MARCOS ANTONIO RAMOS: MIAMI DADE Y EL REGRESO DE LAS ORACIONES
Diario Las Americas
Publicado el 12-08-2012
Publicado el 12-08-2012
Orar no es simplemente escuchar las oraciones dirigidas por otros sino sobre todo utilizarlas para comunicarse con Dios, a lo cual nadie será obligado.
Miami Dade y el regreso de las oraciones
El regreso de las oraciones al comienzo de las sesiones de la Comisión de Miami Dade es un acontecimiento interesante. A pesar del océano de secularismo en el que se nos intenta sumergir, una oración antes de empezar las deliberaciones no debe ofender a nadie. Orar no es simplemente escuchar las oraciones dirigidas por otros sino sobre todo utilizarlas para comunicarse con Dios, a lo cual nadie será obligado.
Desconcierta que algunos se sientan alarmados por una invocación no confesional. Como señalaba acertadamente el distinguido Padre Eduardo M. Barrios, S.J., en un escrito publicado esta semana: “…Viene bien invocar a Dios al comenzar cualquier tipo de reunión con tal que la oración no manipule lo sagrado”. Por otra parte, cualquier persona que no sea creyente o cuyas creencias sean radicalmente diferentes a lo expresado en una oración no debe sentirse amenazada por algo en lo cual no cree.
Es cierto que ha existido intolerancia y que algunas situaciones son lamentables. La historia registra infinidad de situaciones de ese tipo, algunas de las cuales se relacionan con intentos de imposición de creencias religiosas o de ateismo, proyectos de unidad religiosa a la fuerza y prácticas legales que pueden muy bien incorporarse a la historia de la imbecilidad humana, pero lo que ha sido aprobado por la Comisión del Condado no tiene relación con esos casos.
Estados Unidos ha conocido de prejuicios e intolerancia como todas las naciones, pero se ha logrado reducir, hasta donde es humanamente posible, esas situaciones. En este mismo período histórico se han producido confrontaciones por cuestiones legales que han afectado a algunas confesiones y que pueden provocar demandas y apelaciones legales, lo cual se suma a prejuicios raciales, étnicos y también religiosos que no pueden ser eliminados del todo de la imperfecta condición humana utilizando leyes, proclamas, decretos o elecciones.
Los católicos, judíos y algunos protestantes considerados marginales, entre miembros de otros grupos, sufrieron discriminación en períodos ya superados de la historia estadounidense. En la vecina Iberoamérica el protestantismo, como en la católica España, sufrió de restricciones y discriminación hasta hace algún tiempo. En nuestra propia época los cristianos de cualquier confesión sufren de prohibición de sus actividades y hasta de la profesión pública de su fe en varios países islámicos, pero no se puede negar que en la misma Europa y otras regiones los conflictos religiosos llevaron a guerras sangrientas, no sólo a partir de la Reforma Religiosa del siglo XVI sino mucho antes, como sucedió, entre muchísimos otros casos, con la masacre de albigenses siglos antes de que nacieran el humanista Desiderio Erasmo, el doctor Martín Lutero y mi admirado cardenal Contarini.
En el siglo XVI Enrique VIII envió a la hoguera a católicos y protestantes por igual ya que su curiosa fórmula religiosa oficialista, muy diferente a las creencias anglicanas históricas, es decir, a los “39 Artículos de Religión”, que se remontan a sus hijos Eduardo VI e Isabel I, que sí eran confesionalmente protestantes, permitió excluir a ambos grupos (católicos y protestantes), dato que parecen ignorar aficionados a la historia eclesiástica que han considerado protestante a quien fue hasta su muerte un enemigo jurado de la teología evangélica (Enrique VIII). Tristemente, en sentencias a morir en la hoguera promovidas por ese soberano aparecía inicialmente la firma aprobatoria del más respetable de sus cancilleres, el venerado Tomás Moro, decapitado en un período posterior por sus firmes convicciones.
