MARCOS ANTONIO RAMOS: NAVIDAD DESPUÉS DE UN INCIDENTE LAMENTABLE
Dios está con todos los que invocan
a Jesús. Y los acontecimientos tristes
son difíciles de entender, pero, con las palabras ya centenarias del arzobispo dominicano Fernando Arturo de Meriño, enfrentado a una situación que tampoco
podía entender, nos refugiamos en
nuestra fe, aceptando como aquel prelado,
los “inescrutables designios de la Providencia”. Que nada impida la celebración cristiana de estos hermosos días navideños.
Diario Las Americas
Publicado el 12-22-2012
Publicado el 12-22-2012
Navidad después de un incidente lamentable
Por Marcos Antonio Ramos
Los lamentables acontecimientos de los últimos días ocurridos en una ciudad del noreste del país han estremecido al mundo. Son muchos los que se refieren a la terrible matanza en Connecticut proponiendo una mayor limitación en cuanto a armas de asalto disponibles a la población. Se levantan voces recordando los problemas en la familia de nuestro tiempo mientras un sector hace énfasis en la atención de la salud mental. Muchos nos recuerdan los problemas relacionados con la excesiva secularización impuesta a la sociedad de nuestro tiempo, en el cual se critica felicitar públicamente por la Navidad. Algunos encuentran parte del problema en la ausencia de oraciones y lecturas bíblicas en las escuelas. Debemos recordar que el actual Papa Benedicto XVI, felizmente reinante, escogió ese nombre en recordación de un predecesor, Benedicto XV, que intentó hacer regresar la influencia cristiana a Europa a principios del siglo XX. Si eso era necesario entonces, ahora lo es mucho más y Estados Unidos se va uniendo poco a poco a la lista de países secularizados.
Teniendo todo eso en cuenta, al llegar la celebración anual del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo abundan los reportajes acerca del estado de la religión y específicamente del cristianismo, aunque por lo general sólo reflejan pálidamente la realidad. Las estadísticas se contradicen frecuentemente como he intentado señalar en el pasado. Para hacer un trabajo serio se requiere el auxilio de especialistas sobre cada país, así como de historiadores de la iglesia o de las religiones y de sociólogos de la religión. Aunque retomemos el tema por lo que se relaciona con la actualidad algo que nadie puede atreverse a negar es el carácter universal que ha adquirido la Navidad.
Algunos pudieran mencionar ciertos problemas. Por ejemplo, las celebraciones formales de la hermosa fecha no proceden del primer siglo del cristianismo, ni tampoco puede asegurarse que los que iniciaron la práctica pertenecían a grupos cristianos que hayan sobrevivido el paso del tiempo o puedan ser considerados ortodoxos siguiendo las normas teológica posteriores. Pero debe recordarse que no abundan los casos en que los honores se tributen a un héroe o heroína a pocos años de su fallecimiento. Sólo a nosotros, en esta sociedad postmoderna, se nos ha ocurrido hacerlo. Los historiadores que utilizan el método científico, tienen poco que ofrecernos en cuanto a datos sobre el primer siglo del cristianismo. Además de los relatos contenidos en el Nuevo Testamento, casi lo único que conocemos procede de la tradición, no recogida en textos históricos de la época. El movimiento de Jesús fue adoptando diversas formas y fue necesario utilizar el poder imperial para lograr una unidad que jamás ha sido perfecta a no ser en textos confesionales. No nos extrañe que la Navidad fuera adoptada gradualmente, como casi todo lo demás.
El aspecto sobrenatural de la religión de Cristo no depende de los detalles con los que sus seguidores se han identificado o de la fecha escogida para celebrar la Navidad o del inicio formal de su celebración. El cristianismo ha existido desde los días de Jesús y sus primeros discípulos. Se les conoció primero como “nazarenos”, nombre que se les daba en Jerusalén. Luego vino el de “cristianos”, como empezó a llamárseles en Antioquía.
La universalidad del cristianismo dio paso al nombre de Iglesia Católica o Universal, de la cual la Iglesia Romana es la mayor, con una larga tradición. De ahí una lista de nombres que se les ha dado a los cristianos y sus iglesias, pasando por el de “Iglesia Gregoriana Apostólica” que lleva todavía la primera iglesia legalizada por el Estado y a la que se otorgó un carácter oficial aun antes del famoso Edicto de Milán emitido por Constantino. Ese último documento otorgaba cierta tolerancia religiosa a cristianos y no cristianos. Pero el cristianismo occidental tendría que esperar a fines del siglo IV y al emperador Teodosio para disfrutar de carácter oficial y ser impuesto por las autoridades.
Ante la proliferación de obispos (a veces cinco compitiendo por reconocimiento en una misma ciudad), de presbíteros, teólogos, doctrinas y sectas, Constantino se había visto obligado a convocar el primer concilio universal de la Iglesia, el de Nicea (325 AD) y escogió para presidir sus sesiones al obispo de Córdoba en España, uno de los pocos prelados latinos o del occidente del Imperio que asistieron a esa histórica reunión, casi únicamente integrada por teólogos de la zona griega de la Iglesia. Curiosamente, Constantino terminó sus días bautizándose en una ceremonia realizada por un obispo, Eusebio de Nicomedia, cuyas ideas eran consideradas “heréticas”, las del teólogo Arrio, que no aceptaba la interpretación actual (no necesariamente definida entonces) de la Trinidad.
