Monseñor Agustín A. Román recuerda al Hermano Alfredo Morales


Diario Las Americas 
Publicado el 02-22-2012


¡Viva Jesús en nuestros corazones!

Por Mons. Agustín A. Román

Hno. Alfredo Morales
Durante los años 1948-1949 y 1949-1950, antes de entrar al Seminario San Alberto Magno en Colón, Matanzas, pasé estos dos años como maestro en el Colegio De La Salle de Marianao. Recuerdo que cada día muy temprano despertaba al escuchar el grito jubiloso con que los religiosos abrían su día de oración y de trabajo educador. Era siempre ¡Viva Jesús en nuestros corazones! Aquella frase resumía el ideal de su vida consagrada.

Había conocido a los Hermanos desde los primeros años de mi juventud y fueron ellos, como para tantos jóvenes cubanos, un modelo de vida cristiana que no sólo vivían el Evangelio, sino que nos enseñaban a compartirlo. Aquellos años junto a un grupo de profesores que tuvimos el privilegio de trabajar cerca del Instituto, han sido inolvidables.

Allí conocí a muchos religiosos y entre ellos al Hermano Alfredo Morales, quien acaba de partir al cielo el pasado 13 de febrero de este año 2012. El Hermano Alfredo había nacido en Santiago de Cuba en 1927. Realizó sus estudios en el Colegio De La Salle de su ciudad natal y los secundarios en el Instituto No. 1 de La Habana.

El Señor le dotó de una inteligencia brillante que él dedicó a la educación de la juventud dentro de la familia religiosa en que se consagró, el Instituto de los Hermanos De La Salle. En 1954 se había graduado de piano, teoría y solfeo en el Estudio Musical Luis Ernesto Lecuona de La Habana; después hizo su doctorado en Pedagogía en la Universidad de La Habana en 1955, con estudios de postgrado en el Instituto Internacional de Bruselas y en el Instituto Católico de París.

Desde el año 1965 residía en la República Dominicana, donde obtuvo su ciudadanía el 14 de octubre de 1996 y donde hizo tanto bien a los jóvenes de allí. El Hermano Alfredo fue Director del Coro Estudiantil y trabajó además como Asesor del Centro de la Juventud y la Cultura en la Universidad de Santo Domingo.

Su vivencia cristiana contagiaba a todos, especialmente con el don de la música que había recibido. Su presencia era siempre motivo de alegría para todos y así como cada día despertó con el grito de la comunidad, estoy seguro de que su entrada en el cielo debió ser con el mismo grito: ¡Viva Jesús en nuestros corazones! con la misma respuesta del coro de los ángeles y de los santos.

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