“EL EMPERADOR NO TIENE ROPA”
Dr. Marcos A. Ramos |
Por Marcos Antonio Ramos
Es demasiado temprano para trasladar
palabras de una vieja historia a la actual situación norteamericana. Sería
además arbitrario. Sólo utilizo esa cita para llamar la atención, aunque en
cierta forma pueda aplicarse. En alguna adaptación de un cuento de Hans
Christian Andersen un niño grita: “” Pero el emperador no tiene ropa” o más
bien “El emperador no está vestido”. En Norteamérica, sin acudir a esa imagen,
la primera fase de la administración de Donald Trump, criticada, justa o
injustamente, por casi toda la prensa y vista con preocupación por la mayoría
de los observadores nacionales e internacionales ha sufrido un revés gigantesco.
Claro que tiene ropa, y muy cara, y su cargo merece respeto, pero su mayoría
cameral resultó ser en la práctica un espejismo. Lo mismo sucedió a su
predecesor con algunos de sus proyectos. Casi nada les ayudó al intentar
cubrirse del fracaso. Y el partido que gobierna hoy está tan dividido como en
el pasado lo estuvo el demócrata. De fracasos y divisiones está escrita, en
buena parte, la historia, la gran aventura de la humanidad.
Antes de continuar debo señalar que no
apoyé a ninguno de los dos candidatos principales a la Presidencia de Estados
Unidos. No he renunciado al derecho a criticar todo aquello que considero
erróneo o mal intencionado, lo cual no quiere decir que todo se limite a
errores y malas intenciones en los ocupantes de los centros de poder. Me
permito hacer señalamientos. Eso sí, nunca he apoyado gobiernos totalitarios,
ni he solicitado paredón para nadie, ni he gritado “lock her up”, ni nada
parecido. Y sólo reconozco como verdaderos patriotas a los que han tomado las
armas para defender su país o, al menos, se han ofrecido como camilleros o de
voluntarios en un hospital de veteranos en tiempo de guerra. Tampoco creo en
comentaristas de radio y televisión que no hayan invertido años estudiando
historia y política internacional.
Cuando trabajé en ese tipo de actividad tuve que quemar las pestañas.
Como decían en mi tierra “zapatero a tus zapatos”.
Mucho menos puedo elogiar a quienes sólo
poseen la cultura de escuchar descargas radiales y leer titulares de
periódicos. A pesar de todo creo en la libre expresión de pensamiento y respeto
opiniones diferentes a la mía. Recuerdo en mi país natal cuando casi todos mis
compatriotas creyeron las promesas de algún político o revolucionario. Pero
todo eso es cosa del pasado, vivimos en un gran país, con muchas libertades y
debemos preocuparnos por sus problemas. Y como ahora el presidente no es
Abraham Lincoln, Franklin Roosevelt o Barack Obama la atención, necesariamente,
está puesta en el actual gobernante, a quien hay que darle oportunidad de gobernar,
pero que está sujeto a la misma crítica que se dedicó a sus predecesores.
Así las cosas, la campaña electoral del
actual presidente se basó, entre otras cosas, en satanizar el programa de
atención a la salud conocido como “Obamacare”. Y hasta algunos importantes
líderes demócratas aceptaban que necesitaba revisión de algunas de sus partes.
El candidato Trump aseguraba que tenía preparado un plan “terrific” o
estupendo. En realidad, no tenía ninguno y han sido los congresistas
republicanos tradicionales, entre ellos figuras muy honorables, los que
redactaron el ahora fracasado proyecto, aparentemente aceptable para el
ocupante de la Casa Blanca, pues no le quedaba otro remedio. Finalmente, no fue
llevado a votación a la Cámara de Representantes a pesar de la mayoría
republicana. En realidad, se opusieron tanto los liberales demócratas como los
más conservadores republicanos y Trump solo contó con el apoyo de ese
“establishment” republicano que tanto combatió durante las primarias,
ridiculizando a muy respetables adversarios dentro de su propio partido. Así es
la vida. Pero no fue el único caso en la historia política de esta gran nación,
materia que enseñe a nivel universitario por 41 años, pero que me falta todavía
mucho por aprender, como a cualquier otro hijo de vecino.
Fracasado el más importante proyecto de
su campaña electoral, el gobernante pasará a su plan de rebaja de impuestos, a
la más dramática reducción de los servicios sociales y gastos de importantes
departamentos de gobierno y al regreso a la carrera armamentista. El candidato
que hablaba de seguridad nacional, pero acentuaba el aislacionismo y criticaba
a la OTAN se convertiría, de lograr sus objetivos, en otro en la larga carrera
de promotores de armamentos, algo que es muy bien recibido por grandes empresas
que se alimentan precisamente de todo eso. Ahora bien, el país tiene que estar
armado. Las promesas iniciales de no iniciar una nueva guerra pudieran caer en
el camino ante situaciones en Siria, Corea del Norte y otros lugares.