Tampoco afecta la redención del mundo realizada por Jesucristo, el que todavía utilicemos como fuente de datos la historia escrita por Eusebio de Cesarea, el cual pertenecía al grupo de los semiarrianos. Nada de eso impidió que se cumpliera la promesa de Cristo a su Iglesia, que significa en el idioma original asamblea o congregación): “Dondequiera que dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estaré en medio de ellos”. La demora en adoptar la celebración formal de Navidad no afecta el elemento sobrenatural. Aunque demoró la existencia de una liturgia navideña, Jesús nació, murió y resucitó. Eso es lo más importante aunque se reserve espacio para lo demás, que siempre se discutirá según el énfasis confesional, sobre todo después de la Reforma, pero también antes de la misma como lo revelan los estudios sobre las iglesias auctóctonas antiguas al este de Palestina reducidas en número ante el avance del Islam y que se extendieron hasta la India, la China y prevalecieron numéricamente en países que ahora llamamos Irán e Irak.
La Navidad del 2012 llega en medio de problemas y triunfos. Cada día hay más cristianos en Africa y Asia a pesar de menos practicantes en Europa y América del Norte. Es más, en los países europeos occidentales las familias confesionales más tradicionales, Católica, Ortodoxa y Protestante, experimentan, pues, graves dificultades, pero nuevos grupos, algo diferentes, pero que también invocan a Jesucristo, van creciendo dramáticamente como las nuevas comunidades eclesiales en Iberoamérica. La Iglesia Romana ha recuperado terreno en gran parte del planeta gracias a la piedad, firmeza y capacidad de sus dos últimos papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI, y a la maravillosa apertura promovida por Juan XXIII.
El protestantismo histórico sobrevive aunque ha sufrido en muchos lugares y nuevas iglesias o movimientos que aceptan los tres puntos de la Reforma del siglo XVI (sólo la fe, sólo la gracia, sólo la Escritura) crecen fenomenalmente con cifras en los cientos de millones. La crisis de la fe tradicional en la segunda mitad de la Edad Media coincidió precisamente con el surgimiento de nuevas comunidades eclesiales. Así lo demuestran sobre todo historiadores imparciales en investigaciones realizadas a partir de la década de 1950. Ya para entonces abundaban los que se caracterizaban por prácticas cuyo origen es atribuido erróneamente a “pentecostales” y “carismáticos” y que ya habían florecido en el segundo siglo, contando con teólogos como Tertuliano y agrupándose en movimientos como el de los “montanistas”. Nada nuevo bajo el sol.
No debemos desanimarnos por diferencias que no hemos resuelto en el cristianismo histórico. Hay hermanos nuestros en las nuevas confesiones. Dios está con todos los que invocan a Jesús. Y los acontecimientos tristes son difíciles de entender, pero, con las palabras ya centenarias del arzobispo dominicano Fernando Arturo de Meriño, enfrentado a una situación que tampoco podía entender, nos refugiamos en nuestra fe, aceptando como aquel prelado, los “inescrutables designios de la Providencia”. Que nada impida la celebración cristiana de estos hermosos días navideños.
Teniendo todo eso en cuenta, al llegar la celebración anual del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo abundan los reportajes acerca del estado de la religión y específicamente del cristianismo, aunque por lo general sólo reflejan pálidamente la realidad. Las estadísticas se contradicen frecuentemente como he intentado señalar en el pasado. Para hacer un trabajo serio se requiere el auxilio de especialistas sobre cada país, así como de historiadores de la iglesia o de las religiones y de sociólogos de la religión. Aunque retomemos el tema por lo que se relaciona con la actualidad algo que nadie puede atreverse a negar es el carácter universal que ha adquirido la Navidad.
Algunos pudieran mencionar ciertos problemas. Por ejemplo, las celebraciones formales de la hermosa fecha no proceden del primer siglo del cristianismo, ni tampoco puede asegurarse que los que iniciaron la práctica pertenecían a grupos cristianos que hayan sobrevivido el paso del tiempo o puedan ser considerados ortodoxos siguiendo las normas teológica posteriores. Pero debe recordarse que no abundan los casos en que los honores se tributen a un héroe o heroína a pocos años de su fallecimiento. Sólo a nosotros, en esta sociedad postmoderna, se nos ha ocurrido hacerlo. Los historiadores que utilizan el método científico, tienen poco que ofrecernos en cuanto a datos sobre el primer siglo del cristianismo. Además de los relatos contenidos en el Nuevo Testamento, casi lo único que conocemos procede de la tradición, no recogida en textos históricos de la época. El movimiento de Jesús fue adoptando diversas formas y fue necesario utilizar el poder imperial para lograr una unidad que jamás ha sido perfecta a no ser en textos confesionales. No nos extrañe que la Navidad fuera adoptada gradualmente, como casi todo lo demás.