Los que se oponen a las oraciones pudieran intentan combatirlas acudiendo al pasado. Pero la intolerancia ha sido practicada también por escépticos e incrédulos en materia religiosa como los que persiguieron y discriminaron a creyentes en los países comunistas. La Iglesia Católica, desde su admirable Concilio Vaticano II, y las confesiones protestantes, en su mayoría partidarias de la separación de la Iglesia y el Estado, no constituyen hoy un peligro para la libertad religiosa, como tampoco el actual Papa, felizmente reinante, Benedicto XVI. Pero nadie tiene un monopolio sobre la intolerancia.
Los que rechazan las oraciones públicas pudieran citar la Inquisición católica y la discriminación de los católicos por parte de la Corona Británica hasta el Acta de Emancipación de 1829. También las restricciones impuestas a protestantes en países iberoamericanos, de las cuales yo mismo dejo testimonio escrito en el capítulo 10 de la “Historia General de América Latina”, Volumen VII, publicada por la UNESCO (Madrid, Editorial Trotta, 2008). Por otra parte, en México existieron restricciones al culto católico en pleno siglo XX. Pero, de todo eso a comparar situaciones ya superadas con lo aprobado ahora por la Comisión hay un gran trecho. El Padre Barrios, en su excelente trabajo, señala: “Los comisionados no tienen que ceñirse a rezos cristianos. Pueden utilizar plegarias de otras religiones con tal que sean oraciones por el bien común.”
La toma de posesión del Presidente de EE.UU., se inicia con una invocación. En el 2005, el Presbítero Luis León, un cubanoamericano Rector de la Iglesia Episcopal St. John, la “iglesia de los Presidentes”, fue encargado por el Presidente George W. Bush de hacer la invocación en su segunda toma de posesión. John F. Kennedy, católico, invitó a clérigos de otras confesiones a orar en su inauguración. Presidentes de confesiones protestantes han invitado a obispos católicos y a rabinos judíos a orar en actos similares. También se ora en el Congreso. Los clérigos invitados no utilizan expresiones negativas acerca de los no creyentes, ni se proponen “catequizar”, “evangelizar” o dedicarse al proselitismo con sus preces.
Algunos de los que promovieron la eliminación de oraciones y lecturas bíblicas en las escuelas públicas lo hicieron alegando que las mismas por lo general favorecían al cristianismo e ignoraban al judaísmo y otros credos. Los que se oponen ahora a las invocaciones lo hacen por una variedad de razones y reconozco su derecho a expresar su opinión. Acabo de expresar la mía que es diferente. Y deseo añadir que una de las deficiencias del sistema educativo actual radica en la frecuente ausencia de cursos sobre Historia de las Religiones, los cuales pudieran incluir libremente capítulos sobre posiciones no necesariamente religiosas, como las de nuestros amigos agnósticos o no creyentes, que también tienen una historia que merece ser conocida.
Se trata de un mínimo de curiosidad intelectual, necesario para entender las diferentes sociedades. La ausencia de cultura religiosa es peligrosa como el analfabetismo. Acabo de leer una información acerca de un aspecto de la enseñanza del catolicismo en las escuelas españolas, algo que es considerado un triunfo de los obispos de la Madre Patria. En realidad nadie será obligado a tomar esos cursos pues España disfruta ahora de una amplia libertad religiosa, pero si yo estudiara allí no objetaría tomar esos cursos. Mucho me ayudaron las clases de catolicismo que recibí cuando estudiaba el bachillerato. Y todavía estudio el fenómeno religioso universal con interés y sin exclusiones.
