MARCOS ANTONIO RAMOS: VENEZUELA: LA INCERTIDUMBRE
Venezuela: La incertidumbre
POR MARCOS ANTONIO RAMOS
Sobre el fallecimiento del coronel Hugo Chávez se ha escrito mucho. Y en pocas ocasiones se ha enfrentado un país a un grado tan alto de incertidumbre. La patria de Francisco de Miranda ha vivido momentos difíciles en el pasado. La salida del poder o la muerte de otro presidente quizás puedan mencionarse como precedentes de lo ocurrido esta semana. Pero existen diferencias con los famosos Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Isaías Medina Angarita, los dos Rómulos (Gallegos y Betancourt), Marcos Pérez Jiménez, Carlos Andrés Pérez o mi viejo amigo Rafael Caldera, ya que habrá repercusiones mayores dentro y fuera de Venezuela, y es conveniente y necesario tenerlo en cuenta para cuando pasen las emociones y reacciones del momento, además de un faraónico funeral.
Observadores responsables están conscientes de que el chavismo, como fenómeno populista, no desaparecerá, a corto y quizás tampoco a mediano plazo, con la muerte de Chávez. Las comparaciones parecen llover y muchos mencionan lo sucedido en Argentina el pasado siglo XX. Ni el derrocamiento ni la muerte de Juan Domingo Perón pusieron punto final al peronismo, también identificado en el lenguaje político como “Justicialismo”. Si un gran sector de la población, aunque sea de forma más bien aparente, es beneficiado por un proyecto o decisión de un gobernante, pasarán generaciones hasta que el número de sus partidarios y simpatizantes desaparezca por completo. Independientemente de que se haya dañado la economía o restringido las libertades, como es el caso, siempre existe el recuerdo de una especie de benefactor. Podrían ofrecerse muy sensatas razones para rechazar una ejecutoria, pero las masas populares del universo no están integradas necesariamente por especialistas en economía, historia y ciencias políticas.
Un tema de inevitable consideración sería la supervivencia del chavismo por un espacio mayor o menor de tiempo y otro, más visible, la incertidumbre que reina en la gran nación venezolana. Se desconoce si alguien podrá ejercer realmente los poderes que se le concedieron a Chávez. Nadie puede predecir los detalles de un probable y cercano proceso electoral. Elecciones a escasas semanas de la muerte del gobernante implicarían centrar la campaña del oficialismo en la persona del fallecido coronel. Un candidato sin el mismo arraigo o carisma podría aspirar en nombre del difunto. En Cuba no se pudieron celebrar las elecciones programadas para junio de 1952 debido al golpe militar del que se cumplen hoy, 10 de marzo, sesenta y un años. Uno de los candidatos que habían sido proclamados, el ilustre profesor Roberto Agramonte del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), con inmensa cultura y ningún carisma, parecía destinado a recibir una enorme votación de admiradores de Eduardo Chibás, todavía emocionados por el recuerdo del líder, muerto en forma dramática. Sin embargo, el doctor Agramonte y su partido se enfrentarían a la maquinaria electoral de seis partidos políticos, agrupados en torno al candidato del oficialista Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), el ingeniero Carlos Hevia. Si se sumaban a la maquinaria del gobierno y su “Séxtuple Alianza”, los vastos recursos del oficialismo, la emoción “chibasista” quizás no hubiera sido suficiente. En cualquier caso, no se celebraron esos comicios. Pero en la Venezuela de hoy habría que sumar la emoción del momento a la maquinaria del actual gobierno, al sistema electoral vigente y a recursos muy superiores a los inmensos fondos, entonces sin precedentes, vertidos por el autenticismo en las elecciones de 1948 y en la campaña inconclusa de 1952.
Pero en política nadie tiene algo asegurado, aunque la reacción tendría que ser de una magnitud extraordinaria, en una u otra dirección, para superar a otros factores. Y el lector podría fácilmente añadir varias razones que contribuyen a la incertidumbre, tales como las relacionadas con la unidad o la desunión en el sector gobernante y en la oposición; la firmeza o la vacilación en las fuerzas armadas, el papel de los grupos paramilitares y la influencia de la presencia cubana en esas y otras estructuras de poder. El trabajo de los encuestadores será muy complicado en un período tan emocional e incierto. El estudiantado universitario y millones de compatriotas opositores, tienen sus preferencias, pero también las tienen millones de venezolanos tradicionalmente pobres a los cuales Chávez apeló en sus múltiples reelecciones.
La incertidumbre puede disminuir o aumentar, pero por largo rato se hablará del chavismo en América Latina. En catorce años, Chávez logró con el dinero del petróleo y su política populista una influencia sin precedentes en buena parte parte del continente, lo cual contribuyó a la fama y hasta simpatía de que ha disfrutado en ciertos lugares el fallecido presidente venezolano, considerado por algunos como el sucesor de Fidel Castro en la izquierda regional. También es incierto si ese papel lo logrará asumir, entre otros posibles líderes, la presidenta de Argentina o el flamante presidente del CELAC.
