MARCOS ANTONIO RAMOS: EL "NUEVO" MODELO ELECTORAL LATINOAMERICANO
El “nuevo” modelo electoral latinoamericano
POR MARCOS ANTONIO RAMOS
Las elecciones en Ecuador y el triunfo abrumador del Presidente Rafael Correa se unen a otras situaciones similares o parecidas en la América Latina, es decir, la renovación contemporánea del viejo continuismo político. Si alguien pensó que el antiguo sistema electoral mexicano, que favorecía al Partido Revolucionario Institucional (PRI), no tenía futuro estaba equivocado, al menos parcialmente. No sólo porque el PRI volvió al poder en México sino porque las indicaciones recientes parecen inclinarse hacia el viejo modelo con algunas modificaciones.
La reelección constante del equipo de gobierno en Cuba y la condición de partido único del Partido Comunista (PCC) no constituye plenamente el “nuevo” .modelo latinoamericano. Hasta la comparación con México revela diferencias con cualquier “nuevo modelo”. En México se elegía a un presidente nominado por el PRI, pero que no podía ser la misma persona y no era miembro de la misma familia. Además, se permitía la participación de partidos opositores, algunos de los cuales lo eran sólo nominalmente, al estilo de las “poleas de trasmisión” de las “democracias populares” de Europa Central y Oriental como la RDA, Polonia, Hungría, etc. Ese no es exactamente el modelo en Cuba ya que sólo el PCC y las organizaciones de masas que responden a su proyecto político participan en la confección de la lista única de diputados.
En Ecuador y Venezuela, dos casos ampliamente divulgados, el partido oficialista y sus aliados continúan eligiendo a la misma persona. Una situación similar se va desarrollando en Bolivia, Nicaragua y otros países. En Venezuela, la enfermedad del actual primer mandatario ha dado paso a un posible diferente candidato en un futuro cercano, pero, eso sí, siempre del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), actualmente en el poder, quizás con un 99.99% de posibilidades de resultar electo por una impresionante maquinaria electoral, un generoso patronazgo y el control de organismos del proceso comicial.
Como puede notarse, existen diferencias con el modelo cubano, pero también hay puntos de contacto. Ciertos sistemas, especialmente el comunista, pero sin limitarse al mismo, se han especializado en controlar el resultado electoral. En la Cuba anterior a Castro, el Partido Socialista Popular (PSP), nombre adoptado por el Partido Comunista entre 1944 y 1961, podía garantizarle a un candidato una cantidad aproximada de votos en su aspiración a un escaño parlamentario. No podía elegir Presidente ni la mayoría congresional, pero impresionaba en algunas contiendas gracias a su penetración, muy eficiente a veces, del obrerismo sindicalizado y al apoyo recibido en círculos intelectuales y de comunicaciones.
En puridad de verdad, varios modelos latinoamericanos no socialistas aseguraban en el pasado la elección de presidentes y otros funcionarios públicos. Es más, en una república antillana vecina a Cuba, sólo existió por mucho tiempo un partido legalizado con todos sus candidatos asegurados. Y en otros casos específicos en Centroamérica y en la América del Sur, el partido de gobierno o el gobernante en cuestión era reelecto constantemente, pero concediendo escaños congresionales y otros cargos a la oposición.
Ese último modelo pudiera ser el más aproximado al “nuevo” (y viejo) sistema que va tomando forma en Nuestra América. Habría que matizarlo, señalar diferencias metodológicas, tener en cuenta el período histórico y lo demás, pero parecer ser ahora la izquierda la que ha tomado un camino electoral parecido en algo al de las llamadas “dictaduras de derecha”, que a veces ni eran estrictamente dictaduras, ni se inclinaban a la derecha en cuanto a su ideología. El “nuevo” modelo pudiera disfrutar de cierto apoyo popular, pero las antiguas “dictaduras” disfrutaron del mismo, al menos por un tiempo.
Cualquier “nuevo” modelo debe considerarse como algo relativo. En muchos de nuestros países existe todavía la alternancia en el poder, pero se van creando mecanismos como los de viejos partidos populistas: compra de votos, repartición de cargos públicos, sinecuras, etc. En otras palabras, comicios como unos considerados libres en mi país natal, pero identificados como “elecciones de la Divina Pastora”, ya que la palabra “pastora” identificaba al dinero, repartido a raudales durante la campaña, entre otras cosas, hasta para conseguir el apoyo encubierto de líderes de otros partidos. Ni siquiera en EE.UU., y la vieja Europa esas prácticas han desaparecido. Pero, como nos centramos en América Latina y no en otras regiones, nos atrevemos a hacer resaltar que es difícil encontrar un país latinoamericano en que ese sistema no haya sido practicado en algún momento, o en múltiples ocasiones. La situación pudiera confinarse sobre todo al pasado, pero en esta segunda década del siglo XXI, sorprende que el continuismo electoral renazca, más allá de etiquetas políticas, y amenazando extenderse geográficamente.