En los ochenta publiqué en España un texto de Historia de las Religiones que fue utilizado en muchas escuelas en países de habla española y nadie me ha acusado todavía, que yo conozca, de favorecer en esa obra a una religión en particular pues ni siquiera di a entender que era protestante. Pero tampoco los textos y cursos claramente confesionales hacen daño a menos que alguien sea forzado así a profesar un credo. Si una actividad intelectual no perjudica a un individuo medianamente inteligente, mucho bien le hace a una asamblea o a una escuela recordar que hay algo muy por encima de nosotros, simples mortales. Y si no agradan las oraciones, existe el recurso de pensar en otra cosa mientras los creyentes oran, como a veces hago con toda esa propaganda secularista en los medios de comunicación.
Desconcierta que algunos se sientan alarmados por una invocación no confesional. Como señalaba acertadamente el distinguido Padre Eduardo M. Barrios, S.J., en un escrito publicado esta semana: “…Viene bien invocar a Dios al comenzar cualquier tipo de reunión con tal que la oración no manipule lo sagrado”. Por otra parte, cualquier persona que no sea creyente o cuyas creencias sean radicalmente diferentes a lo expresado en una oración no debe sentirse amenazada por algo en lo cual no cree.
Es cierto que ha existido intolerancia y que algunas situaciones son lamentables. La historia registra infinidad de situaciones de ese tipo, algunas de las cuales se relacionan con intentos de imposición de creencias religiosas o de ateismo, proyectos de unidad religiosa a la fuerza y prácticas legales que pueden muy bien incorporarse a la historia de la imbecilidad humana, pero lo que ha sido aprobado por la Comisión del Condado no tiene relación con esos casos.
Estados Unidos ha conocido de prejuicios e intolerancia como todas las naciones, pero se ha logrado reducir, hasta donde es humanamente posible, esas situaciones. En este mismo período histórico se han producido confrontaciones por cuestiones legales que han afectado a algunas confesiones y que pueden provocar demandas y apelaciones legales, lo cual se suma a prejuicios raciales, étnicos y también religiosos que no pueden ser eliminados del todo de la imperfecta condición humana utilizando leyes, proclamas, decretos o elecciones.
Los católicos, judíos y algunos protestantes considerados marginales, entre miembros de otros grupos, sufrieron discriminación en períodos ya superados de la historia estadounidense. En la vecina Iberoamérica el protestantismo, como en la católica España, sufrió de restricciones y discriminación hasta hace algún tiempo. En nuestra propia época los cristianos de cualquier confesión sufren de prohibición de sus actividades y hasta de la profesión pública de su fe en varios países islámicos, pero no se puede negar que en la misma Europa y otras regiones los conflictos religiosos llevaron a guerras sangrientas, no sólo a partir de la Reforma Religiosa del siglo XVI sino mucho antes, como sucedió, entre muchísimos otros casos, con la masacre de albigenses siglos antes de que nacieran el humanista Desiderio Erasmo, el doctor Martín Lutero y mi admirado cardenal Contarini.
En el siglo XVI Enrique VIII envió a la hoguera a católicos y protestantes por igual ya que su curiosa fórmula religiosa oficialista, muy diferente a las creencias anglicanas históricas, es decir, a los “39 Artículos de Religión”, que se remontan a sus hijos Eduardo VI e Isabel I, que sí eran confesionalmente protestantes, permitió excluir a ambos grupos (católicos y protestantes), dato que parecen ignorar aficionados a la historia eclesiástica que han considerado protestante a quien fue hasta su muerte un enemigo jurado de la teología evangélica (Enrique VIII). Tristemente, en sentencias a morir en la hoguera promovidas por ese soberano aparecía inicialmente la firma aprobatoria del más respetable de sus cancilleres, el venerado Tomás Moro, decapitado en un período posterior por sus firmes convicciones.
Los que se oponen a las oraciones pudieran intentan combatirlas acudiendo al pasado. Pero la intolerancia ha sido practicada también por escépticos e incrédulos en materia religiosa como los que persiguieron y discriminaron a creyentes en los países comunistas. La Iglesia Católica, desde su admirable Concilio Vaticano II, y las confesiones protestantes, en su mayoría partidarias de la separación de la Iglesia y el Estado, no constituyen hoy un peligro para la libertad religiosa, como tampoco el actual Papa, felizmente reinante, Benedicto XVI. Pero nadie tiene un monopolio sobre la intolerancia.
