MARCOS ANTONIO RAMOS: ENTRE LAS ELECCIONES Y LA DIVISION


Entre las elecciones y la división

Por Marcos Antonio Ramos

“No tenía fin la muchedumbre del pueblo que le seguía; sin embargo, los que vengan después tampoco estarán contentos de él. Y esto es vanidad y aflicción de espíritu.” (Ecclesiastes 4:6). 



Me he limitado a estudiar y comentar los fenómenos políticos y contribuir modestamente a los esfuerzos personales de algunos buenos amigos que se han consagrado al quehacer de la vida pública. Al llegar las elecciones en EE.UU., país donde resido desde mi juventud, siento el mismo interés que el resto de la población por el proceso electoral.

Como profesor de Historia enseñé cursos que tenían relación con la historia religiosa y política y he escrito sobre elecciones para este diario y otras publicaciones en los países de habla española. He sido contratado por instituciones de investigación, he participado en paneles de radio y televisión en los que el tema ha prevalecido y he conocido un número apreciable de políticos y funcionarios públicos, algunos de los cuales he entrevistado, entre ellos algún Presidente de EE.UU. Basándome en esas vivencias no creo haber observado en otras fechas el alto grado de polarización que se nota ahora.

Tampoco había tenido que escuchar tantos comentarios negativos no sólo sobre los aspirantes a la primera magistratura del país sino sobre personas conocidas que han ejercido libremente su derecho de apoyar a alguno de los candidatos. Todo eso me afecta porque mis padres me prohibieron ofender a alguien con otras creencias religiosas o con una militancia política diferente a la mía. Ni siquiera se podía discutir sobre religión o política en la mesa. No se interrogaba a nadie acerca de su afiliación confesional o se preguntaba el nombre del candidato por el que se había decidido votar. Es más, no puedo asegurar categóricamente los nombres de los candidatos presidenciales por los que votaron mis padres en las elecciones cubanas. Había alguna exageración en todo eso, pero todavía recuerdo las palabras de mamá: “Hijo, esas preguntas son de mala educación”. No pretendo que se observe al pie de la letra esa conducta, pero con el tiempo la he comprendido mejor.

Así las cosas, el martes será seleccionado el ocupante de la Casa Blanca después de una apasionada campaña electoral que ha dividido aun más a un electorado polarizado. Muchos mencionan su afiliación política con mas devoción que sus creencias religiosas, pensando quizás que a todos les interesa conocer ese dato. Como reacción, confieso haber cometido una falta de la cual me arrepiento. Una persona se acercó para decirme con voz solemne: “quiero que usted conozca a que partido pertenezco”. Mi falta consiste en haberle respondido: “perdone, pero no tengo el más mínimo interés en conocerlo”. Sucede que a veces el tema abruma. Es por ello que también debo solicitar disculpas a mis lectores por tantos artículos sobre las elecciones, vieja obligación de columnista.

Existe la necesidad de escribir y opinar, así como de defender al candidato favorito, pero también existe una obligación moral de mantener la convivencia civilizada. Leo enjundiosos trabajos sobre política, mucho mejores que los que yo puedo escribir y que contienen cierto grado de crítica y hasta un humor que puede aceptarse lógicamente. Aun así, la cordialidad debe prevalecer.

Este año existe la posibilidad de regresar a los acontecimientos del 2000, aquellas elecciones con resultado incierto y confuso para muchos. Afortunadamente, los ánimos se calmaron, el resultado se aceptó y se mantuvo la normalidad, contribuyendo a que el Presidente de EE.UU., pudiera apelar a la unidad nacional para enfrentar los terribles acontecimientos de septiembre de ese año y a la escalada terrorista, contando con el apoyo de líderes responsables en ambos partidos. En el proceso se cometieron errores, pero se mantuvo un mínimo de cooperación y entendimiento a pesar de cualquier crítica responsable. Claro que se produjeron otras que pudieron considerarse mal intencionadas.

