Diario Las Americas
Publicado el 12-29-2012
Publicado el 12-29-2012
Comentarios ante otro año que termina
El 2012 está a punto a terminar. Enfrentamos muchas dificultades, no sólo en EE.UU., sino en gran parte del mundo desarrollado, por no decir de otros países cuyos problemas son de larga data ya que su población ha vivido en la más triste miseria por generaciones. Durante este año se han escuchado comentarios desconcertantes, hasta el punto que en muchos círculos se da a entender algo así como que vivimos la peor época en la historia.
En medio de titulares de prensa y constantes referencias al “precipicio fiscal” y la difusión de otras malas noticias, que son muy reales, intentaré despedirme con una nota algo más positiva, acudiendo a una comparación de circunstancias y recuerdos. Toda generación piensa que su época favorita fue la mejor y que ahora todo ha empeorado. Puede haber algo de cierto en aspectos determinados, pero no en todo el asunto.
Nací a finales de la Segunda Guerra Mundial, meses antes de la explosión atómica en Hiroshima y Nagasaki y todo lo que conozco sobre esa situación se basa en lecturas y viajes. Recuerdo todavía, con bastante claridad, algunos comentarios acerca de la sangrienta Guerra de Corea que tanto preocupaba a mi padre, un partidario ferviente de los EE.UU., y sus causas. Comencé a leer periódicos mas o menos en esa época aunque era todavía un niño y no podía entender con profundidad los artículos y noticias de la prensa cubana. Mucho menos los de las revistas TIME y LIFE que mi padre consideraba entonces casi como “Ipsissima verba” y que pronto me vería obligado a leer con la ayuda de un diccionario “inglés-español” para complacerle.
Después me tocó escuchar por todas partes los episodios de la insurrección contra el gobierno del Presidente Batista, proceso en el cual no tuve arte ni parte gracias a tempranas lecturas sobre la Revolución Francesa y las víctimas de la guillotina, y especialmente por consejos de mi madre que me enseñó a no admirar a ciertos personajes y me recomendó no participar en actividades revolucionarias de algún tipo.
Recuerdo mucho más vívidamente la era de los fusilamientos masivos en Cuba. Después vino el exilio, situación esta última que me permitió estar bien informado, ya como residente en EE.UU., acerca de la Guerra de Vietnam. Y como el resto de la humanidad pasé la mayor parte de mi vida a la sombra de la Guerra Fría y la confrontación Este/Oeste. En otras palabras, que los problemas graves no se iniciaron el otro día sino muy atrás y los considero mucho mayores a algunos de los que experimentamos ahora. Lamentablemente, algunos parecen haber olvidado todo eso.
En medio de este catálogo de recuerdos deseo afirmar que no creo vivir el peor período en la historia de la humanidad, ni tampoco el capítulo más difícil en la historia contemporánea. La Guerra Civil entre los Estados (1861-1865) continúa siendo el episodio más lamentable y violento en la historia nacional. Una región entera del país quedó destruida casi por completo, y en cualquiera de las batallas murieron muchísimas más personas que las que lamentablemente perdieron la vida en el horrendo incidente de septiembre 11 del 2001. Y en cuanto a la economía todavía nada ha superado en intensidad la Gran Depresión iniciada durante la administración de Herbert Hoover y que se prolongó por los años treinta del pasado siglo XX.
Puede hablarse de decadencia moral y somos muchos los que estamos de acuerdo en eso pues vivimos en un período de inmoralidad rampante y generalizada, cada vez más evidente, aunque sería necesario recordar las prácticas rituales de los antiguos cultos paganos, que incluían, además de promiscuidad, otras prácticas sexuales abominables como la llamada “prostitución sagrada”. Se ha escrito mucho sobre las orgías de la antigua Roma. Y la inmoralidad y la corrupción aprecia en casi todos los círculos, hasta en los religiosos, durante el Renacimiento.
Pero si se trata estrictamente de temas morales en nuestro propio tiempo histórico, es difícil ser optimista, alarmados lógicamente ante la decadencia de las relaciones familiares y la más rampante pornografía, para lo cual ya no es posible ni siquiera acudir a precedentes. En pleno siglo XXI existe una situación horrorosa de persecución religiosa en el mundo islámico, donde se aplican medidas tan estrictas que hacen palidecer la intolerancia medieval, pero que no son las únicas que se han vivido en nuestro tiempo. Todavía viven numerosos testigos de los campos de concentración y de la persecución religiosa en la Rusia soviética y en la República Popular China, por citar solo dos casos.
