Andrés Oppenheimer aoppenheimer@elnuevoherald.com
Esta semana vi por primera vez una impresora 3D de uso casero, la máquina de la que el presidente Obama dijo recientemente que “revolucionará la manera en que hacemos todo” y que, según los expertos, podría cambiar el mundo tanto como lo hizo la máquina de vapor en el siglo XIX, o internet a fines del siglo XX.
Un distribuidor de Miami me enseñó la nueva tecnología —en realidad, fue inventada hace casi tres décadas, pero recién se ha popularizado ahora— y me explicó cómo funciona.
Su máquina no era más grande que una computadora de escritorio, y parecía una cruza entre una máquina de coser hogareña y el torno de un dentista. No puedo decir que me dejó boquiabierto, pero sentí que estaba viendo una versión rudimentaria y en cámara lenta de una máquina que pronto será tan esencial como las computadoras o los teléfonos inteligentes.
Muchos economistas coinciden en que las impresoras 3D producirán una nueva revolución industrial, y cambiarán la economía del mundo. La nueva máquina puede producir casi cualquier objeto, de manera semejante a la que las actuales impresoras 2D imprimen un texto en papel.
Uno pone el diseño de un producto en la pantalla de su computadora, tipea las medidas y colores que desea, oprime “enter” en el teclado de la computadora y ¡listo!, la impresora empieza a fabricar ese producto. La aguja móvil de la máquina empieza a inyectar plástico, o cualquier otro material, en una pequeña superficie, e inicia la construcción del producto por capas.
Abraham Reichental, el presidente de 3D Systems, una de las empresas más grandes del mundo de impresoras 3D, me dijo en una entrevista que esas máquinas ya se usan extensivamente en la industria aero-espacial para hacer partes de aviones, y también las usan los médicos para hacer implantes de rodilla o de cadera personalizados, o dispositivos auditivos a medida para sus pacientes.
Además, las impresoras 3D ya hacen zapatos, accesorios de moda, juguetes y otros artículos de consumo, dijo.
“Esto es sólo el principio”, me dijo Reichental. Durante los próximos doce meses, veremos las impresoras 3D produciendo chocolates y toda clase de alimentos con valores nutritivos a medida. La NASA ya ha encargado una impresora 3D capaz de hacer pizzas en el espacio.
A medida que las impresoras 3D se abaraten, y a medida que se haga más fácil bajar diseños complejos a la pantalla de la computadora, veremos máquinas y componentes más sofisticados impresos en 3D, dijo.
“La misma tecnología que hoy es solamente accesible para las corporaciones más acaudaladas será accesible para todo el mundo a través de la nube”, dijo Reichental. “Eso democratizará la producción...y permitirá la re-localización de las manufacturas, que es lo contrario de fabricar las cosas en países remotos”.
En otras palabras, consumidores de todo el mundo podrán usar las impresoras 3D para producir artículos en su casa, o en una tienda de impresión próxima a su hogar, y habrá menos necesidad de importar productos de China o de México.
Según Reichental, ni la economía de China ni la de México sufrirán un golpe devastador, porque los cambios en la manufacturación industrial no serán súbitos, ni absolutos.
Pero muchos economistas creen que habrá países ganadores y países perdedores. Vivek Wadhwa, profesor de Singularity University y Duke University y un gurú de la innovación, me dijo que el cambio global hacia una producción más individualizada y doméstica con las impresoras 3D perjudicará a China.
En cuanto a Latinoamérica, Wadhwa dice que el pasaje hacia la impresión 3D beneficiará a los países importadores y perjudicará a los exportadores.
Pero esta revolución tendrá lugar junto con un auge de la manufacturación con robots, y los países manufactureros como México podrán aprovechar esto trabajando conjuntamente con empresas estadounidenses gracias a su proximidad con el mercado de Estados Unidos, dijo.
Mi opinión: La mayor parte del mundo todavía ni ha escuchado hablar de todo esto, pero creo que la impresión 3D producirá una nueva revolución industrial que tendrá un enorme impacto sobre cuáles países prosperarán y cuáles no.
Cada vez nos internamos más profundamente en la economía del conocimiento. En un futuro no muy distante, los países no exportarán productos sino diseños de productos, que otros países importarán a través de internet y producirán localmente con impresoras 3D.
Los países con buenas universidades, y con escuelas que les enseñan a los niños a ser emprendedores, podrán exportar sus diseños innovadores a través de internet, y cobrar sus regalías.
Y los países con malos sistemas educativos tendrán que piratear esos diseños —corriendo el riesgo de convertirse en estados parias— o pagar grandes regalías por sus importaciones de propiedad intelectual. La educación de calidad será, como ya lo es, la palanca para la prosperidad.
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