Finalmente, acudiré a un antiquísimo libro. Con un fragmento del mismo, concluí en el 2007 un ensayo biográfico publicado por una editorial estadounidense sobre otro famoso gobernante hispanoamericano: “No tenía fin la muchedumbre del pueblo que le seguía; sin embargo, los que vengan después tampoco estarán contentos de él. Y esto es también vanidad y aflicción de espíritu.” (Eclesiastés 4: 16).
Observadores responsables están conscientes de que el chavismo, como fenómeno populista, no desaparecerá, a corto y quizás tampoco a mediano plazo, con la muerte de Chávez. Las comparaciones parecen llover y muchos mencionan lo sucedido en Argentina el pasado siglo XX. Ni el derrocamiento ni la muerte de Juan Domingo Perón pusieron punto final al peronismo, también identificado en el lenguaje político como “Justicialismo”. Si un gran sector de la población, aunque sea de forma más bien aparente, es beneficiado por un proyecto o decisión de un gobernante, pasarán generaciones hasta que el número de sus partidarios y simpatizantes desaparezca por completo. Independientemente de que se haya dañado la economía o restringido las libertades, como es el caso, siempre existe el recuerdo de una especie de benefactor. Podrían ofrecerse muy sensatas razones para rechazar una ejecutoria, pero las masas populares del universo no están integradas necesariamente por especialistas en economía, historia y ciencias políticas.
Un tema de inevitable consideración sería la supervivencia del chavismo por un espacio mayor o menor de tiempo y otro, más visible, la incertidumbre que reina en la gran nación venezolana. Se desconoce si alguien podrá ejercer realmente los poderes que se le concedieron a Chávez. Nadie puede predecir los detalles de un probable y cercano proceso electoral. Elecciones a escasas semanas de la muerte del gobernante implicarían centrar la campaña del oficialismo en la persona del fallecido coronel. Un candidato sin el mismo arraigo o carisma podría aspirar en nombre del difunto. En Cuba no se pudieron celebrar las elecciones programadas para junio de 1952 debido al golpe militar del que se cumplen hoy, 10 de marzo, sesenta y un años. Uno de los candidatos que habían sido proclamados, el ilustre profesor Roberto Agramonte del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), con inmensa cultura y ningún carisma, parecía destinado a recibir una enorme votación de admiradores de Eduardo Chibás, todavía emocionados por el recuerdo del líder, muerto en forma dramática. Sin embargo, el doctor Agramonte y su partido se enfrentarían a la maquinaria electoral de seis partidos políticos, agrupados en torno al candidato del oficialista Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), el ingeniero Carlos Hevia. Si se sumaban a la maquinaria del gobierno y su “Séxtuple Alianza”, los vastos recursos del oficialismo, la emoción “chibasista” quizás no hubiera sido suficiente. En cualquier caso, no se celebraron esos comicios. Pero en la Venezuela de hoy habría que sumar la emoción del momento a la maquinaria del actual gobierno, al sistema electoral vigente y a recursos muy superiores a los inmensos fondos, entonces sin precedentes, vertidos por el autenticismo en las elecciones de 1948 y en la campaña inconclusa de 1952.
Pero en política nadie tiene algo asegurado, aunque la reacción tendría que ser de una magnitud extraordinaria, en una u otra dirección, para superar a otros factores. Y el lector podría fácilmente añadir varias razones que contribuyen a la incertidumbre, tales como las relacionadas con la unidad o la desunión en el sector gobernante y en la oposición; la firmeza o la vacilación en las fuerzas armadas, el papel de los grupos paramilitares y la influencia de la presencia cubana en esas y otras estructuras de poder. El trabajo de los encuestadores será muy complicado en un período tan emocional e incierto. El estudiantado universitario y millones de compatriotas opositores, tienen sus preferencias, pero también las tienen millones de venezolanos tradicionalmente pobres a los cuales Chávez apeló en sus múltiples reelecciones.
La incertidumbre puede disminuir o aumentar, pero por largo rato se hablará del chavismo en América Latina. En catorce años, Chávez logró con el dinero del petróleo y su política populista una influencia sin precedentes en buena parte parte del continente, lo cual contribuyó a la fama y hasta simpatía de que ha disfrutado en ciertos lugares el fallecido presidente venezolano, considerado por algunos como el sucesor de Fidel Castro en la izquierda regional. También es incierto si ese papel lo logrará asumir, entre otros posibles líderes, la presidenta de Argentina o el flamante presidente del CELAC.
Finalmente, acudiré a un antiquísimo libro. Con un fragmento del mismo, concluí en el 2007 un ensayo biográfico publicado por una editorial estadounidense sobre otro famoso gobernante hispanoamericano: “No tenía fin la muchedumbre del pueblo que le seguía; sin embargo, los que vengan después tampoco estarán contentos de él. Y esto es también vanidad y aflicción de espíritu.” (Eclesiastés 4: 16).
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