NICOLAS PEREZ DIAZ-ARGUELLES: HABEMUS PRESIDENTE
NICOLAS PEREZ DIAZ-ARGÜELLES: Habemus presidente
Nicolás Pérez
Por fin salió humo blanco de la chimenea de la
Casa Blanca. Hoy por la mañana los lectores de El Nuevo Herald
encontrarán en primera página el resultado de unas elecciones que han
mantenido en vilo a Estados Unidos en las últimas semanas.Los
periodistas deben ser como las estrellas que inclinan pero no obligan,
pero pocos han mantenido el equilibrio y calma de Vicente Echerri, viejo
amigo de tiempos del palo y tente tieso, conservador a ultranza y
admirador de la monarquía inglesa, cuando en su último artículo, Razones para votar por Mitt,
dijo: “Ni Obama es un socialista descosido enemigo del capital, ni
Romney es un plutócrata ajeno a la compasión”.
Más tarde añadió: “Los grados en que Washington se mueve a la izquierda o a la derecha me parecen desde hace mucho tiempo relativamente insignificantes”. Pienso como Vicente, gane quien gane la victoria pertenece a la democracia norteamericana.
Reacción atípica la de Echerri frente a la de algunos que en vez de fijar su posición con mesura azuzaron pasiones basándose en cifras agarradas por los pelos y encuestas sumamente discutibles para atraer el pernil de puerco a su brasero. Y los justifico, porque muchos se sintieron como alguien atrapado en una calle de Bagdad en medio de un combate entre sunitas y chiitas. Y es que en las guerras priman dos cosas: pasión y miedo. Y Estados Unidos ha estado en una guerra electoral, pero en una guerra.
Y es que cuando uno vive una situación de extrema violencia, tras sobreponerse al miedo lo primero que hace es mirar hacia todas partes. Y si estás en Bagdad atrapado en un conflicto de raíces tribales, lo primero que compruebas es que cada cual combate no por cuestiones históricas, doctrinales ni ideológicas. En el Medio Oriente interesa poco la raíz de las discrepancias, si los chiitas apoyaron a Alí, el esposo de su hija Fátima, o si Aisha, la viuda de Mahoma, opinaba que el sucesor del Califato debía ser alguien con lazos de sangre directos con el Profeta. Y por este insignificante entuerto se armó esta guerra de 1,280 años de duración que tiene tres razones reales: la primera los intereses personales, la segunda el control político y la tercera el inevitable factor humano por la procedencia de cada cual, su formación y traumas. Es decir, aquí regresamos a Ortega y Gasset cuando dijo: “El hombre es él y su circunstancia”.
Algo parecido pasó en las elecciones norteamericanas, aquí la ideología no estaba en juego, y si no lo creen analicemos diferentes grupos de electores.
Los cubanos no podemos entender esto porque veneramos a hombres como Antonio Maceo, Juan Gualberto Gómez y Gastón Baquero, que son pilares de la nacionalidad cubana, pero el 92% de los afroamericanos apoyan a Barack Obama por un problema de orgullo racial; imposible que olviden el Ku Klux Klan, a Martin Luther King o a Rosa Parks. Igualmente algunos miembros del Tea Party, no todos, cuando se miran frente a un espejo y ven a Obama lo rechazan porque en ciertos individuos existe el atavismo de incriminar todo aquello que no se parezca a nosotros; lo diferente es antagónico, sospechoso, nos provoca ese miedo ante lo desconocido. Y ambas actitudes, y ahora peco de ser políticamente incorrecto, son puro racismo.
Está el famoso 47% que en su mayoría apoyó a Obama por asuntos de conveniencia, porque creyó que Mitt apoya a ultranza al 2% de los mega millonarios y el 47 defienden su unemployment, los food stamps, el Medacaid y a los Dreamers.
En cuanto a exiliados del Sur de la Florida sus heridas aún están abiertas. Apoyaron en su mayoría a Mitt Romney, magnífico. Pero me indignó un anuncio de última hora con muy mala leche que martilló cada tres minutos en los espacios televisivos de Miami insinuando que Obama es cómplice de Hugo Chávez, Mariela Castro y el Che Guevara. Deshonestos los que lo crearon y triste que republicanos lo hayan apoyado porque fue una falta de respeto a la inteligencia y porque por votos, explotar patéticamente el dolor de víctimas es injustificable.
Otra decepción: el apoyo de informados políticos cubanoamericanos a David Rivera, cuando saben perfectamente que sus trampas no lo validan para representar a nadie en el Congreso de Estados Unidos.