Los que rechazan las oraciones públicas pudieran citar la Inquisición católica y la discriminación de los católicos por parte de la Corona Británica hasta el Acta de Emancipación de 1829. También las restricciones impuestas a protestantes en países iberoamericanos, de las cuales yo mismo dejo testimonio escrito en el capítulo 10 de la “Historia General de América Latina”, Volumen VII, publicada por la UNESCO (Madrid, Editorial Trotta, 2008). Por otra parte, en México existieron restricciones al culto católico en pleno siglo XX. Pero, de todo eso a comparar situaciones ya superadas con lo aprobado ahora por la Comisión hay un gran trecho. El Padre Barrios, en su excelente trabajo, señala: “Los comisionados no tienen que ceñirse a rezos cristianos. Pueden utilizar plegarias de otras religiones con tal que sean oraciones por el bien común.”
La toma de posesión del Presidente de EE.UU., se inicia con una invocación. En el 2005, el Presbítero Luis León, un cubanoamericano Rector de la Iglesia Episcopal St. John, la “iglesia de los Presidentes”, fue encargado por el Presidente George W. Bush de hacer la invocación en su segunda toma de posesión. John F. Kennedy, católico, invitó a clérigos de otras confesiones a orar en su inauguración. Presidentes de confesiones protestantes han invitado a obispos católicos y a rabinos judíos a orar en actos similares. También se ora en el Congreso. Los clérigos invitados no utilizan expresiones negativas acerca de los no creyentes, ni se proponen “catequizar”, “evangelizar” o dedicarse al proselitismo con sus preces.
Algunos de los que promovieron la eliminación de oraciones y lecturas bíblicas en las escuelas públicas lo hicieron alegando que las mismas por lo general favorecían al cristianismo e ignoraban al judaísmo y otros credos. Los que se oponen ahora a las invocaciones lo hacen por una variedad de razones y reconozco su derecho a expresar su opinión. Acabo de expresar la mía que es diferente. Y deseo añadir que una de las deficiencias del sistema educativo actual radica en la frecuente ausencia de cursos sobre Historia de las Religiones, los cuales pudieran incluir libremente capítulos sobre posiciones no necesariamente religiosas, como las de nuestros amigos agnósticos o no creyentes, que también tienen una historia que merece ser conocida.
Se trata de un mínimo de curiosidad intelectual, necesario para entender las diferentes sociedades. La ausencia de cultura religiosa es peligrosa como el analfabetismo. Acabo de leer una información acerca de un aspecto de la enseñanza del catolicismo en las escuelas españolas, algo que es considerado un triunfo de los obispos de la Madre Patria. En realidad nadie será obligado a tomar esos cursos pues España disfruta ahora de una amplia libertad religiosa, pero si yo estudiara allí no objetaría tomar esos cursos. Mucho me ayudaron las clases de catolicismo que recibí cuando estudiaba el bachillerato. Y todavía estudio el fenómeno religioso universal con interés y sin exclusiones.
En los ochenta publiqué en España un texto de Historia de las Religiones que fue utilizado en muchas escuelas en países de habla española y nadie me ha acusado todavía, que yo conozca, de favorecer en esa obra a una religión en particular pues ni siquiera di a entender que era protestante. Pero tampoco los textos y cursos claramente confesionales hacen daño a menos que alguien sea forzado así a profesar un credo. Si una actividad intelectual no perjudica a un individuo medianamente inteligente, mucho bien le hace a una asamblea o a una escuela recordar que hay algo muy por encima de nosotros, simples mortales. Y si no agradan las oraciones, existe el recurso de pensar en otra cosa mientras los creyentes oran, como a veces hago con toda esa propaganda secularista en los medios de comunicación.
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