MARCOS ANTONIO RAMOS: DON VIRGILIO BEATO Y SU GENERACION
Diario Las Americas
Publicado el 08-18-2012
Publicado el 08-18-2012
Don Virgilio Beato
y su generación
Este domingo se llevará a cabo un muy merecido reconocimiento a Don
Virgilio Beato con motivo de su jubilación como médico. Mi viejo amigo
el periodista Oscar Haza será el maestro de ceremonias. A los 95 años,
creo esa es su edad, el doctor
Beato ha decidido optar por el camino que algunos elegimos al cumplir
los 65. En otras palabras, ha trabajado activamente alrededor de treinta
años más que yo en la profesión escogida.
Es mucho lo que puede señalarse en torno a este cubano ilustre y su vida. Pertenece a una generación de gran importancia en la historia de Cuba pues las actividades intelectuales y profesionales de Don Virgilio se inician muy temprano, en los años treinta. A pesar de su juventud de entonces pues nació aproximadamente una década después de figuras tan importantes en la historia política de Cuba como Eduardo Chibás, Carlos Prío,Manuel Antonio
de Varona, Blas Roca y otros igualmente conocidos, integrantes de una
larguísima lista, Don Virgilio pudo participar o estar muy cerca de
acontecimientos trascendentales en el proceso cubano de aquella época.
Una historia interesante, con muchos logros, pero que lamentablemente
fue reemplazada con la destrucción del país en algunos aspectos durante
un período más reciente y a manos de otra revolución latinoamericana.
La generación de los años treinta fue en cierta forma el relevo de figuras sin las cuales la historia de Cuba, entendida como un gran todo, más allá de un período determinado, no puede entenderse. Muchos de los predecesores de ese grupo ya no estaban activos en 1930 y los años siguientes. Otros se mantuvieron activos por mucho tiempo, independientemente de su edad. Algunos de esos personajes han sido considerados también como parte de esa generación por haber contribuido o impactado en forma apreciable al período en cuestión.
Retomando aquel tiempo en el que el doctor Beato era todavía un adolescente, otros personajes que nacieron casi al terminar el siglo XIX o casi exactamente al iniciarse el XX, como Rafael Guas Inclán, Juan Marinello, Ramón Vasconcelos, Joaquín Martínez Sáenz, Jorge Mañach, Carlos Márquez Sterling y Fulgencio Batista, estaban todavía en la treintena de edad al llegar el histórico 1930. El doctor Beato, mucho más joven que ellos, había alcanzado ya la edad en que generalmente se cursaba el riguroso bachillerato cubano al inaugurarse el breve primer gobierno de Ramón Grau San Martín, el Secretario de Gobernación Tony Guiteras y otros en 1933.
A algún historiador médico le corresponde la honrosa tarea de describir la fructífera labor realizada por Don Virgilio situándola en relación con la de sus contemporáneos dedicados a tan benemérita profesión. Simplemente me arriesgo a compartir algunos datos en torno a una vida que se destacó inmensamente en la medicina y la ciencia, pero a la cual he conocido sobre todo por su intensa actividad como hombre de vastos conocimientos humanísticos e históricos, promotor de toda actividad cultural. Ese muy querido compatriota ha impactado a generaciones recientes a las cuales también pertenece por su vida y su contribución constante.
Siempre me ha llamado la atención que uno de mis grandes amigos, el doctor Luis Botifoll, insigne abogado y hombre público y de empresa, cuyo duelo tuve el honor de despedir hace unos años, dedicara tanto tiempo y esfuerzo a promover la historia y literatura de Cuba. Admiré especialmente su esfuerzo por fundar, dirigir y promover “Editorial Cubana” publicando nuevamente los clásicos de nuestra cultura nacional, poniéndolos a la disposición de las nuevas generaciones. Como Botifoll, el doctor Beato se ha dedicado a avivar entre nosotros el interés por la cultura, a la vez que se convirtió, hace tiempo, en un poder moderador y en un factor de equilibrio en las frecuentes discusiones sobre temas políticos, sociales y económicos.
Por mucho tiempo asistí, y me propongo reanudar esa asistencia, a su “Convivio” en el cual también se reunen algunas de las personas más documentadas y eminentes que discuten con profundidad los temas de nuestro tiempo. Nuestro director, el doctor Horacio Aguirre, ha sido uno de los más leales miembros de ese grupo tan interesante, a cuyos almuerzos me convoca fielmente el estimadísimo doctor José Lacret, cuyas llamadas telefónicas para recordarme esa actividad se convierten cada mes en una de las más agradables experiencias.
