MARCOS ANTONIO RAMOS: THATCHER Y EL RETORNO CONSERVADOR

Diario Las Americas 
Publicado el 04-16-2013

Thatcher y el retorno conservador

Por Marcos Antonio Ramos

El 3 de mayo de 1979, Margaret Thatcher se convirtió en la primera mujer en ocupar el cargo de Primer Ministro del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Los conservadores habían regresado temporalmente al poder en 1970-1974, pero el retorno efectivo de las ideas conservadoras no se produjo sino a partir de 1975 cuando la “Dama de Hierro” se convirtió en líder de los “Tories” en la oposición y sobre todo desde 1979 cuando ascendió a la jefatura del gobierno. 

Con la baronesa Thatcher, título que se le concedió al retirarse del poder, se inició realmente el proceso de desmontar gradualmente el estado benefactor creado por los laboristas desde su triunfo en 1945, victoria de Clement Attlee y derrota electoral de Winston Churchill, el gran líder de la Segunda Guerra Mundial. Según Walter Oppenheimer, la revolución conservadora encabezada por la Thatcher, “rompía la tradicional hegemonía de líderes elitistas y acomodados [en su propio partido]. Para ese comentarista, la Thatcher “ encarnaba todo lo que se suponía que debía ser un genuino miembro del Partido Conservador británico: un patriota que creía en la familia, en Cristo y en el progreso con el sudor de la propia frente.” Esa filosofía hacía resaltar el esfuerzo y responsabilidad individual y echaba a un lado la excesiva dependencia del estado. Ella se definió diciendo: “No soy una política de consenso. Soy una política de convicciones…”.

Es cierto que, como se señala minuciosamente en un reciente y voluminoso texto de historia publicado por Oxford University Press, con J. M. Roberts y Odd Arne Westad como autores, cuando Margaret Thatcher tomó posesión, la primera mujer en encabezar un gran partido político en el Reino Unido, sus oponentes estaban desacreditados, así como sus ideas. En cualquier caso la palabra “nacionalización” fue reemplazada con “privatización” y a pesar de ciertas dificultades iniciales de su período de gobierno ininterrumpido (1979-1990), largo para un primer ministro inglés en el siglo XX, se enfrentó firmemente a sindicatos casi todopoderosos como el de los mineros. Y entre sus logros se anotarían no sólo triunfos como la reconquista de Las Malvinas y su cooperación eficaz a la caída del bloque comunista, sino el cierre de empresas deficitarias. Todo lo cual, como sucede en el vasto mundo de las contradicciones de los gobiernos y los sistemas, contrasta con un apreciable deterioro de los servicios públicos durante su gestión en el número 10 de la calle Downing y con el rechazo de sus medidas por numerosos ciudadanos de bajos ingresos.

Pero con ella casi todo cambió. El conservadurismo no sería ya tan elitista al ser guiado por la hija de un sencillo comerciante metodista, y el laborismo se inclinaría a la moderación durante la era de uno de sus sucesores el notabilísimo Primer Ministro Tony Blair. Hasta los históricos y minoritarios liberales se verían obligados a modificar algunos de sus planes. Salvando distancias, Lady Thatcher pertenece a una larga lista de primeros ministros que dejaron huella imborrable, como los conservadores Benjamin Disraeli, que coronó Emperatriz de la India a la Reina Victoria y Winston Churchill que se situó en cuanto a méritos por encima de sus colegas en la Segunda Guerra Mundial; como los liberales William Gladstone con su lucha por el gobierno propio para Irlanda y la reforma electoral, y David Lloyd George que llevó a los británicos a la victoria durante la Primera Guerra Mundial.

Se señala, sin embargo, que sus “convicciones y prejuicios”, sus interpretaciones preconcebidas, eran demasiado visibles y que en una era de acercamiento entre los países del “continente” (como a veces llaman los ingleses a Europa) mostró claramente el no considerarse realmente europea y su concepto bastante inflexible de los intereses británicos. Algo parecido al general Charles De Gaulle y su visión nacionalista del papel de Francia en el mundo. Es más, resulta imposible que un sector de irlandeses septentrionales y mucho menos nuestros hermanos argentinos conserven de ella los mejores recuerdos, pero los estadounidenses no pueden dejar de recordar favorablemente su cooperación con el Presidente Ronald Reagan en varios proyectos y tendencias. Con matices propios de otra época, compartió quizás el sueño de Sir Winston Churchill: el predominio mundial de los pueblos de habla inglesa encabezados por Estados Unidos e Inglaterra. 

El lugar lógicamente escogido para los funerales de la ex Primera Ministro, por su afiliación a la Iglesia de Inglaterra, confesión oficial del Estado, y por su altísimo rango, fue la Catedral de San Pablo, uno de los más gigantescos templos del planeta, iglesia que tuvo como Pastor o Deán al Reverendo Doctor William Ralph Inge, el más alto erudito en estudios sobre Plotino y el neoplatonismo, precedido, siglos atrás, por un gran poeta, gloria de las literaturas inglesa y universal, el Reverendo John Donne. En una meditación de Donne encontró Ernest Hemingway las palabras que utilizaría como título de su famosa novela: “¿Por quién doblan las campanas?”. No todos podrán unirse con igual unción al deceso de la gran dama del conservadurismo, pero su nombre, más allá del sonido de las campanas, quedará grabado en la historia del siglo XX. 


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