Algunos olvidan que, después de las elecciones, los políticos acostumbran a reunirse ocasionalmente para compartir la mesa o una conversación amistosa, viajan juntos en misiones especiales y logran hasta ponerse de acuerdo para pasar legislación o intentar un proyecto. Ojalá esa costumbre prevalezca en los próximos años pues la nación enfrentará problemas internos y externos de una magnitud impredecible.

El país está dividido en dos mitades prácticamente iguales. En los últimos días se ha resaltado la gran diferencia en las opiniones prevalecientes entre votantes blancos y los de otros grupos raciales o étnicos. Es más, los cubanoamericanos votan de manera diferente a la del resto de la población hispanounidense (me atengo a lo establecido por la Academia de la Lengua). El grupo mayor de los hispanounidenses son de origen mexicano, pero ahora el actual gobernador de Borinquen, recuerda a sus electores que, en caso de convertirse Puerto Rico en estado, los puertorriqueños serían los “líderes de los hispanos”. La población de origen puertorriqueño se va convirtiendo gradualmente en mayoritaria entre los hispanounidenses de la Florida, aunque no en Miami Dade. Y lo más importante sería que tanto puertorriqueños como cubanoamericanos consideren como hermanos a los mexicoamericanos y a los otros hispanounidenses, hispanos, latinos, o como se prefiera llamarles. Lo mismo se aplica al resto de la población, independientemente si el ocupante de la Casa Blanca es republicano o demócrata.

Este año electoral fue una oportunidad que se me presentó nuevamente para combatir el prejuicio religioso. Como en el 2008 insistí en mis artículos en que no debía vetarse la aspiración de un candidato mormón. Mucho menos burlarse de sus creencias. Las diferencias confesionales no deben utilizarse para dividir aún mas al electorado. No vivimos en la Edad Media ni en un país con un sólo partido y con una religión impuesta por ley. Afortunadamente, EE.UU., no es Arabia Saudita ni el Principado de Bután en los Himalayas. La unidad religiosa o política no existe ya en Iberoamérica, mucho menos en Norteamérica.

Después de noviembre 6 la vida debe continuar y la nación sobrevivirá esta campaña como tantas otras del pasado. Los recordatorios de los problemas que pueden presentarse deben ser suficientes para hacernos reflexionar. Cuando más apasionada estaba la controversia electoral un inesperado huracán destruyó primero a Santiago de Cuba y parte del Oriente cubano, para luego destrozar gran parte de Nueva York, Nueva Jersey y el Noreste. Tampoco tenemos una clara idea del rumbo que tomará la actividad terrorista en el 2013 y los siguientes años. Ni siquiera se ha logrado resolver la grave crisis económica que no solo afecta a EE.UU., sino, hasta en mayor grado, a la milenaria Europa. El Congreso federal, con sus cámaras divididas, tendrá que tomar medidas y pasar legislación, asuntos indispensables para el futuro del país. Pero el futuro de la economía no sólo está en manos de los gobernantes. Muchas veces es la empresa privada la que decide tales asuntos y es bueno que así sea. En cualquier caso, es poco lo que puede conseguirse con palabras ofensivas, actitudes intransigentes y resentimiento provocado por algún resultado comicial.

Como tantos otros, el nuestro es un sistema necesariamente imperfecto. El sufragio universal, por ejemplo, concede el mismo derecho tanto a una persona que jamás ha leído un periódico como a otra que está muy al tanto del acontecer nacional e internacional. Pero ese es el sistema que se acordó y no hay otro mejor disponible. Pensar que pertenecerán al mismo partido o profesarán la misma religión, sería en nuestro tiempo un ejercicio que conduce a la frustración. Si existe perfección absoluta ésta sólo se producirá, según creemos muchos, en el Reino de los Cielos. No en balde Jesús advirtió: “Mi Reino no es de este mundo”.

Finalmente, permítanme terminar con palabras atribuidas al rey Salomón y aplicadas a cualquier gobernante: “No tenía fin la muchedumbre del pueblo que le seguía; sin embargo, los que vengan después tampoco estarán contentos de él. Y esto es vanidad y aflicción de espíritu.” (Ecclesiastes 4:6). 

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