado, todo ello y mucho más, convierten la renuncia y la sustitución de un Papa en noticia de primerísima importancia. Afortunadamente, su sucesor será elegido por un grupo de personas con extraordinarias calificaciones. Entre ellas estará mi viejo amigo, el Cardenal Jaime Ortega, que posee indiscutiblemente una gran cultura y apreciable talento diplomático. Desde sus días de estudiante y seminarista impresionaba por su rigurosa dedicación al estudio.
La atención ha estado puesta últimamente en las crisis del Oriente Medio, el acercamiento entre Irán y Egipto, la guerra civil en Siria, la crisis económica en EE.UU., y Europa, los problemas del Presidente Rajoy, la enfermedad del Presidente Chávez y el discurso sobre el Estado de la Unión del Presidente Obama. Sin embargo, a partir de esta semana, la sucesión de Benedicto XVI pudiera prevalecer en las informaciones.
El Pontificado de Pio XII fue un factor importante durante la Segunda Guerra Mundial y en la posguerra; el de Juan XXIII mejoró no sólo las relaciones entre las diferentes confesiones cristianas y otros estilos de religiosidad sino que envió un mensaje de fraternidad, paz y necesario cambio al universo todo. Juan Pablo II fue uno de los personajes determinantes en los días finales de la Guerra Fría. Quizás muchos no den la misma importancia al Pontificado de Benedicto XVI, pero reitero mi respeto al eximio teólogo que se retira a la paz de su biblioteca y a un merecido descanso en este mundo al que ni siquiera los más elevados mortales pueden entender por completo y cuyos problemas seguirán siendo agobiantes.
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