El doctor Beato es uno de esos cubanos que aprendieron de una vieja tradición, aquella que en el siglo XIX iniciaron José Antonio Saco, José María Heredia, Domingo del Monte, Enrique José Varona, Félix Varela, José de la Luz y Caballero. Don Virgilio también ha apreciado el valor de eruditos que como Fernando Ortiz incursionaron en fecha más reciente por los caminos del conocimiento, algo que ha ido acumulando en su larga vida el notable médico y hombre de ciencia cubano que será reconocido este domingo, orgulloso de haber nacido en la patria de aquel a quien E. Anderson Imbert llamara “…uno de los lujos que la lengua española puede ofrecer a un público universal”. Me refiero a José Martí, sobre quien también señaló el gran historiador sudamericano de las letras hispanoamericanas, recién mencionado, que “…nos pertenece aun a quienes no somos cubanos. Se sale de Cuba, se sale de América…”
El doctor Beato ha compartido su conocimiento, acumulado a través del tiempo y refinado por el contacto con sus contemporáneos. Las vivencias de Don Virgilio han sido sobresalientes. Es difícil encontrar uno de los grandes escritores y personas públicas del siglo XX cubano y de nuestra diáspora contemporánea con quien no haya sostenido alguna relación de amistad o al que no haya leído o estudiado. Es una fuente inagotable de información sobre la historia política de la mayor de las Antillas, pero también ha penetrado seriamente en política norteamericana y en las relaciones internacionales, aportando un criterio sereno y riguroso sobre acontecimientos que conmovieron a generaciones.
Ahora bien, debo confesar algo relativamente parecido a un conflicto de intereses. Aunque mi admiración por el doctor Beato es grande por méritos suyos que no se limitan a una provincia o ciudad, no puedo dejar de mencionar que es un hijo predilecto de mi amada provincia de Matanzas. Es más, nació en Jagüey Grande, municipio natal de mi padre y de muchos de mis antepasados y residencia del gran poeta Agustín Acosta. Como su distinguida familia, el doctor Beato vivió mucho tiempo en la capital provincial, la ciudad de Matanzas.
Agradezco también a Don Virgilio el haberme extendido su mano de amistad desde hace muchísimo tiempo, sus conversaciones, sus ideas, su orientación, su sonrisa sincera de buen amigo. Y le estoy agradecido por haber sido una de mis víctimas porque ha asistido con paciencia y generosidad, acompañado de su amable esposa, a muchas de mis conferencias y presentaciones de libros. Gracias Maestro por el honor de ser uno de sus amigos y contemporáneos.
Por esas y muchas otras cubanas razones, quiero expresar públicamente mi reconocimiento al doctor Beato, uno de los buenos ejemplos que su generación puede ofrecer y al mismo tiempo, como ya hemos visto, una figura que no puede ser ubicada solamente en una sino en muchas generaciones. Un hombre de nuestro tiempo y para todos los tiempos. Un ser humano para quien la amistad está más allá de diferencias políticas, religiosas, ideológicas o de algún tipo. Don Virgilio es un hombre superior como aquellos que se han propuesto situarse por encima de pasiones que dividen innecesariamente a los humanos.
Una persona que conocí bastante, acostumbraba resumir la vida de algún contemporáneo muy selecto llamándole “ciudadano del mundo y amigo de los hombres”. Precisamente eso y mucho más ha sido y seguirá siendo el respetado doctor Virgilio Beato.
Es mucho lo que puede señalarse en torno a este cubano ilustre y su vida. Pertenece a una generación de gran importancia en la historia de Cuba pues las actividades intelectuales y profesionales de Don Virgilio se inician muy temprano, en los años treinta. A pesar de su juventud de entonces pues nació aproximadamente una década después de figuras tan importantes en la historia política de Cuba como Eduardo Chibás, Carlos Prío,
La generación de los años treinta fue en cierta forma el relevo de figuras sin las cuales la historia de Cuba, entendida como un gran todo, más allá de un período determinado, no puede entenderse. Muchos de los predecesores de ese grupo ya no estaban activos en 1930 y los años siguientes. Otros se mantuvieron activos por mucho tiempo, independientemente de su edad. Algunos de esos personajes han sido considerados también como parte de esa generación por haber contribuido o impactado en forma apreciable al período en cuestión.
Retomando aquel tiempo en el que el doctor Beato era todavía un adolescente, otros personajes que nacieron casi al terminar el siglo XIX o casi exactamente al iniciarse el XX, como Rafael Guas Inclán, Juan Marinello, Ramón Vasconcelos, Joaquín Martínez Sáenz, Jorge Mañach, Carlos Márquez Sterling y Fulgencio Batista, estaban todavía en la treintena de edad al llegar el histórico 1930. El doctor Beato, mucho más joven que ellos, había alcanzado ya la edad en que generalmente se cursaba el riguroso bachillerato cubano al inaugurarse el breve primer gobierno de Ramón Grau San Martín, el Secretario de Gobernación Tony Guiteras y otros en 1933.
A algún historiador médico le corresponde la honrosa tarea de describir la fructífera labor realizada por Don Virgilio situándola en relación con la de sus contemporáneos dedicados a tan benemérita profesión. Simplemente me arriesgo a compartir algunos datos en torno a una vida que se destacó inmensamente en la medicina y la ciencia, pero a la cual he conocido sobre todo por su intensa actividad como hombre de vastos conocimientos humanísticos e históricos, promotor de toda actividad cultural. Ese muy querido compatriota ha impactado a generaciones recientes a las cuales también pertenece por su vida y su contribución constante.
