CUBA | ¿Es Trump un anticastrista?

Las evidencias indican que sus promesas de paralizar el ‘deshielo’ fueron pura fanfarria preelectoral

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Donald Trump (Foto: Brian Snyder/Reuters)
HARVARD, Estados Unidos.- Las evidencias indican que las promesas de Donald Trump de paralizar el acercamiento al gobierno cubano, iniciado por la administración Obama, fueron pura fanfarria preelectoral.
Tanto el mutis del nuevo inquilino de la Casa Blanca como los severos recortes a la ayuda exterior para el 2018, son un indicador de que el desinterés será unas de las banderas de Trump  frente a la dictadura más longeva del hemisferio occidental y en general para la América hispanohablante.
La pretendida revisión de las politícas de engagement con la que se justifica el prolongado silencio, esconde algo más allá que indiferencia. A Trump la política le importa un bledo. De hecho es un empresario que tiene como objetivo la obtención de ganancias netas y eso se traduce en dos términos inobjetables: comercio e inversiones.
Cuando hacía mención a la sustancial rebaja en el dinero dedicado a los programas de ayuda exterior, pensaba en la eliminación de los montos dedicados a asistir a las agrupaciones que dentro de la Isla insisten, pese a las enormes dificultades, en abogar por una transición a la democracia.
La medida me parece suficiente para entender los derroteros de esos cambios que se estructuran con tanta discreción y que apuntan a dejar en la estacada a quienes resisten los embates, cada vez con mayor fuerza, de la impunidad por parte de los cuerpos represivos.
Si ese vacío no es llenado oportunamente por personas de buena voluntad, pues la resistencia al totalitarismo quedará como un triste recuerdo.
El apoyo tendría que provenir del exilio y habría que ver la disposición a asumir el desafío sin vacilaciones y no tan solo eso, sino hacerlo de forma tal que evite una mayor fragmentación y por ende un descenso en las ya de por sí escasas probabilidades de crear un cohesionado y amplio frente interno en el corto y el mediano plazo.
Trump no será la nota discordante en la estrategia internacional hacia Cuba.
La normalización sin apenas condiciones es lo que se ha decidido en los centros hegemónicos de poder, dígase, el Vaticano, la Unión Europea y el establishment estadounidense.
En el Congreso, no cesan las iniciativas bipartidistas que buscan derribar los agrietados muros del embargo.
Y por otro lado, los principales think tank recomiendan continuar con el deshielo como la vía más recomendable para garantizar una evolución estable hacia otro modelo, que quizás no cuente con todos los atributos democráticos.
Hay quienes todavía esperan por el ultimátum de Trump a Raúl Castro para que abandone el Palacio de la Revolución.
Piensan que el magnate inmobiliario sería capaz de ordenar una invasión a gran escala o aplicar todas las disposiciones de la ley Helms-Burton como respuesta a la sistemática y flagrante violación de los derechos humanos.
Como dice el refrán: soñar no cuesta nada.
El fin del castrismo será a plazos, gradual y supervisado por sus herederos.
Puede que Trump suelte de vez en cuando una de sus bravuconerías para contentar a los que le prometió mano dura, pero eso será la fachada de la política real, es decir la que se fundamenta en intereses y no en retóricas tan volátiles como el humo.
(Jorge Olivera, residente en Cuba, se encuentra de visita en Estados Unidos)

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