Entre la política, la demografía y la religión


Diario Las Américas
Publicado el 08-04-2012

Por Marcos Antonio Ramos

 
En algunos acontecimientos recientes, tanto los asuntos políticos como los cambios demográficos y la influencia religiosa o la ausencia de la misma en el ambiente, se han combinado en las noticias. En Estados Unidos, con la terminación de las elecciones primarias republicanas, ha disminuido un poco el énfasis en el llamado “voto religioso” en convocatorias electorales, consignas partidistas y encuestas, pero el tema conserva cierta vigencia. En nuestro hogar ancestral, la vieja Europa, no se puede hablar de cuestiones inmigratorias sin mencionar un factor étnico que se relaciona allí con el religioso. Inmigrantes de antiguas colonias predominantemente musulmanas se han convertido en un factor fundamental en la nueva demografía europea y también de la sociología religiosa del viejo continente. En el Cercano y Medio Oriente los cristianos se encuentran en una situación extremadamente difícil y complicada provocada, curiosamente, por los avances democráticos, los cuales han abierto las puertas a las corrientes islámicas radicales después del derrocamiento de dictadores seculares. En una geografía más cercana, la de Brasil, los resultados del censo realizado este año revelan que, reflejando una tendencia similar a la de buena parte de Iberoamérica, casi la cuarta parte de la población es ahora protestante o evangélica y se comenta con frecuencia inusitada su potencial significado en la política nacional.

Ya casi todos los observadores se han dado cuenta de que la afiliación mormona del señor Romney no impedirá que la gran mayoría del electorado bautista blanco en el Sur se incline a su favor. Las diferencias teológicas sólo afectarían a un porcentaje menor de ese tipo electorado, muy contrario a la política del actual Presidente en busca de reelección. Los votantes católicos más conservadores en su teología o estilo de vida mantendrán su tendencia mayoritaria a votar por los republicanos y conservadores a pesar de la distancia olímpica entre la teología católica y la mormona. La situación será diferente entre los católicos con ideas más liberales en los asuntos mencionados y también entre los católicos de origen hispano, con excepción de los cubanos que son mayoritariamente fieles al Partido Republicano.

Independientemente de declaraciones de muchos líderes y jerarcas importantes de las iglesias, opuestos a posición del Presidente sobre ciertos temas morales, se pudiera imponer otra realidad. No siempre los feligreses buscan en sus líderes espirituales la orientación para emitir el voto. Los que votarían en contra del gobernante en ese ambiente moralmente conservador serían mas o menos los mismos que se opusieron al mismo en las elecciones del 2008. Curiosamente, una parte significativa de la población llegó hace rato a la conclusión de que el señor Obama es musulmán, a pesar de que el gobernante se identifica como protestante (afiliado al menos nominalmente a la histórica United Church of Christ), pero si se le pregunta a esos ciudadanos estadounidenses conservadores si votaron a favor del candidato demócrata en el 2008 pudiera prevalecer el dato de que casi todos ellos votaron a favor de su oponente. Las excepciones confirmarían la regla, como también el detalle, a veces minimizado, de que el votante más secularizado forma parte de un enorme sector que no se siente contento con declaraciones políticas de líderes religiosos conservadores y reacciona negativamente a sus palabras, sobre todo los votantes más jóvenes, cada día menos inclinados al estilo de vida tradicional. No todos los que asisten a los templos observan las más rigurosas posiciones eclesiásticas sobre asuntos tales como el control de la natalidad, la práctica del aborto o, en el caso de algunas confesiones, el abstenerse rigurosamente de consumir bebidas alcohólicas de todo tipo. Después de cuarenta años en educación teológica puedo compartir una gran sorpresa recibida por este viejo profesor. Algunos de mis alumnos en estudios religiosos eran mucho más liberales en materia política que algunos estudiantes sin afiliación confesional.