Queda en el tapete el gran proyecto del
muro para contener la inmigración, sobre todo mexicana. Podrá quizá edificarse
esa muralla, pero pudiera sucederle, “mutatis mutandis”, lo que a la histórica
Gran Muralla China que no impidió que esa gran nación fuera gobernada por una
dinastía manchú. O lo logrado por la muralla edificada por Adriano en Gran
Bretaña pues la traspasaron escoceses e ingleses, celtas y anglos, cada vez que
lo estimaron conveniente. Un repaso a los textos de historia ayudaría mucho a entender
lo ilusorio del proyecto, sobre todo considerando que en los últimos años han
sido deportados millones de indocumentados y otros lo están haciendo
voluntariamente.
Describir las primeras semanas de la
gestión de un gobernante presenta muchos peligros. Como se ha señalado con toda
justicia, es necesario darle tiempo y permitirle llevar a cabo su gestión, lo
cual incluye tener en cuenta, aunque no necesariamente aprobar, sus proyectos
de gobierno. Para eso fue elegido,
aunque sólo por el colegio de compromisarios ya que quedó atrás en el voto
popular con tres millones de votos menos que su adversaria. Más norteamericanos
votaron por la agenda de su polémica adversaria que por el actual Presidente,
el cual, sin duda, tiene derecho a gobernar pues su elección coincidió con el
sistema establecido. No repito esto una vez más por simple placer sino porque
todas las semanas el presidente habla de su “gran mayoría” cuando nunca
sobrepasó el 46% de apoyo popular y ahora sólo cuenta con 37%. Esto sucede en
todo tipo de administraciones en períodos determinados, pero no se presta para
alardes innecesarios, repetidos hasta el infinito.
Y mientras la prensa critica su gestión,
y a veces la ridiculiza innecesariamente, el presidente continúa atacando a
“Raimundo y todo el mundo”. No deja títere con cabeza. Todos los viejos aliados
internacionales, con alguna excepción (difícil de encontrar) no merecen
siquiera el menor reconocimiento por parte del nuevo gobernante. Últimamente ha
hecho de un oponente nacional, el expresidente Barack Obama el blanco favorito
de sus divagaciones. Sus constantes invenciones de fantásticas “conspiraciones”
al borde de la ciencia ficción contribuyen a una creciente falta de
credibilidad, que es lamentable para el prestigio de la nación.
Sus intentos de negar su relación personal
con Rusia antes y después de su victoria en el colegio electoral han ido
fracasando. Quizás la oposición exagere, pero hasta el FBI está investigando el
asunto y posibles violaciones criminales. Ese asunto lo dejamos para otro día
porque hay investigaciones pendientes y no vale la pena, ni es correcto, emitir
un veredicto o una opinión hasta que, como decían en mi pueblo, “hablen los
papelitos”. En cuanto a investigaciones criminales debe reconocerse que de llevarse
a cabo las cárceles estarían llenas de políticos de los dos partidos.
A pesar de todo lo anteriormente
expresado, el señor presidente tiene tiempo suficiente para enmendar sus
errores y sobre todo para adoptar un tono más conciliador. Su mayor orgullo era
su “Arte de lograr acuerdos”. Todavía no hemos visto el primero de esos
arreglos y mucho menos el cumplimiento de alguna de sus promesas más
difundidas. Pero seguiremos esperando. Todo es posible. Deseamos para el nuevo
mandatario lo bueno que anhelamos para esta gran nación en la que hemos
residido casi toda nuestra vida. Finalmente, felicito cualquier iniciativa
contra el aborto o prácticas sexuales ilegales. Pero no me limito a eso y, por
lo tanto, nunca estaré satisfecho.
Como testimonio personal, repito que
estoy en contra del aborto, no porque lo diga un partido. Como también desearía
cerraran todos los bares y casinos y prohibieran la pornografía. Es más,
votaría a favor de la prohibición total de las bebidas alcohólicas, el cigarro
y el tabaco. Pero hace tiempo estoy consciente de que todo eso es pura ilusión.
Estoy consciente de que seguiré esperando lo que no llegará hasta que
Jesucristo, mi Salvador, regrese a la Tierra. Algo parecido sucederá con las
promesas de los políticos. No creo en ellas. Eso sí, deseo para el lector todo
lo bueno del mundo, sin importar por quien voten o si no prefieren la limonada,
mi bebida favorita. Mi abuelo me enseñó que el voto es secreto y a no discutir
en la mesa temas políticos o religiosos. Y no trabajo para partidos, candidatos
o firmas encuestadoras.
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