MARCOS ANTONIO RAMOS: UN CÓNCLAVE PARA EL SIGLO XXI
Diario Las Américas
Publicado el 03-23-2013
Publicado el 03-23-2013
Un cónclave para el siglo XXI
POR MARCOS ANTONIO RAMOS
La gran noticia ya no era la guerra civil en Siria, la crisis económica europea, la pelea entre legisladores republicanos y demócratas, o la muerte del presidente Hugo Chávez. Lo relacionado con el Vaticano ocupaba las primeras planas europeas y de otras latitudes, sobre todo las americanas. Resaltaba lo mismo en ciudades de tradición católica que en aquellas en que ha predominado el protestantismo.
Estaba destinada a ser quizás la más importante del año, tanto en el Madrid de Felipe II, descendiente de los Reyes Católicos, como en el París del “Rey Sol” (Luis XIV), que revocó en 1689 la libertad religiosa establecida por su famoso antepasado, el de “bien vale París una misa” (Enrique IV), un hugonote nada piadoso que hasta logró hacerse pasar por católico e instalar a los Borbones en el trono. Ahora bien, si la noticia era importante en Europa, la alegría en el Nuevo Mundo era mucho mayor, sobre todo en la República Argentina y entre los colegas jesuitas del nuevo papa.
En el Buenos aires repicaron como nunca antes las campanas, pero también se dejaron escuchar en el Berlín del Kaiser Guillermo y el Estocolmo de Gustavo Adolfo. De los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX nos separa una larga distancia. Y son tan grandes los cambios que hasta el siglo XX se convierte en historia antigua.
El Arzobispo primado de la Comunión Anglicana y el secretario del Consejo Mundial de Iglesias estuvieron entre los primeros en felicitar al nuevo Obispo de Roma. La uniformidad teológica es todavía difícil e improbable, pero los buenos ejemplos repercuten en beneficio de todos. Teresa de Calcuta y Alberto Schweitzer, de diferentes confesiones, se unieron, no sólo en recibir el Nobel de la Paz, sino sobre todo en entregarse a los pobres y los enfermos. Así se les recuerda.
Al inaugurarse el siglo XXI regía en el Vaticano un pontífice nacido en Polonia, el muy popular Juan Pablo II. Poco después de iniciado el siglo se escogió para el solio pontificio a un notable teólogo alemán, Benedicto XVI. La reciente elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio, es decir, el papa Francisco, pudiera estar indicando un nuevo rumbo para la Iglesia Católica.
El nuevo Obispo de Roma reúne cualificaciones que pudieran convertirle en un papa adecuado para el siglo XXI. Está por verse lo que podrá realizar el ilustre prelado argentino, descendiente de inmigrantes italianos, pero el ambiente ya parece ir cambiando y las repercusiones pudieran ir más allá de teología, eclesiología, liturgia y tradición.
Después de años de asedio por parte de los grandes y pequeños medios de comunicación social, Roma ya podía presentar al mundo una cara más agradable que la representada por informaciones sobre mala conducta de religiosos, clérigos y hasta de algunos cardenales y arzobispos. No es necesario ser un feligrés de alguna parroquia católica caracterizada por el fervor y el entusiasmo para agradecer y celebrar el surgimiento de un nuevo entorno.
La lucha principal no es necesariamente de católicos contra protestantes, o viceversa, como en el remoto siglo XVI, aunque algunos periodistas confunden a los protestantes históricos con las nuevas sectas. Consiste más bien en un enfrentamiento entre la fe y el secularismo. Sin negar los problemas entre Oriente y Occidente.
Hay lugar para discusiones civilizadas entre diversas confesiones cristianas y no cristianas, pero nuestro tiempo no es, como en un libro de Stefan Zweig, “El Mundo de Ayer”. La mayor contribución de un líder religioso en el escenario mundial, independientemente de su teología, pudiera consistir ahora en abrir puertas, demostrar tolerancia, practicar la humildad.
