MARCOS ANTONIO RAMOS: OTRO CAPITULO DECISIVO


Diario Las Americas 
Publicado el 04-20-2013

Otro capítulo decisivo

Por Marcos Antonio Ramos


Las noticias de Venezuela traen consigo el eco de pasados conflictos y enfrentamientos en muchos países. Una elección cuya credibilidad es puesta en duda. Denuncias hechas por vencedores y vencidos. No sólo la oposición sino gran parte de la prensa internacional rechaza los resultados. Un grupo de gobiernos se sitúa públicamente al lado del gobierno de turno. Discursos encendidos, amenazas, incertidumbre. Una situación que merece el título de “Cumbres Borrascosas”’ como en la novela de Emily Bronte.

En Norteamérica nos hemos acostumbrado a hablar cada 4 años de “una elección decisiva”. En eso hay un elemento de verdad, pero la continuidad histórica y el ritmo constitucional no han estado en juego. Las elecciones de 1860 abrieron el capítulo más decisivo. El triunfo de Abraham Lincoln en las urnas, por su repercusión en el Colegio Electoral que elige al primer mandatario, provocó la separación de numerosos estados de la Unión. Aquellos comicios y la Guerra Civil fueron mucho más decisivos que otras convocatorias electorales y capítulos lamentables o gloriosos.

En Venezuela, como en otros países hispanoamericanos, pueden señalarse diversos períodos históricos y momentos decisivos en relación con elecciones, golpes de estado y guerras civiles. Por citar un caso, extraído de una lista, pero fijando la mirada en acontecimientos de la segunda mitad del siglo XIX, Lisandro Alvarado, en su “Historia de la Revolución Federal en Venezuela”, publicada originalmente en 1909, señalaba lo siguiente: “La lucha fue en realidad por la democracia y la federación, asunto de forma; a lo que contribuyó sin duda la confusión por largo tiempo sostenida, de considerar la federación como atributo del movimiento liberal y el centralismo como igual cosa del conservador…” Es posible cambiar palabras, reemplazando “federación” y “centralismo” con términos utilizados ahora y que mitigarían la confusión. Tales datos se pudieran complementar hasta con una novela. Nos referimos a “Pobre Negro”, escrita por Rómulo Gallegos. Nos lo recuerda Guillermo Morón en uno de sus textos de historia. Decía el personaje Cecilio Alcorta: “los civilistas…han hablado un lenguaje que el pueblo no puede entender, y nada de sorprendente tiene que le ganen la partida el bronco machetero…producto genuino de nuestro suelo violento”. Es la eterna lucha entre el civilismo y el entendimiento, por un lado, y los recursos violentos e irracionales, por el otro.

Gran parte de la población ha entendido el mensaje civilista, pero, como en otras geografías americanas y universales, se pudiera producir nuevamente un ejercicio nada mesurado, apelar a una violencia cuyos resultados son imposibles de calcular, pero que a veces es inevitable. 

Independientemente de estudios sobre resultados electorales, manipulación del voto y lo demás, se ha iniciado un capítulo cuyo final pudiera ser verdaderamente decisivo para el futuro del país, al menos a corto y mediano plazo, quizás para generaciones enteras. No sería otra lucha entre el federalismo y el centralismo como en el siglo XIX, ni tampoco el resultado de un acuerdo civilizado como el “Pacto de Punto Fijo” que facilitó el proceso electoral de 1958 logrando que los tres principales partidos de entonces (AD, URD y COPEI) compitieran libremente para después compartir el poder.

En el siglo XXI viejos movimientos políticos venezolanos, al menos algunos de ellos, han sobrevivido precariamente, pero en la práctica han sido reemplazados y el país se encuentra dividido en dos grandes sectores populares, uno a favor del programa de Hugo Chávez, y el otro agrupado en torno a la oposición a sus sucesores. En juego están la libre expresión del pensamiento, las elecciones competitivas y el entendimiento nacional. La polarización es tan grande que ya resulta difícil utilizar como punto de referencia situaciones del pasado.

La sucesión del clásico dictador venezolano Juan Vicente Gómez se produjo con dificultades fundamentales, pero sus sucesores inmediatos, López Contreras y sobre todo Medina Angarita, estuvieron dispuestos a facilitarla, a pesar de que en aquel período histórico la democracia era más la excepción que la regla. El golpe de estado contra Medina fue un escollo, pero las elecciones de 1948 legalizaron a sus sucesores. Sin esa legitimidad todo hubiera sido más complicado. Aun así, se produjo pronto otro golpe.

Algo de esto pudiera estar nuevamente en juego. Si el gobierno actual no logra convencer de su legitimidad, más allá de decisiones de un poder judicial favorable, y si su grado de credibilidad continuara deteriorándose, la oposición pudiera ser sometida a controles mayores y sus líderes forzados a exiliarse. Si la oposición lograra instalarse en el poder, el camino que enfrentaría no sería menos difícil. El deterioro económico afecta a todos, pero no siempre derroca gobiernos. En este período histórico americano hasta sería difícil conseguir la votación requerida en la OEA para decisiones importantes. Esas que la OEA y organismos similares no desean aprobar, mucho menos ejecutar. No estamos en 1965 cuando la crisis dominicana y la intervención de EE.UU., y de la OEA, sino en el 2013. EEUU, enumera sus prioridades en tierras remotas. La OEA alberga diferentes ideologías en su seno. Y los mandos militares tradicionales en Venezuela han sido reemplazados en los últimos 14 años. Pero todo eso pudiera cambiar ante un imponderable. Este capítulo será decisivo e impredecible. 

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