MARCOS ANTONIO RAMOS: OTRO REGRESO A LA HISTORIA
Diario Las Americas
Publicado el 12-15-2012
Publicado el 12-15-2012
Otro regreso a la historia
Por Marcos Antonio Ramos
La lista de clérigos que han enfrentado situaciones tan difíciles como la prisión o que han perdido la vida por sus convicciones es muy larga. En la lista de religiosos cubanos que han sido encarcelados por un largo período figura el nombre de Fray Miguel Angel Loredo, sacerdote franciscano y conocido lasallista encarcelado como preso político en 1966, posteriormente liberado, acogido al exilio y fallecido en Miami el 11 de septiembre del 2011. Pues bien, este domingo 16 a las 11 de la mañana, en la Biblioteca Pública del 9445 Coral Way en Miami, se llevará a cabo un homenaje póstumo a este apreciado compatriota.
Una llamada telefónica de mi buen amigo el periodista Rafael Orizondo me informó de la respetable iniciativa de otro muy apreciado amigo el Comisionado Javier Souto, siempre dispuesto a reconocer el mérito y a extender la mano a favor de toda buena causa. Antes de referirme brevemente a la vida de Fray Miguel Angel Loredo, quiero compartir con los lectores algo de los sentimientos que experimenté al conocer de tan significativo acto.
Pensé en una Cuba sin odios ni rencores, proyecto posible si miramos al pasado. Aunque algunos lo hayan olvidado, existió un tiempo histórico en la mayor de las Antillas, en medio de problemas innegables y lde imitaciones bastante visibles, en que se reconocía el valor de los conciudadanos sin tener en cuenta su posición en temas políticos o religiosos. En otras palabras, que rendir este homenaje al Padre Loredo es algo que va más allá de banderías, sectarismos e ideologías sin dejar de tener presentes las duras realidades y las injusticias de este largo período histórico.
Existió una Cuba en la que prevalecía la tolerancia y existía un apreciable nivel de convivencia. Un país en el que había estudiantes católicos en escuelas protestantes y viceversa, en el que nadie discutía las creencias religiosas o la ausencia de las mismas en los candidatos a cargos públicos y existían partidos con diferentes ideologías. Hasta en ese acalorado ambiente de la política, a pesar de incidentes desagradables como en el resto del planeta, se producían situaciones realmente edificantes.
Por ejemplo, un político tan apasionado en su actuación como Eduardo Chibás, anticomunista reconocido que impidió que su Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) hiciera coalición con el marxista Partido Socialista Popular (PSP) aunque eso le costó perder 143,000 votos que se le ofrecieron si aceptaba una coalición en los comicios de 1948, estuvo dispuesto a reconocer los méritos de comunistas cubanos como Julio Antonio Mella y Gabriel Barceló, lo cual no quería decir que aprobaba su ideología o su actuación política. Es triste que al terminarse aquellos días de los viejos liberales y conservadores, el autenticismo, la ortodoxia, el PAU, el PSP y todos los partidos e ideologías imaginables llegaría a ser hasta sumamente problemático mantener relaciones epistolares con familiares radicados en el exterior o tratar de ayudar a un perseguido como deseó hacerlo un sacerdote franciscano que será honrado póstumamente este mismo domingo, Fray Miguel Angel Loredo.
Hace escasas semanas, un amigo me obsequió el último libro biográfico publicado acerca del pastor luterano y héroe de la resistencia al nazismo Dietrich Bonhoeffer, uno de los más notables teólogos cristianos del pasado siglo XX. Desde mi adolescencia he leído los escritos de Bonhoeffer y las biografías de ese notable personaje, entre ellas la escrita por su amigo Eberhard Bethge. La nueva biografía “Bonhoeffer: Pastor, Mártir, Profeta, Espía” de Eric Metaxas, se inicia con un prólogo cuyas primeras palabras son extraídas de una de las epístolas del Apóstol San Pablo: “Estamos atribulados en todo, mas no angustiados, en apuros, mas no desesperados, perseguidos, mas no desamparados, derribados, pero no destruidos…porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida…” (2 Corintios 4: 8-12).
Salvando distancias pues son personajes diferentes, la vida del doctor Bonhoeffer me recuerda el cumplimiento del deber tal y como lo señala la conciencia. En su caso el joven pastor, que no llegó a cumplir los cuarenta años de edad, participó en la Iglesia Confesante, un movimiento que se opuso al control de la Iglesia Evangélica de confesión luterana por los partidarios de Adolfo Hitler y fue uno de los líderes de la resistencia civica a ese régimen junto al pastor Otto Dibelius, luego Obispo luterano en Alemania del este y al teólogo Martin Niemoeller, uno de los más notables teólogos de su época. La participación del célebre pastor Bonhoeffer en los planes para eliminar físicamente a Adolfo Hitler y evitar la continuación de la guerra puede ser discutida, pero su compromiso con Alemania y la Iglesia le costó prisión y también perder la vida ya que fue ejecutado.
El proteger a un perseguido, asunto que no discutiremos por falta de espacio e independientemente de detalles, le costó su libertad al Padre Loredo, que dedicó su vida a la causa de los derechos humanos tan pronto salió de prisión, sobre todo cuando logró exiliarse. Todas esas actividades han sido detalladas en numerosas publicaciones ya que se trata de un personaje bien conocido.
