¡HASTA MAÑANA CUBA! >>> LOS TIEMPOS CAMBIAN
Miami, 6 de diciembre de 2012
Una prima que quiero mucho,Dixie Rodríguez, tuvo la delicadeza de hacerme llegar el texto que más abajo publico.
El texto no está firmado, pero quienquiera que lo haya escrito merece todo mi respeto y mi admiración. Y lo merece por la madurez y la valentía con afronta una realidad que pocos quieren admitir:
La Cuba del pasado no puede insertarse en la Cuba del futuro.
Mi agradecimiento a Dixie Rodríguez y mi felicitación al autor/a del texto.
¡Hasta mañana, Cuba!
Un problema, más de índole psicológica que social, es el que muchos exiliados afrontamos cuando creemos que en el futuro puede insertarse la Cuba del pasado. Es cierto que hay valores imperecederos y normas permanentes que es de sabios usar; cierto es que de los errores y de las tragedias podemos derivar enseñanzas que nos impidan el próximo abismo; pero una cosa es todo esto, y otra muy distinta es que podamos injertar el pasado en las convulsas entrañas del presente.
LOS TIEMPOS CAMBIAN
Ya olvidé a quien le dejé mis libros para que me los guardara. La persona a
la que le confiamos algunos preciados recuerdos de la familia murió hace
años; la casa donde pensábamos pasar nuestra vejez hace cuarenta y cinco
años está habitada por una familia que ya ha echado raíces allí.
La mayoría de mis amigos han muerto o se han ido a otros sitios y sé que
nunca volveremos a encontrarnos. Mis padres, gracias a Dios, llegaron a
nosotros y hoy día descansan en un cementerio local, después de haber
disfrutado de un ramillete de años de felicidad y paz. Mis hermanos y sus
hijos y nietos viven tan cerca que nuestra comunicación con ellos es
constante. En Cuba, sin embargo, nos quedan dos hermanos, achacosos y
distantes, cada uno con descendencia que no hemos conocido.
¡Han pasado cincuenta y tres años y los tiempos han cambiado! Pero
permanecen la infame dictadura de Fidel Castro y su pandilla de fascinerosos
hincando sus botas manchadas de sangre en el adolorido corazón de mi patria,
la que a estas alturas de mi vida miro con la resignación del viajero que no
tiene boleto de regreso.
Los tiempos cambian; pero el recuerdo de las cosas que han pasado es
inmutable. Hoy peinamos canas, nos molestan las dolencias, nuestros hijos
han alcanzado la meta de la adultez y nuestros nietos adolescentes se
desplazan en una sociedad y en una cultura que me los hace diferentes. En
efecto, han cambiado los panoramas; pero me queda invulnerable e intocable
el espacioso ámbito de los recuerdos.
Yo llegué al exilio joven, lleno de ilusiones y compromisos. Desde nuestros
primeros días nos afiliamos a los que luchan por la reconquista de la
libertad. Larga sería la lista de nombres si mencionara a todos los
compatriotas que han quedado en el camino, atribulados por el dolor de no
haber logrado la meta de una Cuba redimida. Es inspirador el hecho, no
obstante, de que todavía quedemos muchos que no hemos abandonado el
compromiso; aunque hayan surgido nuevas generaciones que optan por métodos y
metas que no nos son afines.
Lo que es decepcionante es que al final de nuestras carreras, el tirano
Castro haya engarzado en su órbita de odio y violencia a varios gobernantes
de América que enarbolan sus arcaicas tácticas de populismo
anti-norteamericano al tiempo que implantan en sus pueblos regímenes basados
en el despojo, la opresión y el crimen.
Chávez "odia" a los Estados Unidos. Evo Morales se ha sumado al club
perverso de los anti demócratas y ha creado una "república indígena" que
maneja a base de extorsión y demagogia. Pudiera hablar de Argentina y de
Brasil, de los riesgos que enfrentamos en Perú y Nicaragua y de la actitud
extendida por el continente de hostilidad y desprecio para los cubanos
exiliados que constituyen la única ofensiva que se mantiene en contra de
Castro y sus neo seguidores. Es cierto, los tiempos han cambiado y para mal.
