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Parábola de la caída: La existencia de decenas de años de dictadura castrista nos ha dado nuestra justificación mayor
Parábola de la caída
La existencia de decenas de años de dictadura castrista nos ha dado nuestra justificación mayor
Alejandro Armengol, Miami | 11/08/2017 12:16 pm
Mientras los exiliados cubanos triunfan en los negocios, conquistan posiciones elevadas en todas las organizaciones públicas y privadas del país al que emigran y se destacan en las profesiones más diversas, no logran aún la transformación democrática de la patria ni incluso adoptar una actitud más tolerante hacia las opiniones ajenas.
Somos excelentes administradores, grandes negociantes y pésimos luchadores políticos. Magníficos profesionales, pero incapaces de mantener el rumbo democrático de un país.
La existencia de decenas de años de dictadura castrista nos ha dado nuestra justificación mayor: el extender un manto piadoso sobre los diversos períodos en que una y otra vez se intentó refundar la república, reiniciar el proceso democrático, empezar casi de cero en el orden institucional. No se trata de postular una sociedad estática, sino de enfatizar la necesidad de una estabilidad, que en Cuba siempre ha pendido de un hilo o ha estado lejos de alcanzarse.
Más que un interés por el avance a pasos lentos y sistemáticos, parece ser característico del cubano el afán por acabar con todo, para hacerlo todo distinto. Borrón y cuenta nueva. El mito del ave fénix. Vocación heroica, ideal mitológico.
Como las sociedades más estables no se construyen a golpes de héroes, nos quedamos siempre cortos.
Cuando saltamos la barrera de la exaltación y queremos llevar los ideales a la práctica, nos limitamos a esquemas alejados de la realidad; nos rodeamos de patrones erróneos, sólo justificados por la sonoridad de una frase, acabamos encerrados en las limitaciones cotidianas.
Es entonces la hora de arribistas y demagogos, que repitiendo un discurso hueco sacan provecho de nuestras virtudes y debilidades.
Porque a toda esta idealización e intenciones sublimes se contraponen actitudes mucho más apegadas a la realidad, que se imponen en la práctica y han hecho que en la política cubana siempre tengan mayores posibilidades de triunfo los vivos y los villanos.
La sobrevaloración de nuestra identidad se ha convertido en un recurso eficaz en días difíciles, pero también en una limitación a la hora de conocer y analizar nuestras capacidades.
En nuestra nacionalidad se anidan no solo expresiones positivas y creadoras, sino también valores y sentimientos perniciosos, dispuestos a aflorar cuando las circunstancias lo permiten: llevamos el diablo en el cuerpo.
Fidel Castro desperdició millones de dólares y años de vida de los cubanos en planes agrícolas e industriales, guerras y guerrillas, proyectos que no rindieron resultado alguno o se quedaron muy por debajo de las expectativas. En todos los casos, junto al fanatismo los pequeños resentimientos; tras el afán heroico, mezquindades y prejuicios.
Todo ello le ha facilitado la tarea al mal. Junto a los dirigentes políticos, generales y miembros de los cuerpos represivos, a la par de funcionarios y oportunistas, han estado siempre —“brindando su apoyo desinteresado”— pequeños seres que no han obtenido grandes beneficios y privilegios, salvo el placer de satisfacer sus rencores y envidias: los porteros que en Cuba eran fieles guardianes a la puerta de los restaurantes, quienes se complacían en no dejar entrar a nadie pero se inclinaban ante el uniforme verde olivo de un militar que ni siquiera se molestaba en mirarles; los encargados de distribuir los trabajos voluntarios entre sus compañeros, mientras los miembros del Partido apenas se excusaban de no asistir debido a sus “urgentes reuniones”; los delatores de cuadra y los que asistían indolentes a gritar y ofender a quienes se atrevían a disentir del sistema. Si no llegaron más lejos en su bajeza, fue en muchos casos porque no se les pidió hacerlo.
Algunos de ellos un día marcharon al exilio y quizás nunca se han cuestionado que hicieron su pequeño mal de forma gratuita e injustificada. Son los que participaron en actos de repudio mientras aguardaban la llegada de un barco por el puerto del Mariel; los que aún hoy en las mañanas asisten a las manifestaciones, mientras en la tarde y noche practican un repudio secreto y temeroso al régimen que acaban de saludar al sol.
Son también las flores del destierro, que en Miami se creen con derecho a dictar pautas sobre el comportamiento de cualquier exiliado, sin haber hecho nunca nada por impedir este exilio.
Se habla sobre la necesidad de juzgar, condenar o perdonar a todo aquel que en determinado momento ejerció un papel más o menos destacado, durante estos largos años de un régimen que no culmina. De igual importancia es analizar la miseria humana que nos impulsó o nos conduce a cometer cualquier pequeña infamia. Cuentas por saldar en ambos lados del estrecho de la Florida. Abusos y mentiras que escapan a la estrechez ideológica. Injusticias y engaños en el exilio y en Cuba. Intolerancia y empecinamiento. Mientras llega ese momento, el reloj continúa detenido. Lo que no impide el envejecimiento.
Este texto retoma ideas expresadas en Cuaderno de Cuba.
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