Alejándonos de América Latina, algunos pensaron que con la disolución de la URSS y del “socialismo real”, todo sería paz y gloria en regiones que vivieron bajo la bandera roja. El socialismo ha asumido nuevas formas en algunos de esos países y el resto de Europa y el mundo. Cerca de nuestra propia geografía, curiosamente, ha adoptado la palabra “bolivariano”. Ha surgido un creciente bloque socialista en América Latina, donde no existían antes sino casos aislados de gobiernos de izquierda. Pero, del “nuevo” sistema electoral pudiera quizás decirse “nada nuevo bajo el sol”.
La reelección constante del equipo de gobierno en Cuba y la condición de partido único del Partido Comunista (PCC) no constituye plenamente el “nuevo” .modelo latinoamericano. Hasta la comparación con México revela diferencias con cualquier “nuevo modelo”. En México se elegía a un presidente nominado por el PRI, pero que no podía ser la misma persona y no era miembro de la misma familia. Además, se permitía la participación de partidos opositores, algunos de los cuales lo eran sólo nominalmente, al estilo de las “poleas de trasmisión” de las “democracias populares” de Europa Central y Oriental como la RDA, Polonia, Hungría, etc. Ese no es exactamente el modelo en Cuba ya que sólo el PCC y las organizaciones de masas que responden a su proyecto político participan en la confección de la lista única de diputados.
En Ecuador y Venezuela, dos casos ampliamente divulgados, el partido oficialista y sus aliados continúan eligiendo a la misma persona. Una situación similar se va desarrollando en Bolivia, Nicaragua y otros países. En Venezuela, la enfermedad del actual primer mandatario ha dado paso a un posible diferente candidato en un futuro cercano, pero, eso sí, siempre del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), actualmente en el poder, quizás con un 99.99% de posibilidades de resultar electo por una impresionante maquinaria electoral, un generoso patronazgo y el control de organismos del proceso comicial.
Como puede notarse, existen diferencias con el modelo cubano, pero también hay puntos de contacto. Ciertos sistemas, especialmente el comunista, pero sin limitarse al mismo, se han especializado en controlar el resultado electoral. En la Cuba anterior a Castro, el Partido Socialista Popular (PSP), nombre adoptado por el Partido Comunista entre 1944 y 1961, podía garantizarle a un candidato una cantidad aproximada de votos en su aspiración a un escaño parlamentario. No podía elegir Presidente ni la mayoría congresional, pero impresionaba en algunas contiendas gracias a su penetración, muy eficiente a veces, del obrerismo sindicalizado y al apoyo recibido en círculos intelectuales y de comunicaciones.
En puridad de verdad, varios modelos latinoamericanos no socialistas aseguraban en el pasado la elección de presidentes y otros funcionarios públicos. Es más, en una república antillana vecina a Cuba, sólo existió por mucho tiempo un partido legalizado con todos sus candidatos asegurados. Y en otros casos específicos en Centroamérica y en la América del Sur, el partido de gobierno o el gobernante en cuestión era reelecto constantemente, pero concediendo escaños congresionales y otros cargos a la oposición.
Ese último modelo pudiera ser el más aproximado al “nuevo” (y viejo) sistema que va tomando forma en Nuestra América. Habría que matizarlo, señalar diferencias metodológicas, tener en cuenta el período histórico y lo demás, pero parecer ser ahora la izquierda la que ha tomado un camino electoral parecido en algo al de las llamadas “dictaduras de derecha”, que a veces ni eran estrictamente dictaduras, ni se inclinaban a la derecha en cuanto a su ideología. El “nuevo” modelo pudiera disfrutar de cierto apoyo popular, pero las antiguas “dictaduras” disfrutaron del mismo, al menos por un tiempo.
Cualquier “nuevo” modelo debe considerarse como algo relativo. En muchos de nuestros países existe todavía la alternancia en el poder, pero se van creando mecanismos como los de viejos partidos populistas: compra de votos, repartición de cargos públicos, sinecuras, etc. En otras palabras, comicios como unos considerados libres en mi país natal, pero identificados como “elecciones de la Divina Pastora”, ya que la palabra “pastora” identificaba al dinero, repartido a raudales durante la campaña, entre otras cosas, hasta para conseguir el apoyo encubierto de líderes de otros partidos. Ni siquiera en EE.UU., y la vieja Europa esas prácticas han desaparecido. Pero, como nos centramos en América Latina y no en otras regiones, nos atrevemos a hacer resaltar que es difícil encontrar un país latinoamericano en que ese sistema no haya sido practicado en algún momento, o en múltiples ocasiones. La situación pudiera confinarse sobre todo al pasado, pero en esta segunda década del siglo XXI, sorprende que el continuismo electoral renazca, más allá de etiquetas políticas, y amenazando extenderse geográficamente.
Alejándonos de América Latina, algunos pensaron que con la disolución de la URSS y del “socialismo real”, todo sería paz y gloria en regiones que vivieron bajo la bandera roja. El socialismo ha asumido nuevas formas en algunos de esos países y el resto de Europa y el mundo. Cerca de nuestra propia geografía, curiosamente, ha adoptado la palabra “bolivariano”. Ha surgido un creciente bloque socialista en América Latina, donde no existían antes sino casos aislados de gobiernos de izquierda. Pero, del “nuevo” sistema electoral pudiera quizás decirse “nada nuevo bajo el sol”.
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