Publicado el viernes 07 de septiembre del 2012
BERNADETTE PARDO: Las convenciones y los republicanos
Bernadette Pardo
Las convenciones políticas marcan el inicio de la guerra electoral total, esa que se hace con todos los medios y sin tomar prisioneros.Es cierto que las convenciones rara vez convencen a los rivales y por eso no están orientadas al debate o el argumento. Las convenciones están pensadas para gritar a los electores que se les acaba el tiempo para decidir quién debe ser el presidente de la nación.
El ritual se repite cada cuatro años, aunque no siempre con la misma intensidad. Las convenciones que acaban de concluir no fueron tan conmovedoras y sorprendentes como las del 2008. Es difícil superar el alboroto que supuso la nominación a la vicepresidencia de Sara Palin, quien aseguraba estar versada en temas internacionales porque desde la ventana de su casa veía un trocito Rusia, o la emoción que causó en Denver la nominación del primer afroamericano destinado a ganar la presidencia.
Las convenciones de este año en Tampa y Charlotte han sido más aburridas y estuvieron sembradas de discursos perfectamente predecibles, aunque no por eso menos reveladores.
En el campo republicano el problema es que resulta muy difícil ganar las elecciones antagonizando a tanta gente. Los republicanos aparecen como el partido de la división, el partido en permanente campaña contra algo o alguien: contra los homosexuales solteros y casados, contra los sindicatos, contra los indocumentados, contra los que prefieren hablar español, contra las mujeres que quieren decidir cuántos hijos tienen, contra los que necesitan ayudas para vivienda o alimentación, contra los que no pueden pagarse un seguro médico, contra las escuelas públicas, contra los empleados del gobierno, contra la separación de la iglesia y el estado, contra los que piden cierto control de las armas de fuego... y la lista es tan larga como la guía de teléfonos.
Como están en contra de tanta gente, las propuestas positivas que tienen, y por supuesto tienen muchas buenas ideas, se pierden por el camino. Los republicanos se dan de bruces con el problema de que en democracia todo los ciudadanos votan y como ellos tristemente se han convertido en el partido de la exclusión, les resulta muy difícil ganar. Por eso a pesar de la crisis y el desempleo, Romney no levanta cabeza en las encuestas. Un simple vistazo al escenario republicano de Tampa bastaba para darse cuenta de la homogeneidad de una audiencia compuesta en su inmensa mayoría por varones tan blancos como la nieve. No fue suficiente sacar al escenario a Marcos Rubio para acallar los pitidos contra los puertorriqueños porque hablaban inglés con acento hispano.
Sin duda, la sociedad norteamericana de hoy es mucho más variada y tiene muchos más acentos de los que vimos en Tampa. La convención demócrata, con sus 800 delegados hispanos, más de mil afroamericanos, cientos de asiáticos, con gente que proclamaba abiertamente su homosexualidad, con un público que refleja una enorme diversidad, representa mucho mejor a los Estados Unidos que veo todos los días camino al trabajo. Hay quienes piensan que la diversidad no es buena. Yo sólo estoy segura de que la diversidad es inevitable y que en democracia para gobernar hay que formar coaliciones que sumen los votos de la victoria. La diversidad es como las palmas, permite ser flexible y aguantar el temporal para preservar la unión.
Bien lo explica Michael Shaara en Angeles Asesinos ( The Killer Angels), una de las mejores novelas que se han escrito sobre nuestra guerra civil. Cuenta Shaara que el ejército de los rebeldes era bien compacto: todos eran blancos cristianos episcopalianos, granjeros que sólo hablaban inglés con un mismo acento; mientras el ejercito federal era bien diverso: emigrantes de todas las naciones europeas, ateos, judíos, católicos y protestantes que hablaban una docena de idiomas, con frecuencia acabados de bajarse de los barcos que los traían del otro lado del Atlántico. En medio de la guerra, los federales añadieron más diversidad lanzando al combate al primer regimiento de soldados negros.
Paradójicamente, el compacto ejército rebelde peleaba por la división y el diverso ejercito multirracial federal luchaba por la unidad. La victoria federal mantuvo la unión que hoy tenemos porque Abraham Lincoln logró convencer a una masa diversa de hombres que la bandera de las barras y las estrellas protege la libertad y la igualdad, independientemente del acento o el color de la piel.
Creo que por ese camino van las cosas otra vez, hacia la reelección de Obama, no tanto por los méritos propios como por el callejón sin salida en el que se han metido los republicanos. La lista de las promesas incumplidas de Obama es larga y para muchos que la están pasando mal resulta difícil responder con un sí a la pregunta, ¿estás hoy mejor que hace cuatro años? Sin embargo, creo que mucha gente piensa que sería aún peor volver a una caricatura radicalizada de lo que fue la administración Bush porque aunque parezca mentira, una administración Romney, con los republicanos que aparecieron por Tampa, podría ser aun peor.
En democracia la alternancia es sana pero la exclusión no lo es. Quizá sea bueno esperar cuatro años más para darle el poder a los republicanos, puede que para el 2016 hayan pasado su catarsis y se den cuenta de que el país tiene muchos acentos. La tolerancia, el respeto a la diversidad hicieron de nuestra nación un ejemplo en el mundo. No es posible que a estas alturas del siglo XXI tiremos todo eso por la borda. Ojalá que los republicanos aprendan la lección, para bien de todos.
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