Trasladándonos al mundo musulmán, ya se han difundido informaciones acerca de que la mayoría de los cristianos han salido de Irak después del derrocamiento de Saddam Hussein. La columnista Trudy Rubin insistía esta semana en que entre los grandes perdedores de las revoluciones que están ocurriendo en el mundo islámico se encuentran los que profesan su fe en Jesucristo. Los cristianos iraquíes han estado históricamente divididos en dos grandes grupos, los caldeos, que aceptan la jurisdicción del Papa, y los asirios, con sus propios jefes espirituales. Estos sectores tenían en común su cristianismo en una sociedad musulmana, pero con un régimen tiránico y secular, en la era de Saddam, y un gobierno con representación de los movimientos islamistas después de la caída de ese tirano y su partido Baath.

Le toca ahora el turno a la Iglesia Copta (nombre antiguo de los egipcios), presente en Egipto desde el primer siglo y que sostiene tener al evangelista San Marcos como fundador. Su Patriarca, al quien también otorgan el título de Papa, afirma ocupar “la cátedra de San Marcos”. Ese 10% de la población siempre ha sido hostilizado por los islamistas y por la Hermandad Musulmana, la cual ha llegado al poder democráticamente con Mohammed Morsi, cuyo pasado revela prejuicios contra los cristianos. El periódico copto “Watani” señaló: “.la democracia ha sido un desastre para nosotros.” Otra minoría cristiana significativa, la de Siria, pudiera ir preparándose para experimentar esa situación. En ciertas sociedades, aun algo que en términos generales es bueno, en este caso la democracia, puede conducir a situaciones difíciles.

Mientras tanto, Europa Occidental, altamente secularizada, pero con tradición cristiana, ha visto crecer el número de inmigrantes y de musulmanes, sujetos a la constante propaganda de los islamistas radicales. Se trata de una clara mezcla de cambios demográficos y religiosos, lo cual en situaciones normales puede aceptarse. Así sucedió en EE.UU., con las inmigraciones del pasado. Estas eran mayormente católicas y de origen europeo, mas parecidas al protestantismo anglosajón de los primeros habitantes de las Trece Colonias originales que el islamismo del Norte de Africa y los países árabes. Las diferencias culturales son mayores y problemáticas en algunos casos, nunca en todos.

En Brasil las diferencias religiosas tenían que ver con lo étnico en el siglo XIX. La inmigración alemana era mayoritariamente protestante, lo cual obligó al Emperador Pedro II a garantizar la tolerancia religiosa, convertida en separación de la Iglesia del Estado y libertad de cultos al proclamarse la república. El protestantismo en el Brasil de hoy no representa cambio demográfico o étnico, pero es un protestantismo de nuevo cuño, algo diferente al de los Presidentes Joáo Café Filho y Ernesto Geisel, presbiteriano y luterano respectivamente.

Alguien pudiera preguntarse cómo afectaría ese nuevo panorama religioso la política del Brasil. Hasta ahora la única diferencia es que hay un mayor número de gobernadores, alcaldes y legisladores de confesión protestante, pero la existencia de una gigantesca red de estaciones de radio y televisión en manos de las nuevas iglesias y la influencia que pudieran estar recibiendo de la derecha religiosa norteamericana, quizás afectaría el cuadro electoral, aunque la actual Presidenta y su predecesor supieron atraer a un gran sector del nuevo protestantismo brasileño.

No hay duda de que el mundo más desarrollado avanza hacia el secularismo más rampante a pesar de que las confesiones siguen aferrándose en ocasiones a impresionantes cifras de feligreses que en muchos casos son no sólo simplemente nominales sino tan secularizados en su vida y pensamiento como muchos agnósticos. Las noticias pueden ser diferentes en el Tercer Mundo y en el mundo musulmán. A veces son sumamente preocupantes y en ocasiones bastante positivas. Los que nos especializamos en estos temas tenemos mucha tela por cortar y también oportunidades hasta para equivocarnos.

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