Pero podemos estar tranquilos, tanto Obama como Romney, ambos, son personas decentes y políticos lo suficientemente brillantes para poder mejorar la economía, aumentar los empleos, rebajar el déficit y mantener a Estados Unidos como líder del mundo libre.
También ruego a Dios para que ambos extremos acepten la voluntad popular y no impugnen por primera vez unas elecciones presidenciales norteamericanas.
Por lo demás, Dios bendiga a Estados Unidos y su equilibrada democracia.
Más tarde añadió: “Los grados en que Washington se mueve a la izquierda o a la derecha me parecen desde hace mucho tiempo relativamente insignificantes”. Pienso como Vicente, gane quien gane la victoria pertenece a la democracia norteamericana.
Reacción atípica la de Echerri frente a la de algunos que en vez de fijar su posición con mesura azuzaron pasiones basándose en cifras agarradas por los pelos y encuestas sumamente discutibles para atraer el pernil de puerco a su brasero. Y los justifico, porque muchos se sintieron como alguien atrapado en una calle de Bagdad en medio de un combate entre sunitas y chiitas. Y es que en las guerras priman dos cosas: pasión y miedo. Y Estados Unidos ha estado en una guerra electoral, pero en una guerra.
Y es que cuando uno vive una situación de extrema violencia, tras sobreponerse al miedo lo primero que hace es mirar hacia todas partes. Y si estás en Bagdad atrapado en un conflicto de raíces tribales, lo primero que compruebas es que cada cual combate no por cuestiones históricas, doctrinales ni ideológicas. En el Medio Oriente interesa poco la raíz de las discrepancias, si los chiitas apoyaron a Alí, el esposo de su hija Fátima, o si Aisha, la viuda de Mahoma, opinaba que el sucesor del Califato debía ser alguien con lazos de sangre directos con el Profeta. Y por este insignificante entuerto se armó esta guerra de 1,280 años de duración que tiene tres razones reales: la primera los intereses personales, la segunda el control político y la tercera el inevitable factor humano por la procedencia de cada cual, su formación y traumas. Es decir, aquí regresamos a Ortega y Gasset cuando dijo: “El hombre es él y su circunstancia”.
Algo parecido pasó en las elecciones norteamericanas, aquí la ideología no estaba en juego, y si no lo creen analicemos diferentes grupos de electores.
Los cubanos no podemos entender esto porque veneramos a hombres como Antonio Maceo, Juan Gualberto Gómez y Gastón Baquero, que son pilares de la nacionalidad cubana, pero el 92% de los afroamericanos apoyan a Barack Obama por un problema de orgullo racial; imposible que olviden el Ku Klux Klan, a Martin Luther King o a Rosa Parks. Igualmente algunos miembros del Tea Party, no todos, cuando se miran frente a un espejo y ven a Obama lo rechazan porque en ciertos individuos existe el atavismo de incriminar todo aquello que no se parezca a nosotros; lo diferente es antagónico, sospechoso, nos provoca ese miedo ante lo desconocido. Y ambas actitudes, y ahora peco de ser políticamente incorrecto, son puro racismo.
Está el famoso 47% que en su mayoría apoyó a Obama por asuntos de conveniencia, porque creyó que Mitt apoya a ultranza al 2% de los mega millonarios y el 47 defienden su unemployment, los food stamps, el Medacaid y a los Dreamers.
En cuanto a exiliados del Sur de la Florida sus heridas aún están abiertas. Apoyaron en su mayoría a Mitt Romney, magnífico. Pero me indignó un anuncio de última hora con muy mala leche que martilló cada tres minutos en los espacios televisivos de Miami insinuando que Obama es cómplice de Hugo Chávez, Mariela Castro y el Che Guevara. Deshonestos los que lo crearon y triste que republicanos lo hayan apoyado porque fue una falta de respeto a la inteligencia y porque por votos, explotar patéticamente el dolor de víctimas es injustificable.
Otra decepción: el apoyo de informados políticos cubanoamericanos a David Rivera, cuando saben perfectamente que sus trampas no lo validan para representar a nadie en el Congreso de Estados Unidos.
Pero podemos estar tranquilos, tanto Obama como Romney, ambos, son personas decentes y políticos lo suficientemente brillantes para poder mejorar la economía, aumentar los empleos, rebajar el déficit y mantener a Estados Unidos como líder del mundo libre.
También ruego a Dios para que ambos extremos acepten la voluntad popular y no impugnen por primera vez unas elecciones presidenciales norteamericanas.
Por lo demás, Dios bendiga a Estados Unidos y su equilibrada democracia.
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