UVA DE ARAGÓN: Mis recuerdos de Carlos Fuentes
Diario Las Américas
Publicado el 07-03-2012
Lo primero que recuerdo haber leído de Carlos Fuentes, hace muchos años, fue “Aura” (1962). La poca simpatía que me inspiraba entonces el intelectual mexicano por sus ideas políticas de extrema izquierda se convirtió en admiración por el escritor. Me asombró como con elementos mágicos y una atmósfera misteriosa lograba en un breve cuento una alegoría sobre los que en su país se aferraban al pasado colonial y no avanzaban hacia la modernidad. Esta lectura me llevó a su primera novela, “La región más transparente”, donde se develaba ya una de las obsesiones presente en casi toda su obra: la identidad mexicana. En el texto el autor va mostrando las ambiciones, esperanzas, desesperanzas y temores de pobres y ricos, mestizos y blancos. Como un artesano entrelaza los hilos del tejido social de su país.
“La muerte de Artemio Cruz” sigue siendo para mí su obra maestra, no sólo por el uso de las técnicas narrativas del “boom” –flash-backs, cambio de voces narrativas, juegos temporales– y por su estructura geométricamente perfecta, sino porque en breves páginas, a través de la recreación de la vida de Artemio Cruz que se halla agonizando, nos entrega una metáfora de la era posrevolucionaria, y el fracaso de los ideales más puros.
Tuve oportunidad de conocer a Carlos Fuentes cuando fue invitado a dar una conferencia en la Universidad Internacional de la Florida (FIU), alrededor de 1987, y de verlo en una segunda ocasión en que regresó a la universidad pocos años después. Cuando su primera visita yo era subdirectora de la oficina de relaciones con la prensa, y nuestro primer contacto fue tenso. Ya antes de llegar, Fuentes advirtió que no hablaría con la prensa hispana. Expliqué que nuestra universidad era pública y no podía negarse la entrada a los periodistas. Si no quería dar entrevistas en español entonces tampoco lo podría hacer en inglés. Mientras Fuentes hablaba, aunque fascinada por su conferencia, estaba nerviosa sobre qué sucedería después. Para mi sorpresa, sin embargo, el escritor contestó preguntas amablemente en ambos idiomas sin protestas ni quejas.
Al día siguiente Modesto Maidique, entonces Presidente de FIU, nos invitó a su casa a una recepción en honor del intelectual mexicano. Allí mi segundo padre, Carlos Márquez Sterling, le recordó a Fuentes lo que nos había contado muchas veces antes: como él, que fungía como secretario de su padre, Don Manuel Márquez Sterling, cuando era embajador en Washington, D.C. en los años 30, llevaba al cine a su hijo Carlitos y a Carlos Fuentes, cuyo padre, diplomático mexicano, estaba destacado en la misma ciudad en esa época. Fuentes era muy pequeño entonces, pero lo recordaba perfectamente y rememoraron aquella etapa en que sus vidas se habían cruzado.
Me atreví entonces a comentarle lo que más me había impresionado de su charla: su capacidad de ser barroco en inglés. Nunca antes había escuchado a nadie emplear en ese idioma recursos del culteranismo –lenguaje refinado, metáforas complicadas, alusiones a la mitología clásica–, y del conceptismo –asociaciones ingeniosas de ideas y criterios, expresiones artificiosas y sutiles, juegos de palabras, paradojas, hipérboles, ironía– utilizados con maestría por escritores del Siglo de Oro de la literatura española.
–¿Usted se dio cuenta?– me preguntó Fuentes entre asombrado y feliz… Entonces me contó que había leído mucho a los poetas ingleses del siglo XVII y prácticamente me dio una clase magistral sobre los elementos barrocos en sus obras.
Volví a ver a Carlos Fuentes con su esposa en FIU en 1989 en que regresó invitado por el Museo de la universidad a hablar sobre el arte mexicano. De nuevo su exposición fue excelente. De memoria asombrosa, me reconoció enseguida, me preguntó por mi padre y conversamos animadamente. En las dos ocasiones que tuve oportunidad de compartir con él, fue mucho más accesible y amable que la primera impresión que a menudo ofrecía de altanero y engreído.
Silvia Lemus de Fuentes, Carlos Fuentes y Uva de Aragón, FIU, 1989 |
El 15 de mayo Carlos Fuentes falleció en la ciudad de México, y recibió las honras fúnebres de un héroe nacional. Como todo ser genuino, fue un hombre lleno de contradicciones, Nació en Panamá y vivió hasta los 16 años fuera de México; su afán por entender y explicar las distintas capas de la realidad mexicana fue incesante. Apoyó la Revolución cubana (hasta el caso Padilla), a los sandinistas, a los alzados de Chiapas, pero fue un gran crítico del sistema de un partido único – el PRI…– en su país. Para unos era un liberal moderado. Para otros, como el historiador mexicano Enrique Krauze un “dandy guerrillero”, como se refirió a Fuentes en un artículo de 1988, pues sus inclinaciones marxistas no se avenían a su estilo de vida.
Era perfectamente bilingüe, bicultural; sus posiciones antiamericanas llevaron a que en los años 60 le negaran la entrada a Estados Unidos. Años después, sin embargo, enseñó en las mejores universidades norteamericanas – Brown, Princeton, Harvard, Cornell, entre otras. “Gringo viejo” fue el primer libro de un escritor mexicano que se convirtió en un “bestseller” en Estados Unidos, y fue luego llevado al cine. Prolífico, nunca superó, a mi juicio, “La muerte de Artemio Cruz”. Considerado un hombre apuesto, se casó en primeras nupcias con la actriz Rita Mancedo; tuvo amores con las actrices JeanneMoreau y Jean Seberg. Su matrimonio a Silvia Lemus, sin embargó, duró desde 1974 hasta su fallecimiento. La pareja sufrió le muerte de sus dos hijos, Carlos, en 1999, a los 25 años de edad, de una enfermedad relacionada con la hemofilia, y Natasha, a los 30, en 2005 de una aparente sobredosis de droga. Lo sobrevive, además de su viuda, su hija Cecilia Fuentes Mancedo.
Sostuvo gran amistad con Octavio Paz, pero el apoyo de Fuentes a los sandinistas causó una ruptura insuperable entre los dos escritores mexicanos más destacados de la segunda mitad del Siglo XX. Fuentes se convirtió en sus últimos años en el patriarca de las letras mexicanas, y también en crítico de los abusos del poder. Con el tiempo denunciaba los excesos de las izquierdas y las derechas. A Chávez lo llamó un Mussolini tropical.
Su muerte produjo un fuerte impacto en México. Se había convertido en una voz sensata en medio la violencia de un período tumultuoso. Pese a sus contradicciones, fue siempre un intelectual involucrado en la vida pública y en la búsqueda de la identidad de su país.
Funerales de Carlos Fuentes, Palacio de Bellas Artes, México, 2012 |
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