El 2012 se caracterizó por una serie de acontecimientos que ahora son parte de la larga historia de la humanidad. Además de los incidentes de hace unos días en una población de Connecticut, la violencia continúa siendo noticia, sobre todo en relación con el islamismo radical y las guerras civiles en países del Oriente Cercano y Medio. En algunos países de la América española la violencia aumenta constantemente. Y no soy optimista acerca del futuro de las relaciones entre palestinos e israelíes, enfrentamiento que da señales de poder durar hasta la bíblica consumación de los tiempos, independientemente de las decisiones de la ONU o de los ocupantes de la Casa Blanca, sean estos del Partido Demócrata o del Republicano, sectores políticos que promueven una polarización que solo conduce a la división y el resentimiento. En ese tema nacional tampoco soy demasiado optimista, pero esas damas y caballeros de la alta política encontrarán seguramente alguna manera de entenderse para gobernar porque cada cuatro años tienen que comparecer ante las urnas electorales. Ningún partido tiene control absoluto, ni del Congreso ni de las gobernaciones y asambleas legislativas estatales y existe felizmente la alternancia en el poder ejecutivo, detalle que impide que alguien gobierne aquí “por los siglos de los siglos”. Las instituciones creadas por los fundadores han demostrado funcionar, a pesar de limitaciones.
Crisis, siempre las ha habido, lo que sucede es que algunos no se han dado cuenta o tienen poca memoria. Basta con acudir a la historia latinoamericana con violencia, guerras civiles, dictaduras y problemas económicos que se remontan no sólo al período colonial sino a la independencia. Y mientras se discute el “precipicio fiscal” y las revoluciones en países islámicos olvidamos problemas que, lamentablemente, siempre han estado con nosotros. Las hambrunas y las epidemias nos acompañan desde períodos que se pierden en la noche de los tiempos. Ha sido una larga historia de revueltas, revoluciones, conflictos religiosos y terrorismo, al cual en mi país natal llamaban “clandestinaje” y que por poco me cuesta la vida como otra probable víctima de los revolucionarios que hicieron estallar un petardo en un cine en el cual exhibían una sencilla película de Tarzán.
Después del 21 de diciembre del 2012 y las llamadas “profecías mayas” que aparentemente no tenían relación con el fin del mundo, la vida sigue. Y este planeta seguirá existiendo hasta que el Todopoderoso disponga otra cosa. Mientras tanto, amparados por la misericordia divina, intentemos disfrutar de las buenas noticias, evitando contribuir a amargarle la vida a familiares, amigos y vecinos, pero aceptando que no todas las cosas saldrán bien, como le ha sucedido a todos los seres que han vivido en el Planeta Tierra desde los tiempos más remotos, cuando ni siquiera existían el aire acondicionado, los automóviles y la anestesia, por los cuales doy gracias a Dios y me felicito por no haber nacido en un período anterior, aceptando así la voluntad de Dios, Señor de la Vida y de la Historia. Feliz 2013.
En medio de titulares de prensa y constantes referencias al “precipicio fiscal” y la difusión de otras malas noticias, que son muy reales, intentaré despedirme con una nota algo más positiva, acudiendo a una comparación de circunstancias y recuerdos. Toda generación piensa que su época favorita fue la mejor y que ahora todo ha empeorado. Puede haber algo de cierto en aspectos determinados, pero no en todo el asunto.
Nací a finales de la Segunda Guerra Mundial, meses antes de la explosión atómica en Hiroshima y Nagasaki y todo lo que conozco sobre esa situación se basa en lecturas y viajes. Recuerdo todavía, con bastante claridad, algunos comentarios acerca de la sangrienta Guerra de Corea que tanto preocupaba a mi padre, un partidario ferviente de los EE.UU., y sus causas. Comencé a leer periódicos mas o menos en esa época aunque era todavía un niño y no podía entender con profundidad los artículos y noticias de la prensa cubana. Mucho menos los de las revistas TIME y LIFE que mi padre consideraba entonces casi como “Ipsissima verba” y que pronto me vería obligado a leer con la ayuda de un diccionario “inglés-español” para complacerle.
Después me tocó escuchar por todas partes los episodios de la insurrección contra el gobierno del Presidente Batista, proceso en el cual no tuve arte ni parte gracias a tempranas lecturas sobre la Revolución Francesa y las víctimas de la guillotina, y especialmente por consejos de mi madre que me enseñó a no admirar a ciertos personajes y me recomendó no participar en actividades revolucionarias de algún tipo.
Recuerdo mucho más vívidamente la era de los fusilamientos masivos en Cuba. Después vino el exilio, situación esta última que me permitió estar bien informado, ya como residente en EE.UU., acerca de la Guerra de Vietnam. Y como el resto de la humanidad pasé la mayor parte de mi vida a la sombra de la Guerra Fría y la confrontación Este/Oeste. En otras palabras, que los problemas graves no se iniciaron el otro día sino muy atrás y los considero mucho mayores a algunos de los que experimentamos ahora. Lamentablemente, algunos parecen haber olvidado todo eso.
