Generalmente, los críticos comienzan por decir que los maestros de Chicago están muy bien pagados, lo cual es verdad. El salario medio de un maestro con 10 años de experiencia son $71,000, según los datos oficiales que publican los periódicos. Al inicio de la huelga, el sistema escolar ofreció a los maestros un incremento del16 por ciento en cuatro años, que ciertamente es muy generoso, pero aún así los maestros llevan una semana en huelga.
¿Por qué?
La huelga de los maestros en Chicago no tiene que ver con dinero, es sobre algo más esencial: ¿quién debe controlar las escuelas y la enseñanza en las aulas, los padres y los maestros o las corporaciones y los políticos? La respuesta nos afecta a todos, residentes de Chicago o de Miami, porque el problema de la educación es uno los factores básicos que está cambiando nuestras comunidades en toda la nación.
En Chicago, como en tantos otros sitios, la administración ha hecho todo lo posible por señalar al sindicato de maestros como parte del problema y asegurar que la solución pasa por aplastarlos. ¿No les suena familiar? La única diferencia entre Florida y Chicago es que en la ciudad de los vientos hay un alcalde demócrata. Ese alcalde –continúo con las similitudes- preparó su arsenal para aplastar al sindicato y logró que el estado de Illinois pasara una ley que requiere que las convocatorias de huelga en la enseñanza sean ratificadas por un 75 por ciento, como mínimo, de todos los empleados del sistema escolar mediante un voto secreto. Para sorpresa del alcalde, cuando los maestros votaron, el 90 por ciento acordó ir a la huelga.
¿Entonces por qué tanta gente tan bien pagada, y por lo general con un nivel educativo muy alto porque para ser maestro en Chicago hay tener titulación de master o doctor, se lo ha jugado todo en una huelga? Porque en Chicago, como aquí, los maestros están hartos de que en ese estado, en Miami y en tantas partes gente que jamás ha estado en una clase les digan lo que tienen que hacer porque, aparentemente, enseñar esta al alcance de cualquiera. Y eso no es verdad.
Así, en Chicago, inmediatamente que llegó a la alcaldía, –allá la escuelas públicas dependen del ayuntamiento- el alcalde Emmanuel incrementó el horario escolar un 25 por ciento, canceló los aumentos salariales, multiplicó la financiación pública de las escuelas charter, anunció el cierre de algunos planteles e introdujo un sistema de evaluación de los maestros basado en los resultados de test estandarizados muy parecidos a los FCAT de Florida. Todo esto basado en el consejo de “expertos” extraordinariamente bien pagados y sin sentarse a negociar con el sindicato de maestros.
El problema es que todos estos cambios no han generado ninguna mejora en la educación, al contrario los pocos estudios que se han hecho tras los cambios muestran un continuo deterioro de la calidad de las escuelas. Nadie puede decir que las escuelas charter hayan contribuido a mejorar nada. Algunas son abiertamente un refugio de pillos que hacen fortuna con los fondos que les otorga el sistema escolar público. La Universidad de Stanford acaba de publicar un informe que asegura que, en general, los estudiantes de las escuelas públicas acaban mucho mejor preparados académicamente que los de las charters.
En cuanto a los test estandarizados en Florida, la pionera del sistema, el resultado es cero: todos los años gastamos cientos de millones de dólares en los FCAT pero la situación es igualmente desastrosa.
Enseñar no es como llenar un cubo de agua, es iluminar mentes para el resto de la vida. Por eso los test estandarizados dicen muy poco sobre el progreso global de la educación. Y unir los salarios de los maestros a los resultados de los test es tan absurdo como pagar a los médicos sólo si sus pacientes dejan de fumar o a los abogados en base al número de criminales que sacan a la calle.
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