Pero corresponde a los católicos, por derecho propio, el primer diálogo con el nuevo pontífice, abarcando quizás los temas fundamentales y la renovación, aunque considero pertinente el que no se le exija demasiado a quien acaba de asumir responsabilidad tan gigantesca. Hay asuntos que requieren tiempo y un profundo análisis, aunque se pueden dar pasos hacia una mejor imagen. La sencillez del nuevo papa es un factor muy positivo, como lo es el mensaje enviado por el cónclave a la América Latina al seleccionar a un prelado argentino.
Estaba destinada a ser quizás la más importante del año, tanto en el Madrid de Felipe II, descendiente de los Reyes Católicos, como en el París del “Rey Sol” (Luis XIV), que revocó en 1689 la libertad religiosa establecida por su famoso antepasado, el de “bien vale París una misa” (Enrique IV), un hugonote nada piadoso que hasta logró hacerse pasar por católico e instalar a los Borbones en el trono. Ahora bien, si la noticia era importante en Europa, la alegría en el Nuevo Mundo era mucho mayor, sobre todo en la República Argentina y entre los colegas jesuitas del nuevo papa.
En el Buenos aires repicaron como nunca antes las campanas, pero también se dejaron escuchar en el Berlín del Kaiser Guillermo y el Estocolmo de Gustavo Adolfo. De los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX nos separa una larga distancia. Y son tan grandes los cambios que hasta el siglo XX se convierte en historia antigua.
El Arzobispo primado de la Comunión Anglicana y el secretario del Consejo Mundial de Iglesias estuvieron entre los primeros en felicitar al nuevo Obispo de Roma. La uniformidad teológica es todavía difícil e improbable, pero los buenos ejemplos repercuten en beneficio de todos. Teresa de Calcuta y Alberto Schweitzer, de diferentes confesiones, se unieron, no sólo en recibir el Nobel de la Paz, sino sobre todo en entregarse a los pobres y los enfermos. Así se les recuerda.
Al inaugurarse el siglo XXI regía en el Vaticano un pontífice nacido en Polonia, el muy popular Juan Pablo II. Poco después de iniciado el siglo se escogió para el solio pontificio a un notable teólogo alemán, Benedicto XVI. La reciente elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio, es decir, el papa Francisco, pudiera estar indicando un nuevo rumbo para la Iglesia Católica.
El nuevo Obispo de Roma reúne cualificaciones que pudieran convertirle en un papa adecuado para el siglo XXI. Está por verse lo que podrá realizar el ilustre prelado argentino, descendiente de inmigrantes italianos, pero el ambiente ya parece ir cambiando y las repercusiones pudieran ir más allá de teología, eclesiología, liturgia y tradición.
Después de años de asedio por parte de los grandes y pequeños medios de comunicación social, Roma ya podía presentar al mundo una cara más agradable que la representada por informaciones sobre mala conducta de religiosos, clérigos y hasta de algunos cardenales y arzobispos. No es necesario ser un feligrés de alguna parroquia católica caracterizada por el fervor y el entusiasmo para agradecer y celebrar el surgimiento de un nuevo entorno.
La lucha principal no es necesariamente de católicos contra protestantes, o viceversa, como en el remoto siglo XVI, aunque algunos periodistas confunden a los protestantes históricos con las nuevas sectas. Consiste más bien en un enfrentamiento entre la fe y el secularismo. Sin negar los problemas entre Oriente y Occidente.
Hay lugar para discusiones civilizadas entre diversas confesiones cristianas y no cristianas, pero nuestro tiempo no es, como en un libro de Stefan Zweig, “El Mundo de Ayer”. La mayor contribución de un líder religioso en el escenario mundial, independientemente de su teología, pudiera consistir ahora en abrir puertas, demostrar tolerancia, practicar la humildad.
Pero corresponde a los católicos, por derecho propio, el primer diálogo con el nuevo pontífice, abarcando quizás los temas fundamentales y la renovación, aunque considero pertinente el que no se le exija demasiado a quien acaba de asumir responsabilidad tan gigantesca. Hay asuntos que requieren tiempo y un profundo análisis, aunque se pueden dar pasos hacia una mejor imagen. La sencillez del nuevo papa es un factor muy positivo, como lo es el mensaje enviado por el cónclave a la América Latina al seleccionar a un prelado argentino.
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