Siempre me ha llamado la atención que uno de mis grandes amigos, el doctor Luis Botifoll, insigne abogado y hombre público y de empresa, cuyo duelo tuve el honor de despedir hace unos años, dedicara tanto tiempo y esfuerzo a promover la historia y literatura de Cuba. Admiré especialmente su esfuerzo por fundar, dirigir y promover “Editorial Cubana” publicando nuevamente los clásicos de nuestra cultura nacional, poniéndolos a la disposición de las nuevas generaciones. Como Botifoll, el doctor Beato se ha dedicado a avivar entre nosotros el interés por la cultura, a la vez que se convirtió, hace tiempo, en un poder moderador y en un factor de equilibrio en las frecuentes discusiones sobre temas políticos, sociales y económicos.
Por mucho tiempo asistí, y me propongo reanudar esa asistencia, a su “Convivio” en el cual también se reunen algunas de las personas más documentadas y eminentes que discuten con profundidad los temas de nuestro tiempo. Nuestro director, el doctor Horacio Aguirre, ha sido uno de los más leales miembros de ese grupo tan interesante, a cuyos almuerzos me convoca fielmente el estimadísimo doctor José Lacret, cuyas llamadas telefónicas para recordarme esa actividad se convierten cada mes en una de las más agradables experiencias.
El doctor Beato es uno de esos cubanos que aprendieron de una vieja tradición, aquella que en el siglo XIX iniciaron José Antonio Saco, José María Heredia, Domingo del Monte, Enrique José Varona, Félix Varela, José de la Luz y Caballero. Don Virgilio también ha apreciado el valor de eruditos que como Fernando Ortiz incursionaron en fecha más reciente por los caminos del conocimiento, algo que ha ido acumulando en su larga vida el notable médico y hombre de ciencia cubano que será reconocido este domingo, orgulloso de haber nacido en la patria de aquel a quien E. Anderson Imbert llamara “…uno de los lujos que la lengua española puede ofrecer a un público universal”. Me refiero a José Martí, sobre quien también señaló el gran historiador sudamericano de las letras hispanoamericanas, recién mencionado, que “…nos pertenece aun a quienes no somos cubanos. Se sale de Cuba, se sale de América…”
El doctor Beato ha compartido su conocimiento, acumulado a través del tiempo y refinado por el contacto con sus contemporáneos. Las vivencias de Don Virgilio han sido sobresalientes. Es difícil encontrar uno de los grandes escritores y personas públicas del siglo XX cubano y de nuestra diáspora contemporánea con quien no haya sostenido alguna relación de amistad o al que no haya leído o estudiado. Es una fuente inagotable de información sobre la historia política de la mayor de las Antillas, pero también ha penetrado seriamente en política norteamericana y en las relaciones internacionales, aportando un criterio sereno y riguroso sobre acontecimientos que conmovieron a generaciones.
Ahora bien, debo confesar algo relativamente parecido a un conflicto de intereses. Aunque mi admiración por el doctor Beato es grande por méritos suyos que no se limitan a una provincia o ciudad, no puedo dejar de mencionar que es un hijo predilecto de mi amada provincia de Matanzas. Es más, nació en Jagüey Grande, municipio natal de mi padre y de muchos de mis antepasados y residencia del gran poeta Agustín Acosta. Como su distinguida familia, el doctor Beato vivió mucho tiempo en la capital provincial, la ciudad de Matanzas.
Agradezco también a Don Virgilio el haberme extendido su mano de amistad desde hace muchísimo tiempo, sus conversaciones, sus ideas, su orientación, su sonrisa sincera de buen amigo. Y le estoy agradecido por haber sido una de mis víctimas porque ha asistido con paciencia y generosidad, acompañado de su amable esposa, a muchas de mis conferencias y presentaciones de libros. Gracias Maestro por el honor de ser uno de sus amigos y contemporáneos.
Por esas y muchas otras cubanas razones, quiero expresar públicamente mi reconocimiento al doctor Beato, uno de los buenos ejemplos que su generación puede ofrecer y al mismo tiempo, como ya hemos visto, una figura que no puede ser ubicada solamente en una sino en muchas generaciones. Un hombre de nuestro tiempo y para todos los tiempos. Un ser humano para quien la amistad está más allá de diferencias políticas, religiosas, ideológicas o de algún tipo. Don Virgilio es un hombre superior como aquellos que se han propuesto situarse por encima de pasiones que dividen innecesariamente a los humanos.
Una persona que conocí bastante, acostumbraba resumir la vida de algún contemporáneo muy selecto llamándole “ciudadano del mundo y amigo de los hombres”. Precisamente eso y mucho más ha sido y seguirá siendo el respetado doctor Virgilio Beato.
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