MARCOS ANTONIO RAMOS: TRES CONTEMPORANEOS, TRES AMIGOS
Diario Las Americas
Publicado el 07-28-2012
Publicado el 07-28-2012
Tres contemporáneos,
tres amigos
La vida nos permite escoger amigos. Con el tiempo nos vemos obligados a
la despedida, como en el caso de Oswaldo Payá Sardiñas. Se trata de una
lamentable noticia. Por motivos muy diferentes, el eximio reverendo
Martín Añorga dedicó un hermoso artículo al doctor
Guillermo Cabrera Leyva, escritor notable de este diario. Y ayer se le
ofreció un homenaje a un pastor jubilado, el doctor Leoncio Veguilla.
Tres contemporáneos cuyas vidas constituyen ejemplos de conducta. Con
tristeza me despido del primero desde la distancia. Otras circunstancias
me hacen referirme a los otros dos. Al primero que conocí fue a
Veguilla, después a Cabrera Leyva y finalmente a Payá. Observaré ese
orden cronológico.
A Leoncio Veguilla, nacido en la ultramarina villa de Regla, lo conocí hace más de medio siglo el día de su boda con Dora Sánchez Ruiz, de una familia muy cercana a la mía. Recuerdo la ceremonia en la Iglesia Bautista de Colón. Un edificio inolvidable porque nací a escasos metros del mismo. Consistía originalmente en una estructura de madera con arquitectura norteamericana, como las capillas de las películas del Oeste. En 1959 fue reemplazada por un gran edificio que pasó a ser ese año el más moderno templo de la ciudad, aunque recordaré con cariño imborrable aquella vieja iglesia de madera. Como tampoco podré olvidar a Dora y a Leoncio, actualmente residentes en Miami.
En los momentos más difíciles para las iglesias cubanas, la década de 1960, Veguilla tuvo que pasar por un período de encarcelamiento, como la mayoría de los clérigos bautistas de la parte Occidental de Cuba, más de cincuenta pastores en prisión. En el fatídico 1965, difícil como los inmediatamente anteriores y posteriores, aumentaba el número de restricciones impuestas a las iglesias cristianas, cuyos miembros sufrieron una discriminación ideológica que ya ha sido admitida en textos oficiales de la Cuba de hoy. Al ser puesto en libertad, Veguilla continuó con dignidad su ministerio y por muchos años presidió la Convención Bautista de Cuba Occidental, ocupando también el rectorado del Seminario Teológico Bautista de la capital cubana.
Conocí desde Estados Unidos la labor realizada por el reverendo Veguilla. El doctor Oscar Romo, director de una división administrativa de los bautistas del Sur, coordinaba desde Atlanta, Georgia, la ayuda prestada a los bautistas cubanos. Mi amistad con Romo, un méxico americano ya fallecido, fue muy grande. Era uno de mis mejores amigos y colegas. Constantemente, por mi condición de historiador, me pedía datos sobre nuestros correligionarios en la Isla, lo cual me obligaba a mantener relaciones con líderes bautistas que visitaban esta nación invitados por nuestra denominación. Veguilla era un factor fundamental en todos los esfuerzos de Romo. En una de las visitas de Veguilla, en su condición de funcionario de nuestra confesión religiosa, lo alojé por un mes en mi propia casa. Fue una época preciosa en la cual aprendí a apreciar y respetar al consagrado y culto pastor que había conocido el día de su boda y a quien había escuchado predicar en los ya lejanos días de mi juventud cubana. Ha sido siempre un amante de los libros. Los acumulaba por miles en su modesto hogar en labarriada
del Cerro, donde ocupó su último cargo pastoral. Sus grandes héroes:
Jesús, el Quijote y José Martí. Permaneció en Cuba, fiel a su
ministerio, hasta que su condición de octogenario y los deseos de sus
hijos le hicieron radicarse en Norteamérica.
A Guillermo Cabrera Leiva lo conocí ya avanzada la década del 1960. Recuerdo haberle felicitado en un artículo cuando se le otorgó un galardón del Gobierno de España, el Premio de Periodismo Miguel Cervantes. El doctor Cabrera ha sido un activo miembro de la Iglesia Presbiteriana desde su adolescencia en Cabaiguán. Los lectores conocen muchos datos acerca de este gran hombre gracias al reciente artículo de Añorga. Como funcionario de la Organización de Estados Americanos (OEA), el amigo Cabrera viajó por todo el continente y buena parte del mundo. En una ocasión, el profesor Juan Bosch me comentó acerca de su vieja amistad con Guillermo, uno de los primeros colaboradores de nuestro “Diario Las Américas”, autor de libros, cristiano ejemplar, hombre de estudio y de iglesia. Recuerdo conversar con Cabrera en Washington, donde residió por mucho tiempo y en reuniones convocadas por las iglesias.