En medio de este catálogo de recuerdos deseo afirmar que no creo vivir el peor período en la historia de la humanidad, ni tampoco el capítulo más difícil en la historia contemporánea. La Guerra Civil entre los Estados (1861-1865) continúa siendo el episodio más lamentable y violento en la historia nacional. Una región entera del país quedó destruida casi por completo, y en cualquiera de las batallas murieron muchísimas más personas que las que lamentablemente perdieron la vida en el horrendo incidente de septiembre 11 del 2001. Y en cuanto a la economía todavía nada ha superado en intensidad la Gran Depresión iniciada durante la administración de Herbert Hoover y que se prolongó por los años treinta del pasado siglo XX.
Puede hablarse de decadencia moral y somos muchos los que estamos de acuerdo en eso pues vivimos en un período de inmoralidad rampante y generalizada, cada vez más evidente, aunque sería necesario recordar las prácticas rituales de los antiguos cultos paganos, que incluían, además de promiscuidad, otras prácticas sexuales abominables como la llamada “prostitución sagrada”. Se ha escrito mucho sobre las orgías de la antigua Roma. Y la inmoralidad y la corrupción aprecia en casi todos los círculos, hasta en los religiosos, durante el Renacimiento.
Pero si se trata estrictamente de temas morales en nuestro propio tiempo histórico, es difícil ser optimista, alarmados lógicamente ante la decadencia de las relaciones familiares y la más rampante pornografía, para lo cual ya no es posible ni siquiera acudir a precedentes. En pleno siglo XXI existe una situación horrorosa de persecución religiosa en el mundo islámico, donde se aplican medidas tan estrictas que hacen palidecer la intolerancia medieval, pero que no son las únicas que se han vivido en nuestro tiempo. Todavía viven numerosos testigos de los campos de concentración y de la persecución religiosa en la Rusia soviética y en la República Popular China, por citar solo dos casos.
El 2012 se caracterizó por una serie de acontecimientos que ahora son parte de la larga historia de la humanidad. Además de los incidentes de hace unos días en una población de Connecticut, la violencia continúa siendo noticia, sobre todo en relación con el islamismo radical y las guerras civiles en países del Oriente Cercano y Medio. En algunos países de la América española la violencia aumenta constantemente. Y no soy optimista acerca del futuro de las relaciones entre palestinos e israelíes, enfrentamiento que da señales de poder durar hasta la bíblica consumación de los tiempos, independientemente de las decisiones de la ONU o de los ocupantes de la Casa Blanca, sean estos del Partido Demócrata o del Republicano, sectores políticos que promueven una polarización que solo conduce a la división y el resentimiento. En ese tema nacional tampoco soy demasiado optimista, pero esas damas y caballeros de la alta política encontrarán seguramente alguna manera de entenderse para gobernar porque cada cuatro años tienen que comparecer ante las urnas electorales. Ningún partido tiene control absoluto, ni del Congreso ni de las gobernaciones y asambleas legislativas estatales y existe felizmente la alternancia en el poder ejecutivo, detalle que impide que alguien gobierne aquí “por los siglos de los siglos”. Las instituciones creadas por los fundadores han demostrado funcionar, a pesar de limitaciones.
Crisis, siempre las ha habido, lo que sucede es que algunos no se han dado cuenta o tienen poca memoria. Basta con acudir a la historia latinoamericana con violencia, guerras civiles, dictaduras y problemas económicos que se remontan no sólo al período colonial sino a la independencia. Y mientras se discute el “precipicio fiscal” y las revoluciones en países islámicos olvidamos problemas que, lamentablemente, siempre han estado con nosotros. Las hambrunas y las epidemias nos acompañan desde períodos que se pierden en la noche de los tiempos. Ha sido una larga historia de revueltas, revoluciones, conflictos religiosos y terrorismo, al cual en mi país natal llamaban “clandestinaje” y que por poco me cuesta la vida como otra probable víctima de los revolucionarios que hicieron estallar un petardo en un cine en el cual exhibían una sencilla película de Tarzán.
Después del 21 de diciembre del 2012 y las llamadas “profecías mayas” que aparentemente no tenían relación con el fin del mundo, la vida sigue. Y este planeta seguirá existiendo hasta que el Todopoderoso disponga otra cosa. Mientras tanto, amparados por la misericordia divina, intentemos disfrutar de las buenas noticias, evitando contribuir a amargarle la vida a familiares, amigos y vecinos, pero aceptando que no todas las cosas saldrán bien, como le ha sucedido a todos los seres que han vivido en el Planeta Tierra desde los tiempos más remotos, cuando ni siquiera existían el aire acondicionado, los automóviles y la anestesia, por los cuales doy gracias a Dios y me felicito por no haber nacido en un período anterior, aceptando así la voluntad de Dios, Señor de la Vida y de la Historia. Feliz 2013.
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