En Miami hablamos de transiciones, cambios y revueltas, y muchos se han
convertido en videntes que anticipan el proceso libertario de la patria.
Quizás lo único que nos va quedando son precisamente estas dos grandes
virtudes que son el entusiasmo y la esperanza. Para nosotros, a los que ya
el horizonte se nos hace estrecho, lo que cada día va importando más es
la decorosa vigencia del pasado.
Un problema, más de índole psicológica que social, es el que muchos
exiliados afrontamos cuando creemos que en el futuro puede insertarse la
Cuba del pasado. Es cierto que hay valores imperecederos y normas
permanentes que es de sabios usar; cierto es que de los errores y de las
tragedias podemos derivar enseñanzas que nos impidan el próximo abismo; pero
una cosa es todo esto, y otra muy distinta es que podamos injertar el pasado
en las convulsas entrañas del presente.
Cuba no vuelve a ser lo que fue. Y no que le toque esa suerte por excepción,
sino que esa es la ley universal del desarrollo humano.
Me duele confesarlo, pero a riesgo de ser mal entendido, para mí hoy día
Cuba es la que dejé no la que nos han deformado. Lo comprobé hace poco,
cuando la serie internacional de béisbol en la que participó un equipo de la
más grande isla de Las Antillas. ¿Quién iba a decirme que iba a desear
desaforadamente que un equipo con el nombre de mi patria perdiera todos sus
partidos? ¿Es que he dejado de ser cubano? Pues sí, soy cubano pero de una
patria que no existe, y extranjero de la que hoy padece bajo el poder
destructivo del comunismo. Y no crean que estoy solo. Cansado estoy de oír a
compatriotas que explican a otros su identidad: "Yo soy cubano, pero de los
de antes, no de los de ahora".
Ser "cubano de los de antes" es una deificación del pasado y una abdicación
justificada de los horrores del presente. Lo que queremos decir es que somos
dueños de una patria que mantenemos intacta en el corazón, no siervos de una
que nos han inventado a fuerza de paredones y atropellos.
Los tiempos habrán cambiado y hasta nosotros hemos cambiado, víctimas de los
tiempos; pero lo que no ha cambiado es la Cuba en la que mecimos nuestra
niñez y disfrutamos nuestra juventud. A esa le hemos fabricado un santuario
en el corazón y cada día la adoramos con el fervor de un devoto creyente.
He visto a ancianos desvanecerse poco a poco en los rincones de un
asilo. Son cubanos y cubanas que dejaron pedazos de su alma en Cuba y hoy
viven anegados en la tristeza de la soledad y el abandono.
Me compadezco de los que ya no tienen ni siquiera acceso a sus recuerdos;
pero me engalano de orgullo cuando oigo a la ancianita de 90 años cantar una
estrofa del himno o a un encorvado viejecito de casi un siglo de existencia,
hablar de sus indestructibles vivencias de antaño, en una Cuba en la que
quizá fue pobre, pero ricamente libre.
Para mí, Cuba es la de mis recuerdos. ¡Qué bella la noche que me arropa
de quietud y que me sirve de escenario para que goce de mis benditos
recuerdos de la gloriosa Cuba de ayer!
Anoche, entre despierto y dormido sentí sobre mi frente un beso de mi madre
y recorrí en veloz vuelo los sitios que una vez me fueron propicios. En el
Monumento al Apóstol volví a depositar una flor blanca, de la playa de
Varadero me salpiqué de espumas. Volví a ser niño, volví a ser hombre.
Cerré lentamente el imaginario álbum de mis recuerdos, y como si se tratara
de una oración, me dije a mí mismo:
¡Hasta mañana, Cuba!
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