Siempre me atrajeron sus artículos. Logró alcanzar algo que me ha evadido siempre, la brevedad. Y hay algo más importante, Cabrera posee una admirable capacidad de síntesis. Con sus ensayos supo describir los inicios del protestantismo en las Antillas españolas, mucho antes de mis quizás demasiado voluminosos escritos sobre esa materia. Guillermo fue también un precursor de los estudios sobre el protestantismo cubano, lo cual fue reconocido hace unos meses por el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, que publicó en Cuba algunos de nuestros trabajos publicados originalmente en el extranjero. El eminente profesor de historia Carlos Molina sirvió como editor. Molina es el continuador de la obra de investigación histórica que iniciamos Cabrera, algunos autores extranjeros y yo.
Finalmente, después de dos evangélicos, es decir, de mis viejos amigos Veguilla y Cabrera, debo destacar a un católico, apostólico y romano, otro personaje con profundas convicciones cristianas, que intentó siempre ser un discípulo de Aquel que nos enseñó a perdonar, a amarnos los unos a los otros, a no considerarnos superiores a los demás, a extender la mano y abrir el corazón a los que piensen diferentemente. Me refiero a Oswaldo Payá Sardiñas, a quien conocí en Miami hace una década gracias a dos amigos que recuerdo diariamente, el obispo Agustín Aleido Román y el sacerdote Francisco Santana.
No entraré en cuestiones estrictamente políticas, pero su trágica muerte ha despertado, lógicamente y como en otros casos en la historia del quehacer político, sospechas difíciles de subestimar o pasar por alto. Se trata de una figura con reconocimiento internacional. Acudiré a las palabras del periodista domínico cubano Daniel Efraín Raimundo: Payá “cayó en Bayamo, porque tenía que caer ahí, cuando se siente la necesidad de creer en algo puro, bueno e intangible, en la virtud de los fundadores de esta patria y de señalar el ejemplo de los hombres superiores de las nuevas generaciones…”
Se podía disentir de Oswaldo Payá Sardiñas, muchos lo hacían con su ideología o hasta, si se quiere, con su teología, pero no se deben negar sus buenas intenciones, su patriotismo, su humildad esencial de ingeniero montando bicicleta por las calles habaneras. Y mucho menos puede pasarse por alto su condición de creyente en el Hijo de Dios y Salvador del Mundo. Con un grupo de amigos, algunos de ellos, como este columnista, alejados de toda actividad política, leímos juntos la Biblia y elevamos preces al Altísimo. La suya no fue una religiosidad dominguera u ocasional, el simple, aunque respetable y comprensible resultado de una tradición familiar. Se puede nacer católico, protestante o judío, ingresar a una escuela confesional escogida por la familia, confesar ser creyente o asistir a veces a una ceremonia, repitiendo a veces, casi sin pensarlo, oraciones y frases litúrgicas de algún rito. Oswaldo fue un caso diferente entre nosotros, un hombre público que intentó sinceramente vivir a plenitud la vida cristiana.
Hay quienes se separan de amigos y hasta de familiares por causa de ideología, partido, opiniones divergentes, diferencias confesionales. No me incluyan en ese grupo, por favor. Más allá del fragor de la política o del debate por ideas, celebro el haber conocido a estos cubanos. Me despido de Oswaldo hasta el Reino Celestial, abrazo a Leoncio y a Guillermo en esta vida. Gracias, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por haberme permitido conocer a estos tres contemporáneos, estos tres amigos.
A Leoncio Veguilla, nacido en la ultramarina villa de Regla, lo conocí hace más de medio siglo el día de su boda con Dora Sánchez Ruiz, de una familia muy cercana a la mía. Recuerdo la ceremonia en la Iglesia Bautista de Colón. Un edificio inolvidable porque nací a escasos metros del mismo. Consistía originalmente en una estructura de madera con arquitectura norteamericana, como las capillas de las películas del Oeste. En 1959 fue reemplazada por un gran edificio que pasó a ser ese año el más moderno templo de la ciudad, aunque recordaré con cariño imborrable aquella vieja iglesia de madera. Como tampoco podré olvidar a Dora y a Leoncio, actualmente residentes en Miami.
En los momentos más difíciles para las iglesias cubanas, la década de 1960, Veguilla tuvo que pasar por un período de encarcelamiento, como la mayoría de los clérigos bautistas de la parte Occidental de Cuba, más de cincuenta pastores en prisión. En el fatídico 1965, difícil como los inmediatamente anteriores y posteriores, aumentaba el número de restricciones impuestas a las iglesias cristianas, cuyos miembros sufrieron una discriminación ideológica que ya ha sido admitida en textos oficiales de la Cuba de hoy. Al ser puesto en libertad, Veguilla continuó con dignidad su ministerio y por muchos años presidió la Convención Bautista de Cuba Occidental, ocupando también el rectorado del Seminario Teológico Bautista de la capital cubana.