El aspecto sobrenatural de la religión de Cristo no depende de los detalles con los que sus seguidores se han identificado o de la fecha escogida para celebrar la Navidad o del inicio formal de su celebración. El cristianismo ha existido desde los días de Jesús y sus primeros discípulos. Se les conoció primero como “nazarenos”, nombre que se les daba en Jerusalén. Luego vino el de “cristianos”, como empezó a llamárseles en Antioquía.
La universalidad del cristianismo dio paso al nombre de Iglesia Católica o Universal, de la cual la Iglesia Romana es la mayor, con una larga tradición. De ahí una lista de nombres que se les ha dado a los cristianos y sus iglesias, pasando por el de “Iglesia Gregoriana Apostólica” que lleva todavía la primera iglesia legalizada por el Estado y a la que se otorgó un carácter oficial aun antes del famoso Edicto de Milán emitido por Constantino. Ese último documento otorgaba cierta tolerancia religiosa a cristianos y no cristianos. Pero el cristianismo occidental tendría que esperar a fines del siglo IV y al emperador Teodosio para disfrutar de carácter oficial y ser impuesto por las autoridades.
Ante la proliferación de obispos (a veces cinco compitiendo por reconocimiento en una misma ciudad), de presbíteros, teólogos, doctrinas y sectas, Constantino se había visto obligado a convocar el primer concilio universal de la Iglesia, el de Nicea (325 AD) y escogió para presidir sus sesiones al obispo de Córdoba en España, uno de los pocos prelados latinos o del occidente del Imperio que asistieron a esa histórica reunión, casi únicamente integrada por teólogos de la zona griega de la Iglesia. Curiosamente, Constantino terminó sus días bautizándose en una ceremonia realizada por un obispo, Eusebio de Nicomedia, cuyas ideas eran consideradas “heréticas”, las del teólogo Arrio, que no aceptaba la interpretación actual (no necesariamente definida entonces) de la Trinidad.
Tampoco afecta la redención del mundo realizada por Jesucristo, el que todavía utilicemos como fuente de datos la historia escrita por Eusebio de Cesarea, el cual pertenecía al grupo de los semiarrianos. Nada de eso impidió que se cumpliera la promesa de Cristo a su Iglesia, que significa en el idioma original asamblea o congregación): “Dondequiera que dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estaré en medio de ellos”. La demora en adoptar la celebración formal de Navidad no afecta el elemento sobrenatural. Aunque demoró la existencia de una liturgia navideña, Jesús nació, murió y resucitó. Eso es lo más importante aunque se reserve espacio para lo demás, que siempre se discutirá según el énfasis confesional, sobre todo después de la Reforma, pero también antes de la misma como lo revelan los estudios sobre las iglesias auctóctonas antiguas al este de Palestina reducidas en número ante el avance del Islam y que se extendieron hasta la India, la China y prevalecieron numéricamente en países que ahora llamamos Irán e Irak.
La Navidad del 2012 llega en medio de problemas y triunfos. Cada día hay más cristianos en Africa y Asia a pesar de menos practicantes en Europa y América del Norte. Es más, en los países europeos occidentales las familias confesionales más tradicionales, Católica, Ortodoxa y Protestante, experimentan, pues, graves dificultades, pero nuevos grupos, algo diferentes, pero que también invocan a Jesucristo, van creciendo dramáticamente como las nuevas comunidades eclesiales en Iberoamérica. La Iglesia Romana ha recuperado terreno en gran parte del planeta gracias a la piedad, firmeza y capacidad de sus dos últimos papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI, y a la maravillosa apertura promovida por Juan XXIII.
El protestantismo histórico sobrevive aunque ha sufrido en muchos lugares y nuevas iglesias o movimientos que aceptan los tres puntos de la Reforma del siglo XVI (sólo la fe, sólo la gracia, sólo la Escritura) crecen fenomenalmente con cifras en los cientos de millones. La crisis de la fe tradicional en la segunda mitad de la Edad Media coincidió precisamente con el surgimiento de nuevas comunidades eclesiales. Así lo demuestran sobre todo historiadores imparciales en investigaciones realizadas a partir de la década de 1950. Ya para entonces abundaban los que se caracterizaban por prácticas cuyo origen es atribuido erróneamente a “pentecostales” y “carismáticos” y que ya habían florecido en el segundo siglo, contando con teólogos como Tertuliano y agrupándose en movimientos como el de los “montanistas”. Nada nuevo bajo el sol.
No debemos desanimarnos por diferencias que no hemos resuelto en el cristianismo histórico. Hay hermanos nuestros en las nuevas confesiones. Dios está con todos los que invocan a Jesús. Y los acontecimientos tristes son difíciles de entender, pero, con las palabras ya centenarias del arzobispo dominicano Fernando Arturo de Meriño, enfrentado a una situación que tampoco podía entender, nos refugiamos en nuestra fe, aceptando como aquel prelado, los “inescrutables designios de la Providencia”. Que nada impida la celebración cristiana de estos hermosos días navideños.
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