MARCOS ANTONIO RAMOS: LA FLORIDA Y QUINIENTOS AÑOS DE HISPANIDAD




LA FLORIDA Y QUINIENTOS AÑOS DE HISPANIDAD                    
Marcos Antonio Ramos

 No debe iniciarse el 2013 sin recordar la llegada a la Florida de Don Juan Ponce de León en 1513, acontecimiento que hizo entrar a esta península en la historia de Occidente. La muy ilustre Embajadora Cristina Barrios, Cónsul General de España, que trabaja incesantemente por el Quinto Centenario, puede estar segura de que los hispanounidenses de la Florida, especialmente los amigos de España, no dejaremos pasar la oportunidad de hacer resaltar no sólo la fecha sino el legado de España en esta región. Aunque en 1513 se hablaba más bien de Castilla y Aragón, así como de otros reinos ibéricos, me atrevo a utilizar retroactivamente el lenguaje y referirme a la hispanidad, así como a la presencia española, hispana, hispánica, en esta región norteamericana en la que vivimos millones de hispanounidenses.

Para un comentarista que escriba sus trabajos en español, el tema de la hispanidad debe tener una importancia renovada ya que siempre ha estado presente, a veces con diferentes nombres,  muy cerca de nuestra realidad. En las pasadas elecciones de EE.UU., sobresalió un dato, el voto de los hispanounidenses fue y seguirá siendo decisivo, determinante.

          Varias décadas después del 1898, año triste para España , y sobre todo después de la Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno español situó entre sus lista prioridades los vínculos históricos, culturales y económicos entre España y los países de habla española. Eso había sido intentado en otras ocasiones, utilizando medios diplomáticos o de intercambio comercial, así como con algún énfasis cultural, pero la gran renovación de esos intentos ocurrió a mediados del pasado siglo.

Algunas causas de cierto descuido tienen relación con otros asuntos. Los partidos liberales latinoamericanos miraban más bien hacia Estados Unidos. Deseaban imitar el modelo estadounidense, y preferían promover la libertad religiosa, la separación de la Iglesia del Estado y especialmente lo que consideraban modernización de sus países, temas de aquel tiempo, a los cuales cierto énfasis en el pasado resultaba algo molesto. Era la época en que la división de tipo político era entre liberales y conservadores.

 Muchos prominentes revolucionarios miraban hacia escritos europeos, no necesariamente españoles, de pensadores “de avanzada” y en realidad lo que hacían era continuar con renovado vigor la tradición de la Enciclopedia y la Ilustración del siglo XVIII y del independentismo separatista de principios del XIX. Todo eso puede comprenderse. También asociaban sus ansias nacionalistas con pensadores de otras geografías y culturas y no tanto con escritos de pensadores políticos españoles. Curiosamente, tal actitud contrastaba con lo mucho que conservamos del carácter español. Luego vendrían marxismos de corte latinoamericano como el de Mariátegui en Perú, pero los principales mensajeros de la filosofía marxista eran entonces los nacidos al norte de los Pirineos y no ideólogos de las izquierdas cercanos en ubicación a los ríos de España cuyos nombres repetíamos en las clases de geografía en el bachillerato: Tajo, Ebro, Guadiana, Guadalquivir.

          Pero, más allá de lo estrictamente político, regresan ya con fuerza las influencias ibéricas, la Real Academia de la Lengua (RAE) y sus academias correspondientes, así como estudios sobre  tradiciones que no murieron, pero habían sido relegadas ante tanto material francés, germánico, anglosajón o norteamericano traducido a la lengua de Cervantes y cuyo valor no es mi intención desestimar. Sin necesidad de renegar de la independencia o de las nuevas influencias, venidas sobre todo de la América del Norte, que reemplazó a Inglaterra como poder decisivo en regiones del continente, parece como que de nuevo, en forma abierta o subconsciente, se regresa a España mediante un sano orgullo por nuestra  “hispanidad”.

          La Florida ha estado bajo la bandera de las barras y las estrellas por espacio de dos siglos y es lógico que los hispanounidenses aceptemos las influencias culturales, sociales, políticas y económicas del entorno. Pero no podemos olvidar el hecho fundamental de que procedemos de países hispanoamericanos o de la misma España. En otras palabras, que nuestro patrimonio cultural tiene sus características propias, las cuales nos identifican con la cultura hispánica de manera imborrable.

Al llegar el Quinto Centenario sería conveniente reflexionar sobre muchos temas significativos. Por ejemplo, la hispanidad de hoy no debe interpretarse exactamente como la de ayer. Todo se renueva, no sólo el interés por el asunto, sino también sus matices. A pesar de los reveses, nuestro mundo ha avanzado en la búsqueda de algún entendimiento entre pueblos y culturas. El orgullo por lo español no debe en modo alguno interpretarse como una forma de rechazo a otras influencias que pudieran ser benéficas y convenientes. Por citar un ejemplo, los Estados Unidos, con todas las deficiencias gubernamentales que puedan señalarse y con las naturales limitaciones de la condición humana tiene mucho que enseñarnos por el estilo de su cultura. Es hora de entendernos mejor. La América Latina, cuyo verdadero nombre debe ser Iberoamérica y en el caso de los países de nuestra lengua Hispanoamérica, ha recibido una influencia extraordinaria de la cultura norteamericana y no es tiempo de rechazarla sino de aprender las lecciones de la historia, las cuales nos señalan nuestro pasado hispánico, la contribución de los pueblos aborígenes o trasplantados a nuestro suelo y el admirable progreso representado por el experimento estadounidense. Todo eso incide aun mas en el caso de los que vivimos en la Florida y el resto de la gran nación norteamericana.

          Con el grado de madurez y equilibrio que debe esperarse de una presencia cultural y demográfica de esas proporciones,  debemos promover libros que describan no sólo el experimento norteamericano, que admiramos, sino también los logros que han obtenido España y las naciones hispanoamericanas civilizadas por ella en esa increíble hazaña de la colonización, con todas las fallas que puedan atribuirse a la misma. La hispanidad es una experiencia de vida y de cultura. A veces me pregunto cuántos, en las nuevas generaciones, han leído los clásicos de nuestra lengua. Se difunden telenovelas en español, algunas con temas históricos, pero son muchos los que desconocen a los escritores de la generación del 98 y a los mejores textos escritos en España y América.

          Celebrar este Quinto Centenario y proclamar la hispanidad no debe significar endurecernos culturalmente sino abrirnos a toda manifestación positiva de la humanidad, difundiendo siempre con orgullo la herencia recibida. Muchas cosas, buenas y malas, “son del tiempo y no de España”, pero a la patria de nuestros abuelos le debemos no solo la sangre que corre por nuestras venas sino también una riquísima cultura. Al dar la bienvenida al 2013, proclamaremos incesantemente que por cinco siglos se ha hablado aquí la inmortal lengua de Miguel de Cervantes y Juan de Valdés, Es, pues, la mejor hora de ofrecer colaboración al Consulado Español, a los próximos festejos, y a la tan apreciada y respetada doña Cristina.

         

         

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