Conocí desde Estados Unidos la labor realizada por el reverendo Veguilla. El doctor Oscar Romo, director de una división administrativa de los bautistas del Sur, coordinaba desde Atlanta, Georgia, la ayuda prestada a los bautistas cubanos. Mi amistad con Romo, un méxico americano ya fallecido, fue muy grande. Era uno de mis mejores amigos y colegas. Constantemente, por mi condición de historiador, me pedía datos sobre nuestros correligionarios en la Isla, lo cual me obligaba a mantener relaciones con líderes bautistas que visitaban esta nación invitados por nuestra denominación. Veguilla era un factor fundamental en todos los esfuerzos de Romo. En una de las visitas de Veguilla, en su condición de funcionario de nuestra confesión religiosa, lo alojé por un mes en mi propia casa. Fue una época preciosa en la cual aprendí a apreciar y respetar al consagrado y culto pastor que había conocido el día de su boda y a quien había escuchado predicar en los ya lejanos días de mi juventud cubana. Ha sido siempre un amante de los libros. Los acumulaba por miles en su modesto hogar en la
A Guillermo Cabrera Leiva lo conocí ya avanzada la década del 1960. Recuerdo haberle felicitado en un artículo cuando se le otorgó un galardón del Gobierno de España, el Premio de Periodismo Miguel Cervantes. El doctor Cabrera ha sido un activo miembro de la Iglesia Presbiteriana desde su adolescencia en Cabaiguán. Los lectores conocen muchos datos acerca de este gran hombre gracias al reciente artículo de Añorga. Como funcionario de la Organización de Estados Americanos (OEA), el amigo Cabrera viajó por todo el continente y buena parte del mundo. En una ocasión, el profesor Juan Bosch me comentó acerca de su vieja amistad con Guillermo, uno de los primeros colaboradores de nuestro “Diario Las Américas”, autor de libros, cristiano ejemplar, hombre de estudio y de iglesia. Recuerdo conversar con Cabrera en Washington, donde residió por mucho tiempo y en reuniones convocadas por las iglesias.
Siempre me atrajeron sus artículos. Logró alcanzar algo que me ha evadido siempre, la brevedad. Y hay algo más importante, Cabrera posee una admirable capacidad de síntesis. Con sus ensayos supo describir los inicios del protestantismo en las Antillas españolas, mucho antes de mis quizás demasiado voluminosos escritos sobre esa materia. Guillermo fue también un precursor de los estudios sobre el protestantismo cubano, lo cual fue reconocido hace unos meses por el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, que publicó en Cuba algunos de nuestros trabajos publicados originalmente en el extranjero. El eminente profesor de historia Carlos Molina sirvió como editor. Molina es el continuador de la obra de investigación histórica que iniciamos Cabrera, algunos autores extranjeros y yo.
Finalmente, después de dos evangélicos, es decir, de mis viejos amigos Veguilla y Cabrera, debo destacar a un católico, apostólico y romano, otro personaje con profundas convicciones cristianas, que intentó siempre ser un discípulo de Aquel que nos enseñó a perdonar, a amarnos los unos a los otros, a no considerarnos superiores a los demás, a extender la mano y abrir el corazón a los que piensen diferentemente. Me refiero a Oswaldo Payá Sardiñas, a quien conocí en Miami hace una década gracias a dos amigos que recuerdo diariamente, el obispo Agustín Aleido Román y el sacerdote Francisco Santana.
No entraré en cuestiones estrictamente políticas, pero su trágica muerte ha despertado, lógicamente y como en otros casos en la historia del quehacer político, sospechas difíciles de subestimar o pasar por alto. Se trata de una figura con reconocimiento internacional. Acudiré a las palabras del periodista domínico cubano Daniel Efraín Raimundo: Payá “cayó en Bayamo, porque tenía que caer ahí, cuando se siente la necesidad de creer en algo puro, bueno e intangible, en la virtud de los fundadores de esta patria y de señalar el ejemplo de los hombres superiores de las nuevas generaciones…”
Se podía disentir de Oswaldo Payá Sardiñas, muchos lo hacían con su ideología o hasta, si se quiere, con su teología, pero no se deben negar sus buenas intenciones, su patriotismo, su humildad esencial de ingeniero montando bicicleta por las calles habaneras. Y mucho menos puede pasarse por alto su condición de creyente en el Hijo de Dios y Salvador del Mundo. Con un grupo de amigos, algunos de ellos, como este columnista, alejados de toda actividad política, leímos juntos la Biblia y elevamos preces al Altísimo. La suya no fue una religiosidad dominguera u ocasional, el simple, aunque respetable y comprensible resultado de una tradición familiar. Se puede nacer católico, protestante o judío, ingresar a una escuela confesional escogida por la familia, confesar ser creyente o asistir a veces a una ceremonia, repitiendo a veces, casi sin pensarlo, oraciones y frases litúrgicas de algún rito. Oswaldo fue un caso diferente entre nosotros, un hombre público que intentó sinceramente vivir a plenitud la vida cristiana.
Hay quienes se separan de amigos y hasta de familiares por causa de ideología, partido, opiniones divergentes, diferencias confesionales. No me incluyan en ese grupo, por favor. Más allá del fragor de la política o del debate por ideas, celebro el haber conocido a estos cubanos. Me despido de Oswaldo hasta el Reino Celestial, abrazo a Leoncio y a Guillermo en esta vida. Gracias, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por haberme permitido conocer a estos tres contemporáneos, estos tres amigos.
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