Al fallecer hace unos años, Loredo se había convertido para muchos en un símbolo. Lo conocí personalmente y era una persona muy sencilla y tratable con una apreciable cultura teológica. Era además de pastor de almas, un profesor de estudios religiosos. Sus amigos del Colegio La Salle y del seminario y muchos de los que compartieron sus experiencias tanto religiosas como cívicas dan testimonio de su condición de ser humano admirable.
Una llamada telefónica de mi buen amigo el periodista Rafael Orizondo me informó de la respetable iniciativa de otro muy apreciado amigo el Comisionado Javier Souto, siempre dispuesto a reconocer el mérito y a extender la mano a favor de toda buena causa. Antes de referirme brevemente a la vida de Fray Miguel Angel Loredo, quiero compartir con los lectores algo de los sentimientos que experimenté al conocer de tan significativo acto.
Pensé en una Cuba sin odios ni rencores, proyecto posible si miramos al pasado. Aunque algunos lo hayan olvidado, existió un tiempo histórico en la mayor de las Antillas, en medio de problemas innegables y lde imitaciones bastante visibles, en que se reconocía el valor de los conciudadanos sin tener en cuenta su posición en temas políticos o religiosos. En otras palabras, que rendir este homenaje al Padre Loredo es algo que va más allá de banderías, sectarismos e ideologías sin dejar de tener presentes las duras realidades y las injusticias de este largo período histórico.
Existió una Cuba en la que prevalecía la tolerancia y existía un apreciable nivel de convivencia. Un país en el que había estudiantes católicos en escuelas protestantes y viceversa, en el que nadie discutía las creencias religiosas o la ausencia de las mismas en los candidatos a cargos públicos y existían partidos con diferentes ideologías. Hasta en ese acalorado ambiente de la política, a pesar de incidentes desagradables como en el resto del planeta, se producían situaciones realmente edificantes.
Por ejemplo, un político tan apasionado en su actuación como Eduardo Chibás, anticomunista reconocido que impidió que su Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) hiciera coalición con el marxista Partido Socialista Popular (PSP) aunque eso le costó perder 143,000 votos que se le ofrecieron si aceptaba una coalición en los comicios de 1948, estuvo dispuesto a reconocer los méritos de comunistas cubanos como Julio Antonio Mella y Gabriel Barceló, lo cual no quería decir que aprobaba su ideología o su actuación política. Es triste que al terminarse aquellos días de los viejos liberales y conservadores, el autenticismo, la ortodoxia, el PAU, el PSP y todos los partidos e ideologías imaginables llegaría a ser hasta sumamente problemático mantener relaciones epistolares con familiares radicados en el exterior o tratar de ayudar a un perseguido como deseó hacerlo un sacerdote franciscano que será honrado póstumamente este mismo domingo, Fray Miguel Angel Loredo.
Hace escasas semanas, un amigo me obsequió el último libro biográfico publicado acerca del pastor luterano y héroe de la resistencia al nazismo Dietrich Bonhoeffer, uno de los más notables teólogos cristianos del pasado siglo XX. Desde mi adolescencia he leído los escritos de Bonhoeffer y las biografías de ese notable personaje, entre ellas la escrita por su amigo Eberhard Bethge. La nueva biografía “Bonhoeffer: Pastor, Mártir, Profeta, Espía” de Eric Metaxas, se inicia con un prólogo cuyas primeras palabras son extraídas de una de las epístolas del Apóstol San Pablo: “Estamos atribulados en todo, mas no angustiados, en apuros, mas no desesperados, perseguidos, mas no desamparados, derribados, pero no destruidos…porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida…” (2 Corintios 4: 8-12).
Salvando distancias pues son personajes diferentes, la vida del doctor Bonhoeffer me recuerda el cumplimiento del deber tal y como lo señala la conciencia. En su caso el joven pastor, que no llegó a cumplir los cuarenta años de edad, participó en la Iglesia Confesante, un movimiento que se opuso al control de la Iglesia Evangélica de confesión luterana por los partidarios de Adolfo Hitler y fue uno de los líderes de la resistencia civica a ese régimen junto al pastor Otto Dibelius, luego Obispo luterano en Alemania del este y al teólogo Martin Niemoeller, uno de los más notables teólogos de su época. La participación del célebre pastor Bonhoeffer en los planes para eliminar físicamente a Adolfo Hitler y evitar la continuación de la guerra puede ser discutida, pero su compromiso con Alemania y la Iglesia le costó prisión y también perder la vida ya que fue ejecutado.
El proteger a un perseguido, asunto que no discutiremos por falta de espacio e independientemente de detalles, le costó su libertad al Padre Loredo, que dedicó su vida a la causa de los derechos humanos tan pronto salió de prisión, sobre todo cuando logró exiliarse. Todas esas actividades han sido detalladas en numerosas publicaciones ya que se trata de un personaje bien conocido.
Al fallecer hace unos años, Loredo se había convertido para muchos en un símbolo. Lo conocí personalmente y era una persona muy sencilla y tratable con una apreciable cultura teológica. Era además de pastor de almas, un profesor de estudios religiosos. Sus amigos del Colegio La Salle y del seminario y muchos de los que compartieron sus experiencias tanto religiosas como cívicas dan testimonio de su